Al principio, nosotros dábamos nuestros datos y las redes sociales los utilizaban para publicitar productos. A cambio, las redes nos dejaban comunicarnos. Actualmente, nosotros damos nuestros datos, ellos nos ponen publicidad y nos estudian, y a cambio nos dejan que nos odiemos. Y que nos odiemos profundamente ¿Cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí? Pues la respuesta es que esto sucede por varias causas.
La primera que me gustaría destacar es que hace años perdimos una batalla silenciosa en la red. Casi nadie habla de ella, pero nos colonizaron y la perdimos. Y lo que es más triste: no la planteamos. Se trata de la batalla por el concepto de la libertad de expresión de Estados Unidos versus el concepto europeo de la misma.
El discurso del odio en Estados Unidos está protegido por su propia Constitución. A través de la primera enmienda ellos prohíben cualquier intervención del gobierno que coarte la libertad de expresión.
“El Congreso no promulgará ninguna ley que se aboque a la adopción de una religión o que prohíba el libre ejercicio de la misma; o que coarte la libertad de expresión o de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y a solicitar al Gobierno la reparación de agravios”.
Primera Enmienda a la Constitución de EEUU
El límite está en que ese ejercicio conlleve una amenaza real, actos de violencia física e inminente o, sorpresa, actos que consideren obscenos. En Europa, en cambio, la libertad de expresión está igualmente garantizada, pero entendemos que los límites están en que no puede utilizarse su ejercicio para fomentar odio, o atacar a colectivos que históricamente están desprotegidos y agredidos, como son los inmigrantes, LGTBI, etc. En España los límites de la libertad de expresión están recogidos en nuestra propia Constitución en su artículo 20.4.:
“Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”.
Constitución Española
La deriva estadounidense en la libertad de expresión
Si observan que vemos todos los días en las redes sociales creo que llegarán a la misma conclusión sobre qué concepto de la libertad de expresión está presente en sus contenidos. No olviden que la mayoría de las empresas que explotan estas redes son de Estados Unidos. Es más, muchos de los comentarios que leemos, emitidos por personas de ideologías muy concretas, sobre “censura” y “libertad de expresión” encajan en una definición muy concreta de la misma, y esta no es precisamente la europea. Si entendemos esto posiblemente podamos avanzar.
En las redes sociales el odio ha explotado por una razón principal: el odio vende. El objetivo principal de las cuentas de resultados de estas empresas es su máximo beneficio, y este se obtiene en base a cuanto tiempo pasamos en ellas. A mayor tiempo más beneficios. Estas empresas saben perfectamente que los sentimientos extremos, como el odio, llevan consigo el que sus usuarios las utilicen más frecuentemente. Sentimientos polarizados y discusión es sinónimo de mayores ingresos. Pero hay más
El odio es una moneda de cambio en unas plataformas donde interactuamos en base a recompensas. Ya sean likes, retuits, favs, follows o como lo quieran llamar. Estos “inocentes reconocimientos” son moneda de cambio. Y las empresas que explotan las redes sociales lo saben perfectamente. Lo que es peor, los usuarios de las mismas reconocen esta moneda o premio convirtiéndola en su objetivo. Hemos concebido la visión errónea del éxito o fracaso observando unos contadores que no significan nada. Identificamos líderes por baremos ridículos, manipulables y que trasladados al mundo off line no tienen sentido. Pero enganchan.
Me atrevería a decir que produce adicción incluso. Y de ello estas empresas tienen pleno conocimiento. Lo alientan mostrando estos números y valores absurdos al público porque saben, una vez más, que esto nos retendrá en sus burbujas. Y por supuesto aumentará su recaudación.
El discurso del odio y la trampa de la recompensa
Un sistema basado en recompensas, (recuerden las monedas, “RT”, “Follows”, “Likes”, etc.) y en la publicación de esos contadores tiene esa desventaja. Es más, cuando se califica la “influencia” en base a esas estadísticas, y estas se hacen públicas en perfiles y tuits, no solo los usuarios identifican a los “ganadores” o “líderes” en base a ellas, sino también a los perdedores. En Twitter “no eres nadie” si no estás atacando a alguien o algo. Es así. Básicamente si obtienes esas monedas/recompensas en formas de retuits y demás eres un ganador, y si no lo haces un perdedor. Mal negocio.
