El duelo en el corazón de la pandemia, las residencias: “una hoja colgando es el dolor que se queda, eso es todo lo que vi de mi padre desde el ocho de marzo”

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Víctor Lerena | EFE
Tiempo de lectura: 15 min

Lo primero que hacía Carlos al llegar a su trabajo era leer el parte del día anterior, en el que se apuntaba -entre otras cosas- las defunciones. Normalmente Carlos leía una a la semana, o incluso ninguna. A partir de marzo la residencia dejó de registrar a los fallecidos en el parte.  

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“Empezaron a fallecer cuatro y cinco ancianos al día, gente que estaba bien, que no tenía ninguna enfermedad de base” cuenta Carlos, fisioterapeuta en una residencia de Madrid, de la que no quiere revelar el nombre. “Jamás pensé que iba a ver a tanta gente morir así”, explica a Newtral.es.

“Existen numerosas diferencias entre la pérdida de un ser querido en una situación normal y lo que hemos vivido estos meses”

Para Raúl Vaca, gerontólogo y neuropsicólogo, los centros residenciales son, en cierto modo, comunidades: “se crean unos vínculos afectivos y emocionales estrechísimos tanto entre los usuarios como entre los trabajadores del centro y los propios familiares que, en muchos casos, visitan a diario los centros”.

Aunque todavía no se sepa el alcance exacto que ha tenido la pandemia en las residencias de mayores, los que viven y trabajan allí conocen a la perfección el duelo provocado por esa cifra incierta de fallecidos. “Existen numerosas diferencias entre la pérdida de un ser querido en una situación normal y lo que hemos vivido estos meses”, explica Vaca a Newtral.es.

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Los trabajadores y el dolor por compasión

Carlos recuerda con “mucha impotencia” el rápido deterioro físico de las personas mayores contagiadas de Covid-19: “no había médicos, ni respiradores, ni personal. Abuelos que estaban bien se asfixiaban vivos”. 

“Muchas auxiliares se iban a casa llorando cada día, yo he tenido pesadillas durante todas las noches de abril”, cuenta Carlos, “intentas que no te afecte pero ya no es algo laboral, es humano”. 

“La gente mayor quiere que estés a su lado y le cojas de la mano, eso no lo ha tenido”

Y en ese sentido, el humano, Raúl Vaca recuerda los vínculos afectivos y emocionales que se establecen con las personas del centro: “es posible que estos trabajadores experimenten una serie de reacciones psicológicas que pueden variar desde los problemas para concentrarse, miedos, dolores de cabeza a problemas más serios relacionados con la salud mental como estrés postraumático, sintomatología depresiva o ansiosa, apatía, etc”.

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Un “dolor por compasión” que se ha visto agravado por la sobrecarga de funciones. “El estrés pasa factura”, cuenta Jaime Gutiérrez. Este psicólogo especialista en envejecimiento explica a Newtral.es que después de esta reacción “tan intensa y prolongada” son muchas las bajas por depresión y ansiedad entre los profesionales sanitarios.

Silencio por sistema

Durante los peores meses de la pandemia en muchas residencias la muerte se convirtió en un secreto a voces. En la residencia donde trabaja Carlos, las plantas se dividían entre la zona de infectados y la de «limpios» (no infectados) para evitar los contagios. 

Cuando había que cambiar a los residentes de habitación “se les mentía, se les decía que iban a pintar o a hacer obras”. Lo peor, cuenta Carlos, vino cuando algunos usuarios ya podían empezar a salir a caminar por los pasillos: “Nicasio me preguntaba por qué era el único hombre de la planta y que dónde estaba Emilio, su amigo”.

“Colgamos un corazón con el nombre de cada uno en la valla de la residencia, ni un solo trabajador abrió la ventana para aplaudir con nosotros”

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Emilio era uno de los fallecidos, pero la dirección del centro tomó la decisión de no informar a los residentes sobre las muertes. “Sabes que lo saben perfectamente”, cuenta Carlos, que en alguna ocasión se saltó la norma de no revelar información. 

