En 1609, Lapurdi, región que hoy se ubica en el País Vasco francés, vivió la llegada del perverso juez Pierre de Lancre, miembro del Conseil d’État del rey Enrique IV de Francia y a quien este mandó investigar la brujería en aquella región. El juez gozó de plenos poderes, amparado en una motivación religiosa y moral y, en solo cuatro meses, interrogó a centenares de personas y mandó a la hoguera a cerca de 60 por supuestos actos de brujería.
El director de Akelarre, Pablo Agüero, dice haberse basado libremente en Tratado de brujería vasca: Descripción de la inconstancia de los malos ángeles o demonios, obra en la que Lancre plasmó sus vivencias y motivaciones, describiendo toda una serie de ritos que, estaba convencido, realizaban las brujas vascas. La película, que cuenta con la participación de RTVE y Netflix, puede verse en la plataforma de vídeo bajo demanda.
Akelarre traslada esta historia a España y pone a Alex Brendemühl en la piel del inquisidor Rostegui, un ficticio Pierre de Lancre enviado a Euskadi a purificar la región. Obsesionado con las prácticas de brujería y con presenciar un aquelarre, juzga a un grupo de chicas que habían realizado una fiesta en el bosque y trata de obtener una confesión.
La descripción que el guion hace del personaje del juez Rostegui encaja con la personalidad de Pierre de Lancre. En palabras de Jesús M. Usunáriz, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Navarra, “Lancre se creía, absolutamente, la existencia de las brujas. Lo que relata es lo que él cree. Cree que esas mujeres vuelan, que hacen pactos con el diablo, que se transforman, y las sentencia a muerte. Considera que la justicia española es mucho menos eficaz, o más limitada, y está orgulloso de lo que hace”.
Las prácticas de brujería y los juicios de la Inquisición
Un punto por el que Akelarre destaca formal y temáticamente sobre otro tipo de películas sobre brujería es porque elige contar esta historia evitando caer en lo sobrenatural o en el terror, mostrándonos un drama desde una perspectiva realista que juega con los dobles sentidos y la imaginación del espectador en algunos momentos de la trama.
Sin dejar de lado el folclore vasco del siglo XVI, la película es casi un drama judicial sobre la Inquisición, que encaja mejor con la realidad de la época. Según explica a Newtral.es el catedrático emérito de la UNED, Honorio Velasco Maillo, “el conocimiento que tenemos de la brujería de aquella época depende de todo el conjunto de autos de fe que la Inquisición hizo, fundamentalmente, durante el siglo XVI, XVII y XVIII”.
La Inquisición tipificaría el fenómeno al que calificó como brujería a través del Malleus Maleficarum, un tratado que escribieron dos dominicos alemanes sobre las brujas. “Este y otros escritos posteriores concretaron un conjunto de asuntos que finalmente se convirtieron en el objeto de los interrogatorios de los inquisidores”, señala Velasco.

El tratado se publicó en 1486, por lo que para el siglo XVI o XVII ya estaba definida la figura de la bruja. El catedrático de Historia Moderna de la UNAV, Jesús M. Usunáriz, explica a Newtral.es que principalmente se les acusaba “de fabricar ponzoñas para matar o hacer enfermar a seres humanos o al ganado, o para destruir cosechas”.
“Se les consideraba como agentes del demonio, por lo que también se les acusaba de matar niños”, prosigue Usunáriz. “Se creía que buscaban criaturas recién nacidas, sin bautizar, porque consideraban que sería un gran premio para el demonio, con quien habrían hecho un pacto, renegando de Dios y de los santos”.
La principal acusación que recibían quienes eran tildadas de brujas, era la de participar en el sabbat, lo que después se llamaría el aquelarre: un festival de adoración al diablo. Durante siglos se ha considerado que la propia palabra procede de la voz vasca akelarre, que significa “prado del macho cabrío”, forma con la que se suele representar al Diablo. Sin embargo, esta teoría cada vez es más discutida, ya que historiadores como Mikel Azurmendi consideran que se trata de una creación erudita.
A las brujas también se les acusaba de metamorfosearse en animales, precisamente en cabrones, o de volar para acudir al aquelarre. Estas acusaciones venían de los vecinos “o de los representantes de la autoridad, tanto civil como eclesiástica”, matiza el catedrático emérito de la UNED, Honorio Velasco. “Los inquisidores únicamente se limitaban a interrogar. Las únicas pruebas que tenían eran esas acusaciones, así que los interrogatorios se atenían a la etiqueta que se había forjado previamente”, explica.

