Inés cuenta que una matrona le “cogió la lorza” y le dijo: “Esto no es bebé”. A Laura, durante su primer embarazo, una matrona le recriminó que se estaba “poniendo como una ballena”, y Maite todavía recuerda cómo la ginecóloga, en el séptimo mes de gestación, le comentó que “a ver si cerraba el pico y no engordaba tanto”. A Lucía le dijeron que si seguía engordando no iba a poder parir. Y Esther fue con su madre a una revisión y el médico la conminó a ponerse “las pilas” con el peso y dejar de engordar: “¿Qué quieres, acabar como ella?, me dijo, y señaló a mi madre, que tiene obesidad”, explica. Mar también acudió a la consulta acompañada, en este caso de su pareja, y cuando el ginecólogo vio que ella había cogido seis kilos en el primer trimestre se dirigió al novio de esta y le dijo: “Hay que ponerla a dieta”. Todas ellas reconocen haber experimentado gordofobia sanitaria durante el embarazo, que es una forma de violencia obstétrica, tal y como expone el Informe anual de violencias institucionales machistas en el Estado español (2024) .
La nutricionista clínica y médica de familia Sara Solana apunta que, durante la gestación, “tiene sentido monitorizar el peso en situaciones específicas”. Por ejemplo, un aumento significativo de peso en poco tiempo puede ser síntoma de retención de líquidos, algo relevante en mujeres con preeclampsia. Pero Solana reconoce que hay un sesgo en las consultas por el cual “se juzga el estado de salud de una mujer por su talla” algo que es “clínicamente inexacto”. Además, señala que la gordofobia sanitaria en el embarazo ejerce una “enorme presión sobre las mujeres para ‘engordar lo justo’”, lo cual puede llegar a ser tan perjudicial como un posible peso ‘excesivo’.
Gordofobia en el embarazo: así se juzga a las madres gordas
Cuando Naïma acudió a una revisión ginecológica rutinaria, el médico le preguntó si tenía planeado ser madre a corto plazo. “Le dije que sí y me respondió que mi peso estaba descontrolado y que si seguía así, iba a matar al bebé en caso de quedarme embarazada”, cuenta. El miedo y la culpa que comenzó a sentir en relación a una futura maternidad la llevaron a tomar la decisión de someterse a una cirugía bariátrica: “La operación me ha dejado muchas secuelas y me arrepiento de haberme sometido a ella. Pero en aquel momento solo podía pensar que si me quedaba embarazada y tenía un aborto, me iba a culpar a mí misma por ser gorda”, dice Naïma.
La psicóloga Laura Gómez Asenjo, de Dahlia Psicología, señala que “los cuerpos gordos se asocian con insalubridad”, al contrario que los cuerpos delgados, “a los que automáticamente se les presupone sanos”. Sin embargo, “el peso no es un reflejo directo ni de los hábitos alimentarios ni del estado de salud de una persona”, apunta la médica y nutricionista Sara Solana. “Alguien con un cuerpo grande puede seguir una alimentación equilibrada y tener buenos indicadores de salud, mientras que una persona delgada puede llevar una dieta poco nutritiva y tener carencias importantes”, añade.
Gómez Asenjo, especializada en trastornos de la conducta alimentaria (TCA), recuerda que además de considerarlas personas insalubres, a las personas con sobrepeso se las culpa directamente de ello porque se las considera “vagas, indisciplinadas, inconstantes, con malos hábitos…”. Por eso, dice Naïma, antes siquiera de ser madre “ya estaba sintiendo que era una mala madre, una capaz de matar a su bebé”. En relación a lo que señalaba Gómez Asenjo, el médico asumió que Naïma era una futura madre incompetente a juzgar por su peso.
Carlos Riesco, ginecólogo y obstetra del Hospital Gómez Ulla, explica que el índice de masa corporal (IMC) es un valor predictivo como tantos otros: “Un IMC más alto correlaciona con un ingreso del bebé en la UCI y con mayor tasa de cesáreas, pero también que la madre tenga un trabajo nocturno se relaciona con más probabilidades de parto prematuro y de que el bebé ingrese en la UCI, y sin embargo eso apenas se tiene en cuenta en la consulta”.
En este sentido, Sara Solana apunta que el IMC debería servir, en todo caso, “para orientar ciertas recomendaciones clínicas”, ya que, como medida, “tiene limitaciones importantes”: “Por ejemplo, no distingue masa grasa de masa muscular, es decir no tiene en cuenta la composición corporal individual. Además, fue desarrollado a partir de poblaciones específicas, por lo que puede no representar adecuadamente a todas las personas, especialmente a personas racializadas o con cuerpos no normativos”.
