El juicio a la sexualidad de las madres como Elisa Mouliaá

Elisa Mouliaá madre maternidad
Elisa Mouliaá en la toma de declaración
Tiempo de lectura: 7 min

Nunca me habían dicho tan a menudo que no parezco madre desde que soy madre. Tiene mucho que ver con la idea asfixiante que hay sobre las mujeres con hijos: seres púdicos, comedidos, prácticamente desdibujados por su nueva identidad. Porque para muchas miradas, la criatura no es una extensión de la madre, sino la madre de la criatura. Tan dañino me parece esperar que a las mujeres no se nos note la maternidad como creer que no hay ni rastro de la persona que eras antes. 

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Hace no mucho compartí en un grupo de WhatsApp de amigas (algunas íntimas y otras no tanto) mi look para ir a ver el documental de Bad Gyal, pues la mayoría somos devotas de Alba Farelo. Minifalda, botas de cuero por encima de la rodilla, labios borgoña, abrigo de pelo sintético. Los comentarios aparentemente positivos fueron dando lugar a otros que parecían reproches. “¿Y el bebé con quién se queda?”, ¿tía, cómo te da tiempo a hacerte la manicura?”, “¿pero te has sacado la leche antes?”. Y el peor de todos: “Qué prisa por volver a ser víctima de la presión estética”. De repente tuve que rendir cuentas sobre cómo me organizo el tiempo tras parir y por qué mi feminidad y los trabajos de belleza siguen ocupando un lugar importante en mi lista de prioridades. Todo el mundo desconfía de una madre que hace twerk en vez de pilates, que postea su escote con lencería de encaje y no con sujetadores de lactancia y que manda fotos suyas en vez de tiernas fotografías de su bebé. Aunque el día a día de una madre se parezca mucho más a una mezcla de todo ello, no hay dualidad posible. Una vez eres madre, el mundo no sabe mirarte de otra forma. 

Esto mismo es lo que dejan traslucir los comentarios realizados por el juez Adolfo Carretero a Elisa Mouliaá en la toma de declaración después de que la actriz y presentadora denunciase por violencia sexual a Íñigo Errejón. “A pesar de haber bebido, usted sí pudo entender perfectamente que su padre le decía que su hija tenía 40 de fiebre”, expresa Carretero una vez. Y prosigue tras interrumpir a Elisa Mouliaá: “Y por qué no dijo, lo siento, no puedo ir a tu casa porque tengo que ir con mi hija que tiene 40 de fiebre, no puedo ir a tu casa, otro día”. El magistrado insiste otras dos veces: “En el propio taxi podría haber dicho: ‘Me bajo ahora, me cojo otro taxi y me voy a casa porque mi hija está enferma’” y “él puede decir lo que le dé la gana, pero es usted la que tiene que decir: ‘Me voy con mi hija’”

Decía la jueza Cira García, especializada en violencia contra la mujer, que ahí lo que se juzgaba no era solo su capacidad para cumplir con las expectativas que hay sobre cómo actúa una presunta víctima, sino su propia capacidad como madre. Porque el goce de las mujeres existe primero para el hombre y después, para el hijo. Fuera de estas coordenadas de funcionalidad, el disfrute femenino no merece clemencia. O como escribía en esta columna la periodista Alba Correa, nuestra corporalidad tras dar a luz, y con ella nuestros deseos, anhelos y necesidades, “está ahora sujeta a nuevas condiciones”. “Puedes ser un cuerpo sexuado tan solo en la intimidad de tu casa, a ser posible solo con una única pareja sexual”, añadía Correa.

La escritora Rebecca Woolf, ex stripper y autora de la columna Sex and the single mom, escribía que muchos de sus lectores daban por sentado que a sus hijos “les mortificaría saber que a su madre le gustaba practicar sexo y que no sentía ningún pudor en expresarlo”. “No conozco a ninguna madre que se haya quitado la ropa por dinero o haya expresado su interés por el sexo en cualquiera de sus formas y que no haya visto su maternidad convertida en un arma contra ella”, prosigue Woolf.

