Juan Acosta era el nombre de la única víctima mortal reconocida tras la erupción del volcán Teneguía de La Palma. No fue la destrucción de las coladas la acabó con su vida. Según relata una crónica de La Vanguardia del 25 de noviembre de 1971, fue a pescar a unos 2 km de donde la lava se sumergía en el mar. Los gases tóxicos lo fulminaron, mientras que el magma emergido destruyó unas pocas casas a su paso.
Cuando la lava llega al mar, despierta los fantasmas de un riesgo extra al reguero de desgracia lleva avanzando más de diez días por el suroeste de la isla. Medio siglo después, se conocen con más detalle los efectos en la salud y los ecosistemas cuando la lava y la ceniza alcanzan el agua o se depositan en tierra firme. Al riesgo para la salud a nivel local, a corto plazo, se suman transformaciones profundas en ecosistema y paisaje marino.
Impresionantes imágenes del @IGME1849 con la llegada de la colada al mar. #LaPalmaeruption #laPalma @csic pic.twitter.com/D9VKmm61P2
— IGEO (CSIC-UCM) (@IGeociencias) September 29, 2021
Lo primero que hemos visto, al amanecer, es una nube blanca hecha sobre todo de agua. Pero está lejos de ser inofensivo lo que ocurre allí. Y, sin embargo, no implicará una devastación a futuro. De hecho, muy lejos de La Palma, el océano Austral vive una inesperada explosión de vida. Los incendios forestales de 2019 y 2020 en Oceanía arrastraron al mar toneladas de restos de combustión cargados de nutrientes para microalgas.
Un ejemplo de cómo el potencial destructivo de una catástrofe en un sitio se traduce en oportunidad para la vida en otro. Eso sí, cuando la lava de volcán llega al mar requiere de tiempo antes de que, a escala humana, deje de ser tragedia. De hecho, como señala José María Cebriá (Dinámica Terrestre y Observación de la Tierra, Instituto de Geociencias), “a veces se plantea un debate sobre la pertinencia de habitar áreas de vulcanismo activo, pero los seres humanos viven cerca de volcanes desde siempre. En general, los beneficios siempre superan con creces el potencial riesgo”.
A corto plazo, arrasa con flora y fauna inmóvil del fondo marino y supone un riesgo por inhalación de ácidos a nivel muy local.
La llegada de lava al océano ya ha formado un montículo de escombro o sedimento poroso al pie del acantilado que, con el paso de las semanas puede terminar en una especie de delta llamada ‘isla baja’ más o menos consolidada, como ha ocurrido en otras partes de la isla. Explica el geólogo Nahúm Méndez-Chazarra que, como en erupciones anteriores en La Palma, «está creciendo la línea de costa y la vertical». La playa de Echentive (Playa Nueva) se formó tras la erupción del Teleguía.
Aunque en Canarias se conoce como #islaBaja o #fajana, genéticamente se trata de un delta de lava, donde el flujo deja de estar confinado al llegar al mar y se expande, originando la estructura de delta
— IGEO (CSIC-UCM) (@IGeociencias) October 1, 2021
via @USGShttps://t.co/ZlWSSjoF0Z… pic.twitter.com/T3428dNQgu
En el lecho del mar, la erupción de Cumbre Vieja ya ha desplazado a cuantos seres marinos tienen la capacidad de moverse y acabará con los que están anclados a rocas y suelo. Dejará inutilizables durante décadas o siglos la mayoría de terrenos anegados de restos de lava convertida en afilada roca volcánica. Pero, a corto plazo, la amenaza de ceniza y humos se cierne sobre todo sobre la salud respiratoria, apunta desde la SEPAR la neumóloga Olga Mediano. “Los gases, a nuestro nivel, no preocupan tanto si no nos acercamos”. Se monitoriza su evolución, mientras se mantiene una zona de exclusión de 2 kilómetros.