Esta médica de familia y nutricionista considera que la sobredimensión del peso y de la utilidad del IMC “puede llevar al clínico a sobrediagnosticar problemas en cuerpos grandes y a pasarlos por alto en cuerpos delgados”. “Un ejemplo claro es la diabetes tipo 2: si asumimos que solo afecta a personas con sobrepeso, podemos tardar más en detectarla en alguien con normopeso, aunque presente síntomas evidentes”, apunta.
También puede provocar que se pasen por alto enfermedades o dolencias por un diagnóstico tardío al considerar que cualquier sintomatología es consecuencia del sobrepeso. Es lo que le ocurrió a Marta. En su tercer trimestre comenzó a tener unos dolores tan fuertes que llamó al 112. “Pensaba que me moría. Estaba muy asustada. Me dijeron que eran ardores de estómago y reflujo debido a mi sobrepeso, que los órganos estaban más apretados y que, claro, si cenaba cosas grasas… Dieron por hecho que por ser gorda me alimentaba peor y no era cierto. Me dijeron que tomase Almax y listo”. Semanas más tarde, a este dolor recurrente que ella describe como “espeluznante e insoportable” se sumó otro en la espalda. “No podía ni caminar. Volví a ir al médico y me decían de nuevo que era por ser una embarazada con sobrepeso, que mis órganos estaban aún más apretados. No me hicieron ninguna prueba”, explica.
Marta dio a luz y unas semanas después, en pleno posparto, los mismos dolores recurrentes volvieron. “Claro, ya no estaba embarazada, ya no podían decirme que mis órganos estaban apretados o que era reflujo. Resulta que tenía cólicos en la vesícula”. Pero no solo eso: también vieron que Marta tenía una inflamación del páncreas: “Me pasé parte del embarazo con una pancreatitis aguda sin diagnosticar porque los médicos decían que el dolor era por mi sobrepeso”.
La obsesión por el peso en el embarazo: “Me felicitaban por apenas engordar y yo lo único que hacía era vomitar”
Si la gordofobia castiga los cuerpos gordos por considerarlos “un error y un fracaso”, como explicaba la activista Magda Piñeyro, esta violencia también sirve para regular los cuerpos con normopeso precisamente para que se alejen todo lo posible de esos cuerpos considerados indeseables. Es decir, para mantenerlos a raya. También en el embarazo.
Por eso, la psicóloga Laura Gómez Asenjo advierte que se está creando un nuevo estándar de embarazada saludable: “Aquella que no engorda de ninguna parte, ni cara ni brazos por ejemplo, solo de barriga, y que controla muchísimo su alimentación, cuando sabemos que el control tanto corporal como de lo que se come puede ser un detonante de un TCA”.
“Me felicitaban por apenas engordar y yo lo único que hacía era vomitar”, cuenta María, que llegó a alegrarse de estar ingiriendo poca comida gracias al refuerzo sanitario constante en relación a su peso. “Como la mayoría, yo también estaba muy preocupada con engordar mucho durante el embarazo, así que viví el coger poco peso como algo que estaba haciendo bien porque así me lo hacía ver el personal sanitario”, explica. María apenas podía comer más que queso, yogur y sopa pero médicos y matronas tomaron el peso como un indicador en sí mismo de salud, por lo que a pesar de estar casi los nueve meses de embarazo con vómitos, María cumplía el estándar de embarazada que se cuida porque no sobrepasaba los kilos correspondientes a cada trimestre de embarazo.
Como apunta la médica Sara Solana, “las guías nacionales e internacionales de ginecología y obstetricia establecieron rangos de ganancia de peso según el IMC pregestacional”. Así, por ejemplo, según estas guías, una mujer cuyo punto de partida es un IMC de entre 18 y 24 (con normopeso), debería adquirir entre medio kilo y dos kilos máximo en los tres primeros meses de embarazo. Y a partir de entonces, alrededor de kilo y medio por mes. “Si bien siguen usándose como referencia, creo que su aplicación rígida y sin tener en cuenta el contexto individual, puede llegar a ser perjudicial”, apunta Solana.
Sin embargo, cuando a Nuria la pesaron en la semana 18 de embarazo (cerca del quinto mes de embarazo), la matrona la abroncó por “haber cogido demasiado peso”. “Había engordado cuatro kilos y, según ella, estaba en el límite de lo que permitía la tabla de peso en el embarazo. Me dijo que ahora [en referencia al primer trimestre y al inicio del segundo] era cuando menos peso debía coger, que si no iba a engordar demasiado y luego no iba a poder recuperar mi figura. Terminó diciéndome que comiese menos croissants”, explica Nuria.