Este es el motivador psicológico más empleado en las redes. Somos así de simples. Cuando hacemos un retuit o un reply esperamos una recompensa. Sea del tipo que sea. Y cuando lo recibimos también. Y el problema crecerá y crecerá mientras sigamos identificando como recompensas esas monedas que deberían avergonzarnos. ¿Realmente tener miles de retuits o favs en tuits tan vergonzosos como vemos todos los días nos califica de algo que no sea animales? ¿Por qué calificar de influyentes, o referencias, o expertos a personas que solo contribuyen fomentado odio y manipulación, y no debate e información?
Antes uno podía identificar perfectamente a un troll. Eran un grupo bastante limitado y todos los reconocíamos perfectamente. Ahora este comportamiento está tan generalizado que lo realmente anecdótico es encontrar un comportamiento civilizado. De hecho, las grandes audiencias están llenos de “editores del odio”. La indiferencia no vende.
La mayoría de los influencers del odio saben perfectamente que el mejor mecanismo para conseguir atención no es reconocer nuestras propias carencias o defectos, es culpar a un tercero. Y eso se hace continuamente. Siendo orgullosos como somos eso nos hace seguir a estos individuos e identificarnos con sus mensajes.
La culpa de nuestras penurias y defectos siempre es de otro. El contrario. El enemigo. Nos descarga de responsabilidad y además nos da un sentimiento de pertenecer a una “comunidad” que nos arropa y nos da la razón.
¿Podemos revertir esta situación? Estoy convencido de que sí. Pero la solución no vendrá de empresas o instituciones. Los usuarios siempre somos la primera línea del frente. El no dejar que esto nos devore es sobre todo responsabilidad nuestra. El no entrar en el juego de quienes quieren que el discurso del odio se establezca como un terreno de juego permanente es prioritario. Mecanismos como el bloqueo o el silenciar, y en los casos más graves el reporte a las plataformas son las herramientas que disponemos. No entremos en su juego.
Twitter como un jardín
Una cuenta en Twitter es muy similar a un jardín. Tenemos que cuidar a quienes seguimos, pero sobre todo es prioritario cuidar a quienes nos siguen. No permitan que los insulten o acosen, que se aprovechen las opiniones de uno para montar batallas campales. Si alguien mantiene un comportamiento inaceptable, aunque no sea con nosotros, no darle opción a seguir haciendo lo mismo con otros. Nadie vulnera la libertad de nadie por usar estas herramientas. Si a ellos les gusta esa forma de comportarse que lo hagan, pero lejos y aislados.
En fin, no dejemos que esta epidemia, que ya está teniendo consecuencias graves, nos gane. Podemos hacer que las redes sean diferentes. Después de todo siempre digo que las herramientas, y las redes lo son, no son buenas o malas. Son los usos que hacemos de ellas los que son buenos o malos.
El odio no solo se vierte en las redes.... también en la prensa escrita. Tenemos ejemplos muy evidentes.
He enviado decenas de denuncias a Facebook y ninguna a sentencia a sido favorable a mi.
Nunca ven incidencias con sus normas comunitarias.
Muy buen artículo. Creo que acierta, pero en un punto cabe matizar: el bloqueo puede ser útil y razonable, pero también es un riesgo con el uso que le dan algunos: bien para no leer más que a los de la propia tribu sectaria, o peor, el insulto seguido del bloqueo al insultado. En esos casos el bloqueo lo usan los haters. Bien es cierto que se les puede -y debe denunciar. Llegados aquí, a ver si Twitter mejora los criterios de cierre. No puede ser que una cuenta caiga por ataque de trolleo o por un refràn mal traducido por Twitter y que un “gora ETA” aguante dos días.