Bragas de regla, bragas de encaje: el fetiche de la higiene femenina

higiene femenina
Collage con posts de Nadya Okamoto, Flowelle Period, Lucyjane, That Gianna y Rosalía | S. V.
Tiempo de lectura: 7 min

De pequeña mi madre siempre me decía que llevase los zapatos arreglaítos. Me decía que daba igual que vistiera del mercadillo, que lo más importante era llevar los zapatos arreglaítos y el pelo arreglaíto porque así no dabas mala impresión. Me lo susurraba, bajito, porque las cosas de mujeres siempre se han dicho así, con la voz arremangá, metiíta por dentro, como llevan los hombres las camisas. Seguramente muchas niñas de clase obrera hayan crecido con madres que aconsejaban esto mismo o, también, llevar siempre una muda limpia a la consulta del médico. No solo limpia, sino blanca. “No puedes ir con la ropa interior percogía”, decía mi madre, usando una hermosa variación andaluza de “percudida”, en referencia a la ropa blanca que se ha amarilleado —o tiene tonos grisáceos—, dando la sensación de sucia o vieja. La higiene femenina como forma de validación no solo ajena, también propia.

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El otro día Rosalía subió a Instagram una foto de su habitación completamente desordenada —especialmente su cama—. Las sábanas arrugadas, el edredón hecho un gurruño, cables sueltos. Y hace unos días, entrevistando a la doctoranda Mireia Pérez para un tema sobre la menstruación, acabamos hablando de las bragas manchadas de regla. “Lo que cuesta que salga la sangre…”, le dije. “Bueno, es que igual no pasa nada porque las bragas se queden sucias”, me respondió. Pensé en mi madre, hartita de restregar con las manos bragas y bragas durante años para que queden inmaculadas. Porque no se trata solo de que las cosas estén limpias, sino de que parezcan “cuidadas, como nuevas”. 

Mireia Pérez deslizaba algunas ideas durante nuestra entrevista. Por ejemplo, cómo la publicidad de productos de higiene menstrual está centrada, principalmente, en “evitar olores y manchas”. Una de las lecturas en las que se apoya la investigadora es este artículo de Kate Kane (1990) sobre “la ideología de la frescura en los anuncios de higiene femenina” en el que la autora teoriza sobre cómo la publicidad presenta los cuerpos de las mujeres como “contaminantes”. Así es como la sociedad, propone Kane, introduce la idea de “saneamiento”, vinculando la ocultación o la eliminación de fluidos, manchas y olores a la salubridad. Algo que también va en la línea de lo que exponían aquí los autores de este análisis científico (1994) en el que apuntan, además, cómo la relación entre menstruación y falta de higiene confronta el ideal de feminidad. Esto, por supuesto, en un contexto occidental, ya que como decía Mireia Pérez, “la cosmovisión de la regla en muchas otras culturas es diferente y no necesariamente negativa”.  

Como respuesta a las narrativas culpabilizadoras sobre el cuerpo femenino, y en concreto sobre la menstruación, han surgido iniciativas feministas para mostrar la regla desde otras perspectivas, retando las concepciones sobre olores adecuados o inadecuados o la vergüenza por manchar el pantalón. El movimientofree bleeding(sangrado libre) no deja de ser el necesario contrarrelato de las niñas que se pasaban las compresas por debajo de la mesa en el instituto. 

Y aquí es donde entramos en el fangoso y amplio terreno de la higiene femenina. ¿Hay una exigencia constante por ser y estar limpias? ¿Tenemos derecho a ser unas asquerosas, como dice Samantha Hudson? ¿Es la higiene —o la falta de ella— una suerte de fetiche estético?

TikTok está lleno de tipos de chicas en función de lo ordenada, limpia y pulcra que seas. Lathat girl —o clean girl también— es aquella que se levanta a las 6 de la mañana —o antes— para ventilar la casa, hacer yoga, hacer la cama, darse una ducha, limpiar las mamparas, hacerse la skin routine, preparar un tupper sanísimo e ir a trabajar. En contraposición, la messy girl responde al arquetipo de chica con el cuarto desordenado, el pelo sucio, la ropa arrugada, que no gestiona bien su tiempo y que come lo que pilla. Son varias las figuras que hay en ese espectro entre la chica perfecta y la chica desastrosa, con trends como el de girl dinner: una cena caótica, de coger lo que tienes en los armarios, no demasiado saludable y que pone de manifiesto que la asunción de que las chicas, por defecto, cocinamos y somos organizadas en todos los aspectos de nuestra vida, es muy cuestionable. En origen, la “girl dinner” era una cena sana y estética, proporcionada, con sus frutas, sus quesos, sus aguacates. La “girl dinner” irónica, en cambio, es capaz de mezclar colacao con patatas fritas porque vive al margen de las convenciones. 

