Hay una España patrullada por la Ford Transit, furgoneta surtidora de melocotones en báscula romana, que hoy depende de Silicon Valley y Taiwán. La industria de la automoción paga el atasco y escasez en la producción de microchips. Casi medio año de escasez de esta materia prima de la que depende desde un Tesla a una Transit, cuya producción se acaba de suspender en Almussafes.
Unas 30.000 furgonetas de Ford dejarán de producirse en Valencia hasta julio, mientras que en Figueruelas, la plantilla de Opel se enfrenta a un ERTE y a la supresión del turno de noche. No hay trabajo por la escasez de microchips. Semiconductores que se conjugan con la electrónica de casi cualquier vehículo a motor actual.
Para la profesora de ingeniería de materiales Carol Handerker (Universidad de Purdue, EE.UU.), “la industria de la automoción mundial predijo que la demanda de coches disminuiría durante la pandemia, por lo que redujo sus pedidos de chips”, señala para explicar lo que está ocurriendo.
Utilizados en sistemas de seguridad, control, emisiones e información para el conductor, “las automovilísticas han reiniciado ahora la producción, y se enfrentan a la escasez de microchips semiconductores”, señala en The Conversation. Chips que se ha comido otra industria durante la pandemia.
La pandemia que se comió los microchips
Uno de los protagonistas de la pandemia ha sido Bill Gates. Elevado a la categoría de demonio por algunos antivacunas, entre los bulos más pregonados, su supuesta intención de introducir chips para controlar a la ciudadanía, vacuna mediante.
Pero Gates sabe que no hubiera sido fácil llenar de chips miles de millones de viales vacunales en pleno 2020. Sí hubiera ‘podido’ (si existiese una manera) cuando fundó Microsoft en 1975, en plena expansión de la industria de los semiconductores. O sea, los chips hoy inmersos en la escasez.
“En aquellos años se produjo el boom, después de que el Ejército [de EE.UU.] fuera el gran cliente de quienes crearon la industria de los semiconductores en Silicon Valey”, señala el profesor de microelectrónica de la UCM Ignacio Mártil.
La cuestión es que, camino de medio siglo más tarde, el mundo hiperconectado devora chips con cada vez más transistores en su interior, apilados en plantas nanoscópicas, formado paisajes de un Benidorm de sílice al microscopio.
Son más sofisticados, por así decirlo. Y los nombres que reinan esa industria son los mismos, casi, que entonces: Intel y AMD, a los que se suman los asiáticos Samsung (Corea) y TSMC (Taiwán).
“La pandemia ha acelerado un problema que venía de hace seis o siete años. La demanda de microchips de última generación tenía incrementos de dos dígitos anuales. Durante meses, nos hemos metido en casa a trabajar y consumir ocio. Hemos comprado portátiles, pantallas, consolas... por encima de las posibilidades de los fabricantes de chips”, apunta este físico de materiales.
¿Por qué hay escasez de microchips si salen de algo tan abundante como la arena?
Para conseguir un chip del tamaño de un grano grande de arena se necesita… mucha arena, silicio. El silicio es el componente más abundante de la corteza terrestre. De él se obtiene la base de los semiconductores, que permitieron saltar de la era de las válvulas (aquellas radios y computadores enormes con ‘bombillas’) a la de los transistores (radios portátiles y PC).
Pero por mucha arena que haya en la Tierra, “el silicio hay que purificarlo hasta un extremo inconcebible, nos vale sólo cuando tiene un 99,9999999 % de pureza”, precisa Mártil. Y para eso hacen falta fábricas cuyo despliegue es carísimo.
Este profesor lo sabe bien, trabaja en un laboratorio que emula a los escasos gigantes de la fabricación de obleas de silicio. A una escala infinitesimalmente menor, su centro en la Facultad de Físicas, es uno de los “lugares más estériles de Madrid”. Las condiciones de trabajo del silicio son verdaderamente peculiares.
El problema en este momento “es que de todos los fabricantes que eran capaces de hacer chips de última generación al principio del siglo XXI sólo quedan tres; TSNC, Samsung e Intel”. Los especializados en microchips de última generación.
Hasta las criptomonedas se comen los chips
“Las tarjetas gráficas y los móviles son los vectores que se comen los microchips de más alta tecnología”, lastrando a todo lo demás, como la industria de la automoción. Su consumo se ha disparado. Los chips más clásicos o el silicio para hacer placas solares no tienen tanto desabastecimiento.
A eso se suman usos nuevos: “Todo lo que tiene que ver con las criptomonedas (y el blockchain) mete una presión descomunal a las tarjetas gráficas y procesadores. Nvidia (el mayor diseñador de gráficas) está teniendo grandes problemas para suministrar equipos que los que manejan el bitcoin”, añade Mártil.

TSMC planea invertir más de 25.000 millones de dólares este año solo en fábricas y ha prometido invertir 12 mil millones de dólares en una fábrica en Arizona. La fábrica de TSMC de Arizona procesará 20.000 obleas de silicio al mes, en comparación con el millón de obleas en las instalaciones existentes de TSMC en Taiwán y China.
El presidente de EE.UU. Joe Biden firmó el pasado febrero una orden ejecutiva para reorientar el uso de los escasos suministros de chips. El país se centra ahora en las áreas de defensa, salud pública, comunicaciones, transporte, energía y producción de alimentos.
“La orden ejecutiva de Biden sobre las cadenas de suministro es un paso importante para determinar las inversiones necesarias para mejorar las perspectivas de la industria de semiconductores de EE. UU.”, explica la doctora Handerker.
¿Reconducirán estos movimientos el mercado o alargará la sed de la industria de la automoción o ciertos electrodomésticos? La figurada tormenta de arena del sector, por ahora, no permite ver un horizonte.
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El artículo es correcto, pero gracias a tu comentario resulta más que excelente.