El cuestionamiento a Elisa Mouliaá como madre es más que palpable desde que hizo pública su denuncia. “Quién no ha dejado a su hija de un año con fiebre para irse por ahí” o “la actriz feminista deja a su hija enferma para poner los cuernos a su marido” son algunos de los muchos comentarios que la actriz y presentadora ha recibido en los últimos meses. Ha dado igual que aclare que su hija todavía no tenía fiebre cuando salió o que ya se estaba separando de su marido. Y la realidad es que ni siquiera debería importar. Pero, como apunta la magistrada García, “sobre ella ya operan los estereotipos de la mala madre”.

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Lo que pone de relieve la declaración de Elisa Mouliaá —independientemente de qué hechos se consideren finalmente probados y la valoración penal que se haga de los mismos— es que las madres no tienen derecho a ser algo más que madres.

En noviembre de 2006, dos meses después de parir a su segundo hijo, Britney Spears fue fotografiada de fiesta junto a Paris Hilton y Lindsay Lohan. Aquella imagen dio rienda suelta a todo tipo de titulares que la acusaban de ser “una golfa” y de “ir hasta arriba de drogas”, como cuenta la artista en su autobiografía. Poco después, en una entrevista con Matt Lauer este le preguntó si ella se consideraba a sí misma una mala madre. Y un año después, Ryan Seacrest le preguntó si sentía que estaba haciendo todo lo posible por sus hijos. Es imposible no pensar en Pamela Anderson, a la que un paparazzi le soltó “¿dónde está tu bebé?” en una de las primeras salidas nocturnas que hizo. Aquella frase venía a rematar el castigo colectivo que se había ejercido sobre ella por haber posado desnuda en Playboy. La lección a ambas era clara: una vez te conviertes en madre, más te vale comportarte como una. 

Aunque Elisa Mouliaá ha aclarado que estaba en proceso de separación, el juicio desplegado contra ella me sirve para recuperar un dato preocupante sobre cómo la sociedad aún juzga a las madres “incorrectas”: en Estados Unidos se ha observado que los tribunales son más indulgentes con el adulterio de los padres que con el de las madres. Es lo que expone esta publicación académica del abogado y profesor de Derecho Donald H. Stone. El autor cita una revisión sistemática de decisiones judiciales en casos de divorcio que muestra que “las madres que viven con un amante tienen muchas más posibilidades de perder la custodia de sus hijos que los padres en una situación similar”. También lo recogía la filósofa y escritora Susan Griffin en Notas sobre la cuestión del feminismo y la maternidad: “En el siglo XIX, la mujer que tenía un amante perdía a sus hijos, que se quedaban con su marido, pero el mismo comportamiento en el marido ni siquiera era motivo para pedir el divorcio. Hoy, en algunos estados de Estados Unidos, una mujer puede perder la custodia de sus hijos por lo que se llama ‘promiscuidad’”.

Cualquier tiempo que una madre dedique a la búsqueda de su propio placer —sexual, pero no solo— es una muestra de egoísmo, pues es tiempo que le roba a una criatura plena de interminables necesidades. Lo principal es que una madre sea, ante todo, su propia madre. Que ejerza firmeza consigo misma, que se ponga límites, que “se pase el día de rodillas”, como en el poema de Anne Sexton. Si no, serán otros los encargados de hacerlo a través de correctivos sociales. Ya sea un desconocido por la calle o un juez ante el que has de declarar.

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1 Comentarios

  • Tengo unos cuantos años de vida y he recorrido camino. Sé que los tiempos han cambiado (muchos para bien) y que la mujer ha alcanzado logros, sín embargo cuesta mucho aceptar que ellos impliquen irresponsable cuando se le amerite. Si bien es cierto que porque esté al lado de su hijo(a) no le bajará la fiebre (en este caso) no es menos cierto que es la madre o padre quien debe tomar decisiones en las acciones a seguir y no entiendo cómo se puede disfrutar (fiesta, paseo o lo que esté haciendo) si sabes que tu hijo(a) está delicado de salud. La vida tiene muchos días para poder disfrutar de estas salidas.