La esperanza feminista es un trabajo: motivos para no caer en el pesimismo colectivo este 25N

esperanza feminista 25N
Imagen: Shutterstock
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El otro día una mujer maravillosa en el programa presentado por Juan y Medio y Eva Ruiz relataba “toda una vida de sufrimiento al lado de su marido”. En maquillaje le habían preguntado cómo quería que le pintasen los labios y ella respondió: “De rojo”. Nunca se los había pintado así porque su marido no quería, “decía que las mujeres que se pintaban los morros de rojo eran fulanas”, recordaba la invitada. Ese día que pudo elegir, le dijo a la maquilladora: “Pónmelos de rojo”. “Y estoy muy contenta”, añadía. 

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Ser mujer y habitar este mundo a veces resulta trágico, pero la violencia no es lo único que define nuestras vidas, sino que estas también pueden ser hermosas, divertidas, descaradas e insumisas. Quitar el manto del silencio y visibilizar las incesantes violencias vinculadas al género es necesario pero también desolador. Pensar que nuestras vidas solo pueden estar mediadas por la violencia puede ayudar a procesar temporalmente el terrible torrente de información sobre violencia machista al que estamos sometidas. Pero al final eso solo conduce a aspirar a poco más que una vida sin violencias. Pero una utopía feminista debe aspirar no solo a desear la erradicación de la violencia, sino que debe poder imaginar cómo lucirían esas vidas libres de violencia. 

Combatir el patriarcado en abstracto es desalentador: una no puede evitar por sí misma los 50 feminicidios que hay de media al año ni desarticular la manosfera. Así que si todo eso va a seguir sucediendo, ¿cómo coger aliento para no caer en el inmovilismo? ¿Cómo seguir apegada al feminismo como herramienta otro 25 de noviembre?

La invitada del programa de Juan y Medio que se pintó los labios de rojo estaba dándole al mundo un aprendizaje muy valioso: había identificado que había sufrido violencia e identificarla la había hecho conectar con la ira y el enfado; esa ira y ese enfado la habían impulsado a buscar algo, lo que fuese, que anclase su existencia a este mundo, que la permitiese convencerse de que es merecedora de algo mejor que un marido maltratador que había rebajado su feminidad durante toda su vida; y ese convencimiento la había conectado con la belleza y la ternura, dos lugares en los que una puede descansar de la hostilidad del mundo.

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@latarde_rtva #juanymedio #latarde #vida @Eva Ruiz @Canalsur @canalsurmas ♬ sonido original – LATARDE_RTVA
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Para este 25N, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, preguntamos a mujeres de diferentes ámbitos a qué se aferran ellas para hacer el presente más vivible y para imaginar un futuro radicalmente distinto. Esto es lo que dicen en primera persona.

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Raquel Orantes. Hija de Ana Orantes

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Llevar el apellido de mi madre ya es para mí una forma de esperanza, llevarlo con orgullo a todos los lugares posibles para que su memoria siga viva. Una memoria que habla de que a pesar de que fue asesinada, vivió sus últimos años, cuando consiguió separarse, aferrada a la libertad. A esa posibilidad de libertad nos debemos y caer en el derrotismo es algo que miles de mujeres no se pueden permitir. La memoria de mi madre, además, es un recordatorio de que las instituciones tienen la obligación de hacer que nuestras vidas sean más vivibles. Para mi madre no fue posible y cada mujer asesinada es un fracaso colectivo, pero cada mujer que consigue sobrevivir es también un éxito colectivo. 

En mi caso, me gusta contar que teñirme de rubia es conectar con el anhelo de mi madre de mostrarse ante el mundo con contundencia, porque su marido, ese demonio, no la dejaba, decía que era de putas. Cuando se separó se puso rubia y cada vez que iba a la peluquería, se aclaraba más el pelo. Era una forma de rebelarse. Y para mí ese acto simbólico me conecta con la esperanza. Llevo mi palabra a donde puedo, confiando en que siempre hay alguien al otro lado que está escuchando y que necesita algo de aliento. Y llevo el cabello que a mi madre le habría gustado llevar siempre para mostrar que en un mundo hostil para las mujeres, no vamos a desaparecer. Como dijo la única hermana Mirabal que no fue asesinada: “Quedé viva para contarles la historia”.

