Guerra y clima: el año en que Europa se aferró al gas ‘sucio’ (…para ventaja de EE.UU.)

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Los clichés de ‘otoño caliente’ y ‘crudo invierno’ fueron tempraneros en 2022. Las sombrías predicciones sobre el inminente futuro energético de Europa se adelantaron a febrero. Hace justo un año, el continente se veía inmerso en una guerra en la que el gas –o su ausencia– parecía que iba a hacer tanto daño como la pólvora. El principal suministrador de metano, Rusia, invadía Ucrania en una disputa con trasfondos gasísticos que se remontan a 2006.

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El continente tenía, entonces, algo más de medio año para frenar abruptamente su dependencia de este combustible fósil, que abrazó en los noventa en su progresivo abandono del carbón y el declive nuclear. El gas no sólo da calor, sino que sirve –sobre todo– para producir electricidad. Pero la guerra también se vislumbraba como una ventana de oportunidad acelerada para dar el impulso definitivo a unas renovables que ya estaban en ascenso.

¿Sería el drama de la invasión el que nos sacase –por las malas– de lo que los expertos llaman ‘nuestra adicción fósil‘? ¿Un revulsivo para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París, que buscan que la Tierra no entre en una temperatura crítica, con consecuencias graves para su habitabilidad? ¿Hay trampa en el dilema de contraponer dos emergencias, la de la guerra y la del clima?

La respuesta es compleja, coinciden las personas que estudian y evalúan estos temas. Pero es un hecho que, con la guerra, el consumo de gas en Europa apunta una bajada del 19,3% entre agosto de 2022 y enero de 2023 (respecto a la media semianual de 2017-2022). En España, la caída se quedó en el 13,7%. Aunque no es menos cierto que los rigores invernales han sido tardíos en el continente.

El aumento de precios parecía ser el gran freno al consumo a nivel doméstico. Pero en lo que va de año, su coste ha descendido prácticamente un 50% merced a la (¿inesperada?) estabilidad del mercado. ¿Adiós a las ambiciones de dar portazo al gas natural en Europa en esta década? ¿Qué consecuencias climáticas y geopolíticas tendría extender su vida? ¿Por qué hay personas expertas aseguran que corremos el riesgo de empezar a usar un ‘gas sucio’ en Europa?

Europa convirtió al gas en ‘energía verde’ justo antes de la guerra

Empecemos por retratar cómo Europa llega a calentarse, iluminarse y cocinar esencialmente con gas. El gas natural (que nadie quería al principio, era un subproducto) reemplazó en gran medida al carbón en Europa. Más aún, el gas licuado, excelente para poderse transportar.

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Pero que llevase el apellido ‘natural’ no implicaba que fuera ‘limpio’. Desde la Universitat de Barcelona, la profesora Patricia Cabello, experta en geofísica de reservorios de hidrocarburos lo aclara: “El gas natural –esencialmente, metano– es un compuesto más ligero que los hidrocarburos líquidos y tiene menos átomos de carbono. Pero cuando lo quemamos estamos inyectando CO2 a la atmósfera».

Es decir, no es una energía limpia, aunque contamine menos y produzca menos gases de efecto invernadero que sus predecesores fósiles. En su momento parecía una buena idea, de manera temporal. Hoy no sólo forma parte del paisaje energético habitual. La UE pasó a considerarla una ‘energía verde‘ hace algo más de un año. Eso permite financiar nuevos proyectos gasísticos, contraviniendo los compromisos de las cumbres del clima.

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En realidad, “la retórica del ‘gas como energía verde’ viene de hace más de diez años”, señala Alfons Pérez (analista del ODG) “Se vio que desplazaba a las inversiones en renovables; es el que menos emite, pero si miramos en toda la cadena desde la extracción, el metano tiene muchos impactos antes de su combustión. Ha quedado demostrado en varios artículos científicos”.

Europa abraza (indirectamente) el gas de fracking americano

Para Aurèlia Mañé, experta en sistemas y relaciones energéticas internacionales (profesora también de la UB), en 2022 tuvimos “un sentimiento de enorme vulnerabilidad que nos llevó a una apuesta acrítica por las centrales de gas natural licuado”. Es decir, a importar gas mediante barcos procedentes de lugares distintos a Rusia, a quien estamos unidos mediante los gasoductos.

La guerra en Ucrania ha acelerado el abandono del gas ruso, pero la UE lleva mirando al gas licuado de otros países desde un año antes. Hacia la primavera de 2021, las importaciones empezaron a dar claramente la espalda a Rusia y a hacer una apuesta por las plantas de regasificación del gas licuado que llega por mar. ”El problema es que una inversión de este tipo, ahora, implica una amortización de 20 o 30 años”. ¿Puede seguir tan presente el gas en una Europa que pretende descarbonizarse para mediados de siglo?

