La población indígena de Guatemala es de 6,5 millones de habitantes, el 43,75% de la población del país, según cifra el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA). Durante el siglo pasado eran la gran mayoría, y convivían con criollos —una minoría adinerada, que descendía de los conquistadores españoles y que estaba situada en puestos de poder— y mestizos.
A principios de los 80 se produjo un genocidio en el país. El Gobierno decía perseguir a los indígenas por comunistas, pero lo que en realidad le interesaba eran sus tierras. Esta es la base de La llorona, la película dirigida por Jayro Bustamente que llega a los cines utilizando el terror como subtexto para hablar de los horrores de la historia reciente de su país.
La importancia del contexto: la Guerra Civil de Guatemala
Entre 1960 y 1996, Guatemala vivió una cruenta guerra civil que desembocó en el genocidio que se narra en la película. La guerra tuvo su origen en 1951, con el nombramiento de Jacobo Arbenz Guzmán como presidente de la nación. Arbenz decretó la recuperación de tierras para los campesinos, que en ese momento eran propiedad, en su mayoría, de la United Fruit Company, una poderosa empresa estadounidense que comercializaba con frutas cultivadas en Latinoamérica.
Debido a la reforma agraria, los intereses de la compañía, que empezó a perder poder y dinero, se vieron afectados. El Gobierno de Eisenhower tildó las reformas de Arbenz de comunistas y la CIA intervino en el país a través de un golpe de Estado en 1954 para derrocar a Arbenz, que acabó renunciando al cargo.
Carlos Castillo Armas, a quien el Gobierno estadounidense había armado y entrenado, cogió el relevo presidencial y prohibió los sindicatos y los partidos políticos, además de derogar la reforma agraria. Castillo fue asesinado tres años después y la inestabilidad política, los atentados y las protestas —inspiradas, en parte, por los movimientos revolucionarios en Cuba— se sucedieron durante décadas.
La situación fue recrudeciéndose. Bajo el mandato de Fernando Romeo Lucas García, en 1978, se asesinó a intelectuales, jueces y abogados. La Policía Nacional incluso invadió territorio soberano, asediando la embajada de España en Guatemala y asesinando a 37 personas, incluyendo al cónsul. Con la excusa de acabar con la corrupción de Lucas García, el general del Ejército Efraín Ríos Montt —cuyo álter ego, Enrique, protagoniza la película— encabezó un golpe de Estado en 1982.
Ríos Montt y el genocidio guatemalteco, el punto de partida de La llorona
Con la excusa de acabar con la corrupción, Ríos Montt se negó a convocar elecciones a corto plazo. El Ejército, bajo su mando, y las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) asesinaron a aquellos que consideraba colaboradores de la guerrilla, ya fueran hombres o mujeres, niños o ancianos. La masacre había comenzado antes de su llegada al poder, ya que varias empresas internacionales tenían intereses en las tierras en las que vivían algunas comunidades indígenas, a las que el Gobierno tildaba de comunistas.
«La llorona forma parte de un tríptico —explica Bustamante en conversación con Newtral.es— Son tres películas que hablan sobre los tres insultos que en Guatemala más afectan a la sociedad en términos de discriminación o de diferencia de clase. Uno es ‘indio’, que ataca directamente a los indígenos (Ixcanul, su debut cinematográfico); otro es ‘hueco’, que ataca a los homosexuales hombres (Temblores) y el tercero es ‘comunista’, que es el que trato en La llorona».

El director cuenta que la idea de realizar la película nació de este insulto: «Los comunistas han sido históricamente los enemigos del sistema aquí en Guatemala, y ahora no se le llama así a alguien que realmente es comunista, sino que es defensor de derechos humanos o tiene ideas de democracia social. De aquí se entiende que en un país en el que no se respetan los derechos humanos se pueda llegar a un genocidio».