Según el catedrático emérito de la UNED, las acusadas llegaban al juicio “con el perfil hecho”. Los inquisidores obligaban a la confesión mediante tortura. “El interrogatorio lo que pretendía no era tanto la búsqueda de la prueba sino la confesión. Tendían, en realidad, a confirmar lo que ellos suponían ellos que era brujería”, explica Velasco. “Creían que la tortura era la prueba de la fidelidad del testimonio”, considera el catedrático de la UNAV, Jesús M. Usunáriz.
El norte de España dominaba los casos de brujería
El catedrático de Historia Moderna considera que el fenómeno de la brujería podría considerarse como una especie de plaga. “Un virus que recorrió la mente de las personas que encontraban la necesidad de buscar chivos expiatorios a las desgracias y los males que sufrían”.
Dentro de España, el fenómeno se dio principalmente en el norte. “Los tribunales de la Inquisición en Logroño, Zaragoza o Barcelona significaban el 70% de todos los casos”, explica Velasco. “Esto ha llevado a los historiadores a asumir que el fenómeno se fue forjando debido a la proximidad con el sur de Francia. Aunque hubo brujería en toda Europa”.
Velasco recuerda que el caso más estudiado y más conocido es el auto de fe llevado a cabo por el tribunal inquisitorial de Logroño en 1610, cuando se juzgó a las brujas de Zugarramurdi, tan solo un año después de la sangrienta expedición de Pierre de Lancre en Lapurdi.
En Zugarramurdi se condenó a seis mujeres. El resto fueron perdonadas tras confesar haber realizado actos de brujería. “Después de aquello, los inquisidores principales dividieron su juicio. Uno de ellos fue Alonso de Salazar y Frías, que fue por los caseríos del norte de Navarra interrogando a las personas y convenciéndose de que aquello no tenía base, que era una enorme ficción”, relata Velasco.
Jesús M. Usunáriz cuenta cómo, gracias a este auto de fe y a la corriente escéptica de Salazar y Frías y otros inquisidores, España va a ser uno de los primeros lugares donde desaparece la caza de brujas. “A partir de 1614, la Inquisición decreta el silencio,que no se vuelva a hablar del tema de las brujas, para evitar la difusión. Por lo que van desapareciendo. La misma idea se irá repitiendo a lo largo de Europa y, prácticamente, en el siglo XVIII los casos son mucho menores”, explica el catedrático.
El caldero y la escoba
Respecto a la representación clásica de las brujas como mujeres viejas que vuelan en escoba y elaboran pociones en un caldero, Honorio Velasco explica que estas imágenes se atribuyeron antes a otras prácticas que se conocen desde la antigüedad “y que debieron ser bastante frecuentes durante la Edad Media”.
“Oficios que irían por la línea de los llamados curanderos, hechiceros, sanadores, o chamarileros, generalmente vagabundos o trashumantes, que se movían por distintas partes de Europa”, desarrolla Velasco. “En torno a estos oficios hay prácticas que tienen que ver con elementos como los calderos, las pócimas y los jugos que se hacían en ellos.
El experto señala que estas prácticas se incluyeron como indicios de brujería en tratados como el Malleus Maleficarum. “La famosa escoba no aparece al principio, porque el vuelo nocturno era vuelo como tal, sin necesidad de escoba. Volaban hacia el lugar del akelarre”.
Usunáriz, por su parte, señala que en el libro de Pierre de Lancre se incluye un grabado de Jan Ziarnko que recoge todos los estereotipos de la bruja: “Aparece volando, adorando al diablo, bailando en el aquelarre, haciendo ponzoñas con cadáveres de niños,… A partir de ahí comenzamos a tener la imagen de una bruja que se va a mantener a lo largo del tiempo. Ya estaba en testimonios anteriores, pero es la que va a perdurar hasta hoy”.

El 75% de las acusadas eran mujeres
El catedrático emérito de la UNED, Honorio Velasco cifra en 1.847 el número de personas encausadas por brujería en España, lo que supondría el 12,5% de las condenas de la Inquisición en España. “Hay una leyenda negra que atribuía a España la mayor fiereza contra las brujas, pero con los datos en la mano se ha demostrado que en absoluto. Nicolas Remi, en 1595 en su Demonolotría se jactó de haber enviado a la hoguera a nada menos que 900 brujas, y en Suiza se habla de 5.417 ejecuciones”.
A pesar de que también se condenó a hombres o, incluso, a algún animal, Jesús M. Usunáriz, explica que según diferentes investigaciones de las persecuciones realizadas se calcula que el 75% de las personas acusadas solían ser mujeres. Es por eso que se suele hacer referencia a brujas, en femenino.
“En parte había cierta misoginia, heredada de la época medieval. Se consideraba que la mujer era más débil y, por lo tanto, era más vulnerable a los engaños y las tentaciones del diablo”, explica el catedrático, que indica que muchas de ellas eran jóvenes y solteras, “al contrario de la imagen estereotipada que se suele tener de una bruja como una mujer vieja y sola”.
Con ánimo constructivo. En el año 1609 no existía ni el término ni la región de Euskadi. Sería más correcto hablar de Euskal Herria, o citar "la actual Euskadi".
Puestos a nombrar, mejor los señoríos históricos que era lo que existía.