Mañé destaca que hay una derivada geopolítica fundamental en esta jugada. Norteamérica es el gran exportador de gas licuado, el que no depende de viaductos. Al ir abandonando la importación mediante estas infraestructuras fijas, “los precios no se negocian bilateralmente”. Es decir, “vamos a un mercado único, como el del petróleo, donde el precio lo fija el barril Brent, vamos hacia una petrolización del mercado de gas”. Un precio único permite a unos pocos tener unos márgenes enormes, si sus costes de producción son bajos, como ocurre a los países del Golfo.

Tras la guerra se corre el riesgo de ‘petrolizar’ el mercado del gas, con un precio único que beneficiaría a las gasistas estadounidenses.

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Cree Ana María Jaller-Makarewicz, analista energética del IEEFA Institute, que hemos vivido el espejismo de aliviar parte de la situación con lo que parecía ”el gran invento del gas licuado”. A su modo de ver, con la guerra, “Europa intentó diversificar los gasoductos que venían de Rusia. Las rutas… pero no la fuente”. El gas.

¿Quién sería el gran ganador en este nuevo escenario del gas tras la guerra? “Las empresas gasistas de Estados Unidos, sobre todo”, prevé Mañé, quien recuerda que paradójicamente el gas norteamericano tiene un problema ambiental que la mayoría de estados de Europa han evitado o prohibido: el ‘fracking’ o fracturación hidráulica para sacar el gas. Es un gas ‘más sucio’.

“La implicación medioambiental de extraer gas con esta tecnología es mucho mayor que en los reservorios convencionales”, señala Patricia Cabello. ”Para empezar, necesitamos mucha agua. Añadimos unos aditivos químicos por fracturas del terreno para se mantengan abiertas. Es una técnica muy invasiva, tenemos que ir haciendo muchos pozos, ocupar más territorio. Además, estamos cambiando las condiciones del subsuelo«. España prohibe el fracking… pero consume gas de fracking.

En busca de una alternativa ‘más verde’ tras la guerra del gas

¿Ha dado Europa la espalda a la revolución de las renovables? No. El Ejecutivo comunitario prevé que las instalaciones solares y eólicas produzcan el 66% de la electricidad para 2050. Y en el contexto de la última COP27, el Banco Europeo de Inversiones anunció la inversión de más de 97 millones de euros en proyectos de viento y fotovoltáicos, sobre todo.

La Comisión puso sobre la mesa los casi 300.000 millones de euros del plan REPower EU. Pero el boom renovable se enfrenta a un atasco burocrático y de suministro de materiales para su despliegue. Y la guerra ha trastocado las subastas de adjudicaciones. Así, las inversiones comunitarias contemplan 10.000 millones de euros para infraestructuras gasísticas, abrían la mano a una vuelta temporal al carbón (el mayor emisor de CO2) y los oleoductos e hidrogasoductos (estos, bajo el paraguas de considerar al gas y a la nuclear como energías ‘verdes’).

“En su momento, se construyeron grandes infraestructuras, tuberías… para el gas, para diversificar. Una política que podía haber sido apropiada en aquel momento”, apunta Albert Banal Estañol, profesor de la UPF, Barcelona School of Economics y City University London. “Luego quedó muy claro que el gas no era una energía limpia. Y aquella apuesta acabó saliendo mal, como demostró en un reciente estudio. En España, lo pagamos sobre todo los contribuyentes y consumidores”.

El H2Med se abre a transportar un 20% de gas, además de hidrógeno | M.V. y Dall-e

No obstante es optimista. “Debemos, básicamente, invertir en renovables y luego sustituir la flexibilidad que nos podía dar el gas con otras tecnologías, ya sea de sobre la red en general, buscar baterías a gran o pequeña escala, etc”.

¿Es una alternativa realista usar el hidrógeno verde a modo de ‘baterías’ que guarden la producción renovable? “Ahora mismo, el único hidrógeno que resulta competitivo es el que viene del propio gas”. No el verde, producido con viento y sol. Si apostamos por futuras infraestructuras de hidrógeno+gas, como el viaducto H2Med, “me da miedo es que sigamos años y años alargando la vida del gas y retrasando la transición energética”.

Aurèlia Mañé precisa que no podemos hablar de una sustitución directa de un gas sucio por un gas limpio. “El hidrógeno es una forma de almacenamiento de energía (que se produce en otro lugar). No es equivalente al petróleo, al carbón o al gas».

Con lo visto tras este primer invierno de guerra, Ana María Jaller-Makarewicz hace un pronóstico optimista: “Se espera que el consumo del gas siga disminuyendo, se espera que haya más eficiencia energética en muchos escenarios. Se espera mucha más energía renovable. Pero todo depende del clima. El clima ‘juega’ con nosotros”. La guerra también y la batalla climática se juega en la próxima década.