Yolanda, enfermera en una residencia, explica a Newtral.es las razones por las que en su residencia se dejó de informar de las defunciones: “ellos están en una situación similar a la del fallecido y se quedaban bastante mal”. No obstante esta enfermera geriátrica con 25 años de experiencia reconoce que “siempre queda la duda de qué hay que hacer”.

Con ello, al aislamiento físico se une el psicológico. “Es una conducta paternalista en la que se decide por la propia persona”, dice Vaca: “con esa sobreprotección excesiva parece que olvidamos que esas personas tienen una dignidad inherente y hay que reconocerlas”.

El geriatra Jonathan Caro reflexiona sobre este tema en el artículo ‘Ser el siguiente o no ser nadie’: “no les neguemos el derecho a despedirse del compañero o de ser acompañados por los que también han sido su familia en esta última etapa. No pueden caer en el olvido, no puede ser que se vayan sin dejar un rastro, sin que nadie se entere”.

Mirar la muerte cara a cara

A sus 86 años, Vicenta ha sobrevivido a tres infartos, a once operaciones y a un contagio de Covid-19. A pesar del tiempo y de las enfermedades asegura que “el apetito” y “la cabeza” los tiene intactos. 

Esta usuaria de la residencia de Mayores de Alcorcón tiene dificultades para andar, por eso pasa gran parte del día sentada junto a la ventana de su habitación. Cuando la pandemia llegó a España en marzo, las auxiliares le decían que “todo estaba bien”, pero a través de la ventana Vicenta fue testigo de la llegada del primer coche fúnebre. Entonces supo que el coronavirus también había llegado a su residencia. 

“La gente mayor quiere que estés a su lado y le cojas de la mano, eso no lo ha tenido”

“Veía llegar al coche fúnebre y a los quince minutos salían con una caja, y otra, y otra…”, cuenta Vicenta a Newtral.es, que siempre mantenía la vista fija en la ventana hasta que el coche se marchaba, “con una enorme congoja”. Después era ella quien informaba a las trabajadoras de lo sucedido.

Ahora, con esta nueva normalidad, Vicenta casi no pasa por el salón porque se ven demasiadas sillas vacías. “No me parecería mal que les hicieran un homenaje en la residencia”, dice, “pero no querían que la gente se enterara de quién moría. Nos lo han demostrado”, concluye. 

El miedo a ser el siguiente

Gutiérrez, especialista en envejecimiento, concibe el miedo como una respuesta emocional natural ante una situación conflictiva. En este caso “el miedo a ser el siguiente” puede desbordarse, dice: “si tienes miedo a algo y tu grupo de referencia te apoya lo vences, pero si el grupo de referencia es parte del enemigo, imagínate la sensación de inseguridad”. 

“Es normal”, añade Vaca, “que las personas que han perdido a sus compañeros experimenten emociones intensas y cambiantes a lo largo del día: tristeza, pena, enfado, ira, nerviosismo o agitación, tensión, ganas de llorar, ganas de no hacer nada, apatía, sentimientos y pensamientos recurrentes de culpabilidad, etc. Incluso a nivel físico podemos sentir cansancio o dolor muscular”.

Además, a la hora de calcular los efectos del duelo en las residencias, hay que tener en cuenta el grado de deterioro cognitivo de muchos de los usuarios. “Es probable que estas personas hayan tenido serios problemas para entender el motivo de esa ausencia y, posiblemente, habrán experimentado sentimientos de abandono además de un más que probable empeoramiento de su estado”, explica Raúl Vaca.

“No están debidamente atendidos”

El presidente de la Asociación de Directoras Gerentes de Servicios Sociales también destaca el “abandono” que han sentido los residentes por parte de algunas comunidades autónomas. “No han tenido herramientas para enfrentarse a ese dolor”, dice José Manuel Rodríguez a Newtral.es. 