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El problema de estas representaciones es lo que hacemos narrativamente con ellas. Si la “that girl” es una alienada que vive por y para seguir las estrictas normas de la feminidad, la “messy girl” desafía el orden natural de las cosas. Y, volviendo al tema de la ropa interior y de la menstruación, esta dualidad se materializa en detallitos como tener unas bragas de regla y unas bragas de encaje (o bragas para follar). Una amiga me decía hace unos meses que eso era “burgués”: “Las pobres usamos las mismas bragas para todo, no podemos discriminar. Y si las de encaje se quedan manchadas, es lo que hay”. Otra amiga, sin embargo, me cuenta lo contrario: “Ya que me he gastado el poco dinero que tengo en unas bragas bonitas, pues las quiero tener cuidadas”. No es que con las bragas de regla no se pueda follar y viceversa, pero hay en esa conceptualización una ambivalencia muy obvia, la misma que atraviesa todo lo femenino: lo prescriptivo reduce nuestro margen de maniobra y estigmatiza nuestras conductas, tal y como ha hecho siempre el patriarcado. 

Tan dañino y reaccionario es asumir que las mujeres tienen toda su ropa interior blanca como insistir en que la estética pretendidamente descuidada es la verdaderamente disidente. Es también dañino dar por hecho que toda muestra de autocuidado es alinearse con lo las exigencias patriarcales. Lo es entender la higiene únicamente a través del mismo prisma con el que los hombres teorizaron sobre el cuerpo femenino considerándolo impuro y corrupto. Y es, también, una suerte de fetichización de la estética de la clase obrera, si es que acaso eso existe. Sobre esto, otra amiga me contaba una anécdota bastante reveladora sobre su paso por un centro social autogestionado: “Puse flores y macetas de colores para que no solo se acercase gente del movimiento anarquista, sino para fuese un espacio agradable para otras vecinas que nos miraban con un poco de recelo. Un compañero me dijo que lo que se llevaba realmente era la ‘estética rata’”. Suponer que la preocupación por la apariencia y el cuidado roba tiempo a las clases populares y las distrae de lo realmente importante también es una forma de crear normatividades dentro de los espacios de disidencia. Esta romantización lleva a que marcas de lujo hagan turismo de clase, como cuando Ralph Lauren sacó un mono de albañil con manchas de pintura que costaba 690 euros. 

En esta línea explicaba la filósofa e investigadora Raquel Miralles cómo la problematización de la normatividad femenina, si bien es valiosa, puede resultar reduccionista cuando no deja espacio para complejizar aquello que se analiza. Miralles lo enunciaba en relación al desnudo de las mujeres: “No todo lo que se exhibe es para ser mirado por un hombre”. Del mismo modo, no todo lo que se lava o se limpia es para complacer una imposición o por no ser capaces de librarnos de la misma.

2 Comentarios

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  • La estética pretendidamente descuidada es muy fuerte en algunos sectores, como por ejemplo el ecologista (mundo al que me dedico laboralmente). Yo soy de arreglarme para algunos eventos ¿importantes?, porque soy de barrio, es lo que he aprendido y porque me gusta. Pero me siento muy juzgada. Supongo que influye el hecho de pertenecer a un sector en el que el consumo responsable de la ropa tiene mucha relevancia, pero siento que se me juzga sin saber que lo que llevo es un traje heredado de mi madre y unos tacones que me compré en 2005 y me salieron buenos.

  • Siempre he amado a las mujeres por lo que son, mujeres. Ordenadas, desastrosas, perfectamente depìladas, con bello en los brazos, delgadas, gordas, heavies, punkys, góticas, indefinidas, tranquilas, temperamentales, arias, gitanas, latinas, altas, bajitas, esbeltas, culturistas... cada una es una aventura, a veces fantástica, a veces terrible, pero todas ellas mujeres. Las etiquetas no las definen, si no que definen nuestras propias limitaciones. La mancha de la regla no es más que una anécdota en el mar de la vida, el glamour, una fantasía que muere cuando surgen los efluvios del cuerpo humano, aceptarlo es una liberación