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Alana S. Portero. Escritora

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¿Qué estrategias feministas tengo para no caer en el inmovilismo? Gritar como Florence Welch, invocar como Mónica Richards, ser oscuras como Gitane Demon, hacer sangre como Angélica Lidell, aprender los hechizos de Ethel Cain, follar sobre las tumbas como Mary Shelley, morir inocente y resucitar diabólica como Lucy Westenra, hacer nuestra la noche como Lilith. Acechar desde las rocas como las sirenas, desde los cerezos como las arpías y desde la calle Santa Isabel como Roberta Marrero. Dejar de pensar, dejar de reflexionar, contagiarnos de las heridas y los placeres de las otras. Devolver la agresión. 

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Laura García Asenjo. Psicóloga especializada en género

Hay algo muy poderoso en terapia que no es solo ayudar a las mujeres a ser conscientes de las violencias que viven o han vivido, sino conectarlas con quienes las han querido. Recuerdo el caso de violencia de género en pareja de una mujer mayor que, fruto también de esta violencia, no había tenido amigas nunca y que estaba totalmente sola. Lo útil para ella no solo fue darse cuenta de todo esto, sino recordar que su padre había sido muy tierno con ella. Agarrarse a la ternura de su padre, al hecho mismo de que había habido una persona que la había tratado bien, que la había querido y que la había cuidado es lo que le demostró que puede haber gente, aunque sea una sola persona en el mundo, que te trate así. Y, por tanto, es la demostración de que se puede seguir viviendo después de la violencia 

Como psicóloga también veo a mujeres que me dicen que para qué van a salir de una relación marcada por la desigualdad si la próxima va a ser igual. Esta idea de que los hombres son así y no pueden cambiar es caer en un conformismo que normaliza esa violencia y esa desigualdad de género. Claro que hay una socialización que marca la conducta de muchos hombres pero lo que va a actuar como factor de protección es que aprendamos a nombrar esas situaciones y que desarrollemos estrategias para evitarlas o redirigirlas. Conectar con la ira, es decir, con la sensación de injusticia, esa que te hace pensar “¿pero yo por qué tengo que conformarse con esto?” es lo que va a ayudar a que seamos más exigentes. Y la ternura, aferrándonos a quien nos quiere y nos cuida, es lo que nos permite descansar de esa ira

Por último, en mi caso personal, me gusta decir que disfruto de ser mujer, no como una esencia inmutable, sino como algo que me da un sentido de pertenencia. Haber sufrido experiencias similares, aunque sean trágicas, me conecta con otras personas y eso me parece hermoso y divertido.

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Elisa García Mingo. Investigadora de la manosfera

Cuando trabajas investigando la violencia masculina, o informando de ella o documentándola, el conocimiento que generas te lleva a posturas muy pesimistas, a una especie de pesimismo epistémico. Y hay que luchar contra eso. Para mí una de las claves es no perder la perspectiva. Puedes focalizarse únicamente en que uno de cada cinco varones jóvenes cree que la violencia de género es un invento ideológico o puedes también ver la imagen completa: hay un porcentaje grande que muestra que los varones jóvenes son más feministas que los varones de generaciones anteriores. 

Hay que tener imaginación sociológica: a la hora de manejar datos, tienes que poner sobre la mesa también aquellos que te permiten ser más ecuánimes en tus análisis. Investigando la manosfera, trato de coger perspectiva pensando que hay una escala de grises grande entre quienes se dicen feministas y quienes se dicen antifeministas, que ahí hay posturas que pueden mutar. Trabajar con todo el espectro de gente que no es radicalmente violenta es lo más importante en realidad. Entiendo que es doloroso mirarnos como sociedad y tener que reconocernos como una sociedad violenta, produce desazón e incomodidad, pero eso es porque hemos quitado el manto del silencio. Para combatir el pesimismo, creo que es importante celebrar los logros y, además, utilizar la esperanza como método: no solo centrarnos en documentar los casos de violencia, sino también aquellas experiencias de supervivientes y de quienes resisten a la violencia. Primero te ensucias pero luego te lavas de esa violencia.