La realidad, como apunta Solana, es que “el peso durante el embarazo no está 100% bajo control individual porque influyen muchos más factores que la alimentación o el ejercicio”. “Por ejemplo, los niveles de progesterona, insulina o leptina pueden modificar el apetito, la retención de líquidos o la acumulación de grasa. Y el nivel de estrés, la calidad del sueño o incluso la microbiota intestinal también influyen, entre muchas otras cuestiones. No todo está bajo nuestro control, y no pasa nada”, añade la médica y nutricionista.
La gordofobia en el embarazo como detonante de TCA: “Embarazada de siete meses, bebía café para aguantar sin comer”
Después del comentario que la matrona le hizo a Nuria sobre los croissants, dejó de comerlos. Restringió también cualquier tipo de bollería. Y de ahí pasó a los hidratos: “Intentaba evitar la pasta y el pan a toda costa para no engordar más de lo que me correspondía semanalmente. Me prohibí tantos alimentos que comer se convirtió en un sufrimiento y lo único que hacía era pesarme de forma compulsiva para comprobar a diario que no estaba cogiendo demasiado peso”.
La psicóloga Laura Gómez Asenjo señala que la gordofobia sanitaria en el embarazo puede ser especialmente dañina porque “hay una relación de poder y porque a consulta llegamos muy vulnerables”. Por eso, la relevancia de comentarios de este tipo no es ni mucho menos baladí, “precisamente porque sentimos que lo que dice un sanitario va a misa y que no podemos discutirle”. Y, según Gómez Asenjo, tampoco conviene infravalorar las consecuencias de este tipo de intervenciones: “Cuando le dices a una paciente que no tome un croissant, se produce una generalización. Es decir, no solo no va a comerse el croissant, sino que lo va a generalizar a otras comidas. Un embarazo son muchos meses y al final se puede crear una regla muy rígida que ponga al cuerpo en estado de restricción”.
Como explica la psicóloga, “con la prohibición de alimentos le estoy mandando un mensaje a mi cuerpo, que es que no puede acceder a más de la mitad de la comida que tiene disponible, y sabemos que la comida es la forma en que el cuerpo recibe energía”. Esto supone “un nivel muy alto de estrés”, y no solo eso, sino que puede “acabar detonando en un TCA”.
Aunque clínicamente “se considera TCA cuando se cumple un número de conductas determinadas, se puede no llegar al diagnóstico como tal pero estar incurriendo en muchas conductas asociadas al TCA”, apunta Gómez Asenjo, que considera esencial “centrarse en el sufrimiento más que en la etiqueta como tal”. La psicóloga enumera algunas conductas problemáticas que no solo están normalizadas, sino premiadas socialmente: “Por ejemplo, beber mucha agua o café para aguantar sin comer, masticar chicle para disimular la sensación de hambre, hacer compensaciones del tipo ‘si ayer comí muchas calorías hoy apenas como o hago mucho más deporte’, conteo calórico, no comer azúcar, gluten o hidratos para no inflamarse, o pesarse a menudo”.
A Maite, después de que la ginecóloga le dijese que “igual debería cerrar el pico y no engordar tanto” comenzó a modificar su alimentación: “Desayunaba a las siete de la mañana, me iba al trabajo y me tomaba un café para tratar de controlar mi hambre hasta las tres o cuatro de la tarde. Llegaba a casa muerta de hambre embarazada de siete meses”.
La razón que la ginecóloga le dio a Maite es que si seguía así, su bebé “sería demasiado grande y el parto, más difícil”. Es lo mismo que le dijeron a Mar para ponerla a dieta, y también a Esther, a quien le restringieron el consumo de fruta “porque andaba cerca de tener una diabetes gestacional”.
- Un apunte. Como explicamos en este reportaje, no hay evidencia que sostenga que haya que restringir la fruta ni siquiera en casos de diabetes a no ser que haya una indicación médica muy clara y motivada.
“El peso del bebé es un dato a tener en cuenta”, reconoce Sara Solana, pero no es el único ni el más determinante a la hora de parir: “Hay muchos otros factores que influyen en cómo se desarrolla un parto: la posición del bebé, la anatomía de la pelvis, la fuerza y el ritmo de las contracciones, e incluso el nivel de movilidad o confianza de la mujer durante el proceso”, añade.
“Muchas de las embarazadas que lleguen a la consulta sanitaria harán al menos una conducta TCA”, indica la psicóloga Laura Gómez Asenjo, “porque, si miras a tu alrededor, todas las personas hacemos al menos una de estas conductas precisamente por lo normalizadas y hasta premiadas que están”. “Así que si eres sanitario, debes no solo tener información actualizada, sino revisarte tu gordofobia porque tener conductas TCA en el embarazo también implica peor salud para la madre y para el bebé”, añade. Según la literatura científica (ver esta publicación, o esta y esta), “las mujeres embarazadas con un TCA activo tienen mayor probabilidad de desarrollar depresión posparto” y también se relaciona con sufrir mayor riesgo de partos prematuros y abortos.