Por eso, Gutiérrez reclama más incorporación de profesionales de psicología a las residencias: “cuando tienes apendicitis no vas a un carnicero, los mayores no están debidamente atendidos”. De hecho, hay comunidades en las que ni siquiera es obligatoria la presencia de un psicólogo en las residencias.

En las que sí es obligatorio, los ratios oscilan entre uno de estos profesionales por cada 100 o 300 residentes. “Es más que insuficiente, y en ningún momento se establece que el psicólogo tenga que ser experto en gerontología”, dice Vaca, insistiendo en una ya vieja reivindicación de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, a la que pertenece.

Los familiares: ver la muerte desde fuera

En relación a la situación y las condiciones de las residencias afectadas por el coronavirus, la Fiscalía tiene abiertas 185 diligencias civiles y 229 investigaciones. Una de ellas se está llevando a cabo en la residencia Adolfo Suárez, en Madrid. Allí se calcula que fallecieron unos 85 residentes, entre ellos Julián, padre de Puri. 

Puri visitó a su padre cada día durante cinco años, le llevaba la merienda y se ocupaba de sus cuidados. El 8 de marzo ya no pudo volver a entrar a la residencia. “A partir de ahí empezó el calvario más horroroso y absoluto que te puedas imaginar”, cuenta Puri a Newtral.es

A los diez días del cierre al público le comunicaron que su padre estaba enfermo. Una semana después Julián falleció sin ser trasladado al hospital: “por lo menos tendría que haber muerto con dignidad, con oxígeno”, dice su hija. 

“No me dejaron verlo por más que lo rogué. Es impotencia, rabia y mucho dolor”, explica Puri. El mismo dolor que sienten cerca del centenar de familias que no pudieron despedirse de sus seres queridos, usuarios de esa misma residencia pública. “La gente mayor quiere que estés a su lado y le cojas de la mano, eso no lo ha tenido”, lamenta.

El COVID-19 también mató a Antonio Cinta en la residencia de Alcorcón. Tenía 86 años y un Alzheimer que todavía no le había borrado la memoria. La última vez que habló con su familia les reprochó su ausencia. 

“Después de estar yendo a visitarlo todos los días durante años, no entendía que lo hubiéramos dejado solo”, dice Lola, su suegra, que consiguió comunicarse dos veces con él con la ayuda de una trabajadora y de otra residente. 

“El informe de mi suegro dice que empezó a estar enfermo el día 15 de marzo, pero no nos avisaron hasta el día 23”, cuenta Lola a Newtral.es. Durante esos días las llamadas a la residencia eran constantes, pero nadie descolgaba el teléfono al otro lado. 

“El 27 por la mañana me llaman para decirme que ha dado positivo en la prueba de coronavirus, pero que no lo van a trasladar al hospital porque está bien”, dice Lola. Antonio murió esa misma tarde. 

La importancia de decir adiós

Históricamente siempre se han producido velatorios sin difunto. Cuando se hundía un barco en altamar y no aparecían los cadáveres, las comunidades de la tripulación hacían un velatorio sin los cuerpos. “Es la primera vez en la historia que es justo lo contrario, se dan defunciones sin velatorio”, explica Jaime Gutiérrez, psicólogo especialista en envejecimiento.

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Foto: Lola Parra

Gutiérrez explica a Newtral.es esta ausencia excepcional: “es un recurso social para apoyar a la familia del difunto y no ha podido ser, nadie estaba preparado para esta situación”, dice.

Según Gutiérrez, la figura del velatorio es crucial para muchos mayores: “es muy frecuente que si a una persona mayor se le muere una persona cercana y no ha podido ir al velatorio le entren dudas de si está muerta o no, y esa tensión va haciendo mella emocional”

Conscientes de la importancia de la despedida al final de la vida, en la residencia de Yolanda se saltaron las recomendaciones. “Había familias que tenían que despedirse, el director del centro optó por hacerlo, con todas las medidas de seguridad”, cuenta esta enfermera geriátrica a Newtral.es. 15 días después la Generalitat elaboró un protocolo para las visitas de los familiares.