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Irmina Saldaña. Médica de familia

Una consulta de Atención Primaria a veces es el único espacio en el que las mujeres realmente cuentan cómo están. Eso, para quienes trabajamos activamente contra las violencias machistas, es casi un privilegio. Lejos de situarte en un lugar desolador, te mantiene en contacto con la posibilidad misma de cambiar la vida de algunas mujeres. Para eso tenemos que atrevernos a preguntar en consulta cómo están en su casa, cómo están en su relación, si se sienten bien tratadas, quien se hace cargo de tareas del día a día, quién se ocupa del cargo emocional, si se sienten valoradas e incluso por cuestiones sexuales, ya que la violencia sexual en pareja sigue siendo un problema del que no se habla. 

Para poder hacer esas preguntas, hay que poder forjar un vínculo, y para eso necesitamos que haya suficientes médicos de Atención Primaria. Todas las médicas tenemos la posibilidad de empezar a preocuparnos por esas mujeres que acuden a nosotras ahora mismo y, a la vez, la esperanza también es exigir mejores condiciones sanitarias porque una sanidad mejor hará las vidas de todas y todos más vivibles.

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Isa Duque – La Psico Woman. Sexóloga y educadora

En verano, cuando hay vacaciones y no estoy en contacto con las adolescencias con las que trabajo durante el curso, me empieza a comer el ruido del pesimismo mediático. Es fácil caer en esa narrativa de que los jóvenes van a peor, de que cada vez son más machistas, de que no hay nada que hacer… Porque da la sensación de que esas cuestiones describen a toda la juventud al completo. Pero la práctica te obliga a cambiar la mirada, y lo que yo veo es que tienen plasticidad para cambiar creencias y que más allá de determinados discursos, las prácticas son positivas. 

Las encuestas sobre la juventud no deberían ser una foto fija ni una traslación del adulto que van a ser. No podemos caer en la profecía autocumplida. Siempre digo que hay cosas muy potentes que se pueden rescatar de la “juventud cafre” porque si en ciertos encuentros expresan opiniones machistas, por ejemplo, es porque no han interiorizado que hay cosas políticamente incorrectas. Quizá en vez de tomarlo como algo desolador, hay que verlo como una oportunidad para acompañar esas ideas y promover prácticas de buenos tratos. Que lo digan en voz alta significa que te están dando pie a que puedes trabajar con ellos. De hecho, sabemos que se producen cambios de posturas cuando escuchan casos reales de violencias o imaginan a personas cercanas en esa situación.

El entrenamiento activo de la esperanza para mí es obligatorio cuando trabajas con infancias y adolescencias. En mi caso, mi esperanza se construye precisamente al estar en contacto con ellas, me contagian de su espontaneidad y de su frescura. Hay gente que me da las gracias por hacer este trabajo, como si fuese como irse a la guerra. Creo que quienes están desesperanzados respecto al futuro es porque no están en contacto con quienes albergan el futuro en sí.

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Sindicato de Inquilinas

Nombrar la violencia habitacional como violencia machista es el primer paso para enfrentarla: reconocer que las expulsiones de nuestros hogares, los alquileres imposibles, la precariedad y la soledad que se nos impone afectan especialmente a las mujeres no es una cuestión simbólica o casual, sino política. En un momento en el que parece que combatir esta violencia es casi imposible, desde el Sindicato de Inquilinas sabemos que hay tres caminos que siempre funcionan: organizarnos, dirigir la rabia hacia quienes sostienen este sistema injusto y celebrar cada pequeña victoria. 

Y en esa lucha, es crucial no perder de vista que cada “nos quedamos”, cada desahucio paralizado, cada nodo que crece, cada brigada inquilina llena de risas es una victoria real contra la violencia machista del mercado de la vivienda que nos quiere aisladas. Dirigir la rabia correctamente significa transformarla en acción organizada, en apoyo mutuo, en presión constante a rentistas y Gobiernos, en complicidad entre vecinas. Y celebrar nos recuerda que sí estamos moviendo cosas, que sí estamos ganando, que no estamos solas y que la esperanza también se construye. Porque cuando nos organizamos, no solo defendemos casas: defendemos vidas.

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