Explosiones de corto alcance cuando la lava llega al mar
Como explica el geólogo Nahún Méndez-Chazarra, la lava ha entrado a una temperatura superior a 800ºC en el mar. El agua del océano está estos días a unos 25ºC. Del contraste, lo primero que surge es es columna de vapor de agua o gotitas minúsculas en forma de nube blanca. “Se produce un enfriamiento rápido, pueden darse explosiones locales con fragmentos pequeños de cristales, como esquirlas. Cualquier prevención es poca”. Es algo parecido a cuando cae agua en una sartén de aceite caliente.
Inmediatamente se desencadenan una serie de reacciones químicas con componentes tóxicos implicados. El más conocido es el ácido clorhídrico, que usamos domésticamente como salfumán. Eso sí, desde La Palma el investigador Alexis Schwartz (Involcán / Geo-Tenerife) explicaba este lunes en Al Rojo Vivo de La Sexta que si bien pueden producir “plumas (columnas) con un contenido de gases de azufre y cloro, las concentraciones que se puedan alcanzar no son grandes si no estamos muy próximos”.
Por su parte, el coordinador del Grupo de Volcanología de Barcelona (CSIC) Joan Martí precisa respecto al resto de compuestos tóxicos que “serán exactamente los mismos que los que tiene la lava desde el momento que comenzó la erupción. Entre ellos destacan el dióxido de azufre (SO2) o el dióxido de carbono (CO2), pero las cantidades seguirán siendo las mismas”. Estos no responden a una reacción con el agua. Están en la lava, según salen de la boca del volcán.
No en vano, muchos de estos gases son idénticos a los que emiten los vehículos a motor en las ciudades. Lo que sale del tubo de escape no es muy distinto a lo que emana de la boca del volcán: dióxido de azufre, monóxido y dióxido de carbono son los más característicos. Sin embargo, ascienden a más de 3 o 4 kilómetros de altura, en una columna que puede ser desplazada por el viento, pero también dispersada, por cuanto no suele haber un riesgo para la salud de las personas en tierra.
Según explica a Newtral.es el ingeniero Alejandro Martí, creador del sistema de alertas ante volcanes y otras catástrofres MITIGA, “durante los siguientes tres días, la nube de dióxido de azufre se transportará hacia el este, principalmente sobre el sur de Europa, el mar Mediterráneo y el norte de África. De todos modos, no se esperan efectos nocivos para la salud.”
Dicho esto, las simulaciones predictivas “se hacen utilizando modelos geofísicos de dispersion de partículas y las imágenes de satélite y depósitos de ceniza se utilizan para la validación de estas simulaciones”, explica este investigador. Un mix de tecnologías en tierra y espacio sumadas al procesamiento de grandes datos manejados por el Centro de Supercomputación de Barcelona, del que surge la spin-off de Martí. Y más allá de los gases, se presta atención siempre la ceniza, según continúa la actividad estromboliana en las bocas más elevadas del volcán.
Los gases y partículas obligan a usar mascarillas específicas y vigilar el agua potable
La erupción de Cumbre Vieja, pese a ser explosiva estromboliana, está lejos de parecerse a las vulcanianas, con emisiones de cenizas masivas. De hecho, una de las bocas del volcán empezaba a emitir una lava más fluida, carente de detonaciones y, por tanto, de emisión importante de cenizas. Es lo que se conoce como dase efusiva, más propia de erupciones hawaianas.
Aún así, las cenizas y fragmentos más pequeños de roca constituyen uno de los primeros riesgos para humanos, por su capacidad abrasiva para piel ojos y mucosas y, secundariamente, por suponer un sobrepeso para viviendas e infraestructuras u obstruir motores, recuerda Méndez-Chazarra.
Los restos de cenizas y partículas más grandes afectan a nuestras vías respiratorias superiores e inferiores. El cuerpo reacciona con tos, estornudos y secreciones y molestias en faringe y nariz. Las inferiores a 2 milímetros pueden llegar a los bronquios, provocando dificultad respiratoria y dolor de cabeza, que suele ser leve en personas sanas.
La neumóloga Olga Mediano precisa que para evitar la inhalación de esas cenizas y polvo, una mascarilla bien ajustada, tipo FFP2, puede resultar útil, aunque las hay diseñadas especialmente para polvo. “Nos ha pillado en un momento en que todos teníamos una mascarilla a mano y esto ha sido fundamental”.