En las residencias gestionadas por Cinta Pascual se están organizando funerales en iglesias cercanas o en el mismo jardín del centro, a expensas de lo que pueda ocurrir con los rebrotes registrados en Catalunya

“Hemos decidido hacer entierros, trabajar con las familias de los que ya no están, porque es necesario cerrar esto”, explica a Newtral.es la presidenta del Círculo Empresarial de Atención a Personas. 

Raúl Vaca define la muerte de un ser querido como “posiblemente, una de las situaciones más difíciles a las que nos podemos enfrentar en nuestra vida”. Este gerontólogo y neuropsicólogo explica que los funerales son los “rituales” que hemos diseñado “para afrontar la muerte de las personas de nuestro entorno, despedirnos de ella y honrar su recuerdo”. 

Las medidas de seguridad para hacer frente a la pandemia también han chocado de frente con esos rituales. “Todo ello”, asegura Vaca, “contribuye a que se pueda experimentar un duelo más  complicado con peor pronóstico para su superación”.

Despedidas improvisadas

Una caja cerrada con cinta aislante y un papel en el que podía leerse -a lo lejos, guardando la distancia de seguridad- ‘Julián Prieto’. “Una hoja colgando es el dolor que se queda, eso es todo lo que vi de mi padre desde el ocho de marzo”, dice Puri mientras recuerda este atípico funeral, típico del estado de alarma. 

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Foto: Puri Prieto

El cadáver de Antonio Cinta estuvo treinta horas en una cama y después, una semana en paradero desconocido: “nos llamaron un día antes del entierro, estuvimos una semana sin saber dónde estaba Antonio”, cuenta Lola.

A la espera poder recoger los efectos personales de los fallecidos, guardados en un trastero, los familiares de la residencia Adolfo Suárez también se han despedido, a su manera. “Colgamos un corazón con el nombre de cada uno en la valla de la residencia, ni un solo trabajador abrió la ventana para aplaudir con nosotros”, concluye Puri. 

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Foto: Puri Preto

También en Madrid, también en los alrededores de otra residencia, la de Alcorcón, un grupo de familiares celebraba un homenaje improvisado por sus fallecidos. A la familia de Antonio Cinta les negaron el adiós a través de videollamada: “no pudimos despedirnos de él y ahora estamos embarcados en una querella criminal”, explica Lola, “eso es lo que nos hace tirar hacia adelante”.

El alcance del virus en las residencias

Carlos calcula que en la residencia en la que trabaja han muerto entre 65 y 80 ancianos, los familiares de los residentes de la Adolfo Suárez creen que los fallecidos son 85, según fuentes residenciales, y Lola lleva la cuenta de la residencia de Alcorcón mirando los casilleros: “cuando vas allí solo tienes que contar las casillas donde meten los informes y las facturas de los residentes, en 65 no hay nada”, explica.

Una incertidumbre que no es exclusiva de estos tres centros. El último informe elaborado por el ministerio de Sanidad habla de 27.350 fallecidos en residencias, pero a pesar de que las comunidades autónomas debían ir informando del número de muertes por coronavirus al ministerio, este reconoce que la información recabada -y por tanto, las cifra de fallecidos- no es consistente. 

El residente medio en España tiene 85 años o más, al menos tres enfermedades activas y toma casi diez medicamentos al día. Este es el perfil elaborado por el Círculo Empresarial de Atención a la Dependencia (CEAPs), la mayor asociación de atención a la Dependencia de España. 

En algunos países europeos han fallecido más del 50% de los residentes de estos centros, según indica el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, que avisa de que las personas con mayor riesgo de desarrollar una enfermedad grave por COVID-19 son las de mayor edad, en concreto, las que viven en residencias. Aquí es donde se concentran “la mayor parte de los casos hospitalizados y las defunciones”, explican.  

Fuentes:

1 Comentarios

  • Se habla mucho del horror de las residencias, q por supuesto comparto.
    Pero el horror de los q han fallecido en domicilio? O en hospitales saturados tb sin poder despedirse, ni despedirnos?