La médica de familia y nutricionista Sara Solana considera que lo que sí está invisibilizado con estas dietas y restricciones en el embarazo es “el riesgo de desarrollar o recaer en un TCA”. Es lo que le ocurrió a Esther, quien había sido paciente de TCA años antes de quedarse embarazada. Cuando en la prueba de la glucosa le detectaron “intolerancia a los hidratos”, la pusieron a dieta. “No quería volver a caer en conductas lesivas que había tenido anteriormente (contar calorías, compensar, demonizar alimentos, restricciones, vómitos) después de muchos años de terapia para salir de ahí. Pero cada vez que la matrona me felicitaba por no coger peso o me regañaba por hacerlo, me reforzaba esas conductas. Así que me salió mi versión más controladora: miraba cuales eran las frutas con menos azúcar, me leía las etiquetas al milímetro, planificaba cada comida y dejaba planes que no fueran compatibles con eso”.
El ginecólogo y obstetra Carlos Riesco apunta que no tiene sentido “que una embarazada parezca tener un peso ‘perfecto’ en la semana 20 si su salud mental está afectada”. “Un nivel de cortisol muy elevado por el estrés puede hacer que el bebé no crezca, por ejemplo”, añade.
A mayor peso, peor madre eres
La gordofobia sanitaria en el embarazo, como forma de violencia obstétrica, ahonda en la narrativa de la mala madre. Naïma recuerda que uno de sus mayores miedos era que su hija se pareciera a ella: “Me habían hecho creer que ser como yo era lo peor que se podía ser. Y no quería que le sucediese lo mismo”.
A Fátima, su médica de cabecera le ofreció antidepresivos para que se le quitara “la ansiedad por comer”, además de recordarle que existe la cirugía bariátrica. Todo en pos del “bienestar de su hija”, recuerda. “Me dijo: ‘Es que cuando la niña empiece a correr…’. Dando a entender que no podría alcanzarla. Sentí tanta culpa”.
Marta empezó a pensar que “las madres gordas” como ella “no deberían existir” porque no aparecían en ningún sitio: “Seguía muchas cuentas, leía libros… pero en ninguno de esos sitios aparecía la imagen de una madre con mi cuerpo. Así que eso solo podía significar que estaba haciendo algo que no debía hacer”, cuenta. En su caso, la violencia recibida en su gestación, que implicó que la culparan por los dolores que sufría y que supuso el diagnóstico tardío de una pancreatitis aguda, la hizo sentir “incapaz”: “Pensaba que no era capaz de cuidar de mí misma, así que cómo iba a cuidar a mi bebé”.
Y Maite, junto con el inicio de algunas conductas TCA como ingerir líquidos para aguantar sin comer o restringirse determinados alimentos después del comentario de su ginecóloga, desarrolló cierta hipervigilancia sobre la alimentación de su bebé: “Como no he podido dar lactancia materna exclusiva, miro mucho qué lleva la leche de fórmula y me anticipo a su futura alimentación, pensando si sabré darle de comer, si cogerá más o menos peso por mi culpa, si puedo inculcarle una relación sana con la comida a pesar de que yo no la tuve”.
La psicóloga Laura Gómez Asenjo recuerda que “nueve meses de embarazo son muchos meses de incertidumbre”. Ante el miedo y la culpa que puede provocar la gordofobia sanitaria, el control del cuerpo y de la alimentación se presentan como “una forma de transitar” esa incertidumbre, señala.
Según recoge aquí el Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal, la OMS estima que el 25% de las embarazadas experimenta algún tipo de malestar psíquico significativo. “Lo que se le está diciendo a las madres es que si comen de determinada manera y pesan tanto, su bebé puede ser un bebé más sano. Imagínate la responsabilidad tan grande que se les está dando, cuando ahí entran un montón de variables más que no se pueden controlar”, añade la psicóloga.
La buena noticia, dice Gómez Asenjo, “es que identificar lo interiorizado que tenemos el discurso gordofóbico y de la cultura de la dieta, y lo perjudicial que es, es un factor de protección buenísimo para no caer en esas conductas”. De hecho, muchas de las mujeres entrevistadas para este reportaje son ejemplo de ello: Nuria vuelve a comer croissants, Fátima corre perfectamente detrás de su hija y Esther ha dejado de contar calorías.
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