Ríos Montt sería derrocado en 1983, pero la Paz no llegaría hasta 1996, con la firma de un acuerdo bajo la presidencia de Álvaro Arzú Irigoyen. Tal y como muestra la película con el retrato que hace de él el intérprete Julio Díaz, el dictador se libró de la cárcel. Como diputado electo desde 2007 hasta 2012 gozó de inmunidad parlamentaria, momento en que fue acusado formalmente de genocidio y crímenes de lesa humanidad.
Jayro Bustamente quiso enfocarse en Ríos Montt como un participante de los hechos, «pero no quería hablar de él como persona privada porque no lo conozco ni me interesa. Así que hicimos una investigación de todos los dictadores de América Latina y construimos este personaje basándonos en todos ellos, porque al final se parecen mucho, y es que hay un común denominador: la mayoría se formó en la Escuela de las Américas».
El tirano fue condenado a 80 años de prisión, pero la sentencia fue anulada por la Corte de Constitucionalidad un año más tarde. La Corte aceptó los recursos presentados por la defensa por presuntas irregularidades durante el juicio.
El dictador murió en 2018, a los 91 años de edad sin haber puesto un pie en prisión. Impunidad ante la que el director Jayro Bustamante ha querido hacer justicia, al menos desde la ficción. «No me gusta hablar de venganza. La justicia en aquel momento se arrebató, así que en la utopía de la ficción queríamos permitirnos hacer una catarsis y lograr imaginar que, por lo menos en ese mundo de ficción, existe la justicia».

El país que vio nacer a Bustamante ha apoyado completamente la película, seleccionándola como la candidata de Guatemala para los Oscar en la categoría de mejor película internacional, y para los Goya: se encuentra entre las 16 preseleccionadas a competir por el premio a mejor película iberoamericana.
La llorona, de alma en pena a justiciera
El director creyó que al público de Guatemala no le interesaría una película sobre el genocidio, por lo que la disfrazó de film de terror. «En Guatemala no se quiere hablar de la guerra porque todo el mundo se siente seguramente involucrado y culpable. ¡Se niega el genocidio a grandes voces! Partiendo de esta base, me dije “hay que hablar de la culpabilidad y para que el público vaya a verla, voy a hacer una película de terror”. Los guatemaltecos miran más películas de terror y de superhéroes que otra cosa».
La película utiliza la leyenda de La llorona para trasladar este mensaje. Esta historia, propia del folclore latino, cuenta que una mujer, devastada tras ser abandonada por su marido, ahoga a sus propios hijos hasta matarlos. Desde entonces vaga como alma en pena, llorando arrepentida, y atemorizando a quienes la ven o la oyen.
«La llorona, de alguna manera, es un personaje que nosotros queremos un montón —cuenta Bustamante— pero también es un personaje supermisógino que llora porque un hombre la abandonó, y no solo llora sino que incluso llega al matricidio». Sin embargo, en la película toma la forma de una asistente del hogar a la que solo escucha llorar el general.
El director habló con la intérprete Gaby Moreno para grabar una nueva versión de la canción que popularizó Chavela Vargas, para utilizarla durante los créditos finales del film. La canción, bautizada como La llorona de los cafetales muestra a una llorona que es más bien una madre tierra que llora por los desaparecidos, por todos sus hijos muertos durante la guerra. «Por eso según avanza el metraje la propia llorona va desapareciendo visualmente en la película. La idea es ver que la llorona ya está en el cuerpo de las mujeres que viven en la casa, en el cuerpo de los manifestantes, que son las almas de los desaparecidos».
Bustamante pone énfasis en que todavía hay indígenas a los que les expropian las tierras o defensores de derechos que aparecen muertos. «Vivimos en un sistema de impunidad que es claro, pero quizás ahora no sea tan evidente como antes, cuando los mestizos y los guatemaltecos blancos consideraban de menos valor la vida de los indígenas».
De acuerdo a la Comisión del Esclarecimiento Histórico (CEH) de las Naciones Unidas durante la Guerra Civil, más de 200.000 personas fueron asesinadas o desaparecieron. El director no quiere que los hechos sobre el genocidio se olviden y recuerda que hay mucha información disponible sobre lo que pasó durante la guerra civil, «que no queramos leerla es otra cosa, pero la información la tenemos».
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