Nos ha pillado en un momento en que todos tenemos una mascarilla a mano. Es fundamental, pero las FFP2 no valen para filtrar los gases cuando la lava llega al mar.
Olga Mediano. Neumóloga Hosp. Guadalajara, SEPAR.
Sin embargo, las FFP2 no son tan efectivas como barrera ante los tóxicos óxidos de azufre o ácidos que pueden formarse cuando la lava llega al mar. “Para ello son necesarias otras específicas, pero lo importante es no acercarse al foco de emisión”.
Además, el gas dióxido de azufre produce este tipo de efecto de irritación llamada broncoconstricción, un ‘cierre’ parcial de los bronquios. Llega menos oxígeno a los alveolos, que llevan éste a nuestra sangre. “En una persona sana puede tener pocas consecuencias, pero con patología de base como EPOC o asma, puede llevarle a un ingreso hospitalario”.
Por su parte, el gran problema del ácido clorhídrico es su propia acidez, que es irritante para estas vías aéreas “que tienen una mucosa muy sensible”. No obstante los satélites se encargan de monitorizar su evolución, junto con los equipos de muestreo in situ. No es previsible que las concentraciones sean peligrosas para la población si se respetan los perímetros de seguridad en tierra y mar.
Martí, por su parte, añade en un análisis en The Conversation que, “la llegada de la lava a las aguas subterráneas y los acuíferos sí podría suponer un riesgo dado que estas podrían contaminarse rápidamente. Esto podría suceder porque en La Palma hay una red de acuíferos importante y podrían dejar de ser aptos para el consumo”, si bien, hasta la fecha, no se ha notificado la contaminación del agua del grifo. Se monitoriza constantemente.
Explosión de vida en el mar (no tanto en tierra) tras el paso de la lava
“Las cenizas son un potente fertilizante”, recuerda la volcanóloga del IGN Alicia Felpeto. Ricas en minerales como magnesio o hierro, su poder regenerador de la flora es indiscutible. Pero para ello tiene que pasar tiempo. Un buen ejemplo es lo ocurrido en aguas australes o, más cerca, en el volcán Tagoro de El Hierro, tras la erupción submarina de 2011, que se prolongó durante cinco meses.
El pasado sábado llegó a La Palma el buque oceanográfico ‘Ramón Margalef‘ del Instituto Español de Oceanografía para estudiar los efectos de la erupción en el ecosistema. Experimentado en El Hierro, ya está analizando la columna de agua y cambios morfológicos en el fondo marino. Sus científicos no descartan posibles focos de emisión bajo el agua. Los datos se están comparando con los estudiados en 2018 en la zona.
El buque ‘Ramón Margalef’ del IEO lleva desde el sábado anticipándose a una llegada de lava al mar o posibles bocas submarinas del volcán.
Desde la Universidad de Duke (EE.UU.), el profesor de biogeoquímica Nicholas Cassar va más allá a partir de los datos de Australia: “Nuestras investigadores son evidencia de que el hierro de la ceniza de los incendios forestales puede fertilizar los océanos, lo que podría conducir a un aumento significativo en la absorción de carbono por el fitoplancton”. Podríamos ver cómo el océano se vuelve temporalmente turquesa en el área que toque la lava.
Las floraciones de algas desencadenadas tras los incendios forestales australianos fueron tan intensas y extensas que el aumento posterior de la fotosíntesis puede haber compensado temporalmente una fracción sustancial de las emisiones de CO2 de los incendios, señala Cassar. Pero aún no está claro cuánto del carbono absorbido por ese evento permanece almacenado de manera segura en el océano y cuánto se libera a la atmósfera.
Es un ejemplo de la manera en que la Tierra trata de recobrar su equilibrio cuando se produce una catástrofe natural. Sólo cuando se altera el ritmo habitual de los desastres inherentes al funcionamiento del planeta, los desequilibrios se pueden tornar en irreversibles. Aunque unos y otros son una calamidad para los humanos que habitamos su superficie.