La voz de la diáspora armenia: un pueblo cuyo genocidio aún sigue sin ser reconocido

El actor armenio español Hovik Keuchkerian, en la manifestación armenia en Madrid | Imagen: David Fernández (EFE)
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Hovik Keuchkerian visitó por primera vez Armenia en marzo de este año. Aterrizó poco antes de que en el mundo se declarase una pandemia y en España, el estado de alarma. El actor que interpreta a Bogotá en La casa de papel y al agente Osorio en Antidisturbios acudió para rodar una película independiente ambientada en la Armenia de 1946.

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Aunque Hovik nació en Beirut y emigró a España con tan solo tres años, tiene una gran vinculación con Armenia debido a que toda su familia paterna procede de allí: “Mi padre emigró al Líbano huyendo de la situación en su país, donde décadas antes se había producido un genocidio. Es la historia que persigue al pueblo armenio: parece que siempre estamos huyendo, tratando de encontrar un sitio en el que establecernos en paz”, explica Hovik en declaraciones a Newtral.es.

En Alpedrete, donde el actor y exboxeador se crió, su padre abrió un restaurante al poco de llegar, a finales de los años 70: “Era un cachito de Armenia en Madrid”, recuerda. También procuró que sus hijos aprendiesen el idioma: “Contrató a uno de los pocos armenios que había aquí para que nos diese clase. Con mi papá, que ya falleció, hablaba en armenio, y con mi madre, que es navarra, en español”, añade.

Hovik Keuchkerian durante el rodaje de la película en Armenia | Foto cedida por él

Cuando llegó a Armenia para el rodaje, Hovik recuerda que, cuando le escuchaban hablar armenio, le paraban por la calle y le preguntaban: “Tú eres armenio, ¿pero de dónde?”. “Como la mayoría de armenios estamos dispersos por el mundo, cuando vas allí la gente nota que hablas el armenio de la diáspora. Es una pregunta que viene a decir: ‘Dime tus orígenes’”.

Hace unos días, Hovik publicó un vídeo en su canal de Youtube en el que instaba a la comunidad internacional a que protegiese a la población civil en Nagorno-Karabaj, un territorio en Azerbaiyán pero poblado por armenios donde a finales de septiembre estalló la guerra. 

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La diáspora armenia

Hovik, su hermano y su padre forman parte de la diáspora armenia; en España, según cifras del Instituto Nacional de Estadística, hay 12.944 armenios. “Ahora mismo viven más armenios fuera del país (unos 10 millones aproximadamente) que dentro de él (tres millones)”, explica a Newtral.es Armine Ishkanian, investigadora en el Instituto de Desigualdades Internacionales (dependiente de la London School of Economics) y especializada en procesos políticos de países como Armenia. “La diáspora armenia contemporánea crece después del genocidio de 1915, asentándose principalmente en Estados Unidos, Rusia y Francia”.

Una segunda ola de esta diáspora es la que abandona el país a partir de la guerra que se vive en Armenia entre 1991 y 1994, precisamente por Nagorno-Karabaj: este territorio, históricamente poblado por armenios, fue asignado a Azerbaiyán por los bolcheviques. Una vez cae la Unión Soviética, Nagorno-Karabaj se declara independiente, comenzando así un conflicto en el que Azerbaiyán apela a la integridad territorial. 

Del genocidio, dice Hovik, fue consciente “desde que era un niño”: “Pero no fue hasta 1995, cuando abrí mi propio gimnasio y empezaron a venir armenios huyendo de la guerra, cuando me di cuenta de todo lo que mi pueblo habría sufrido y seguía sufriendo. Venían para que les ayudara con los papeles, a conseguir el permiso de residencia o a traer a su familia de allí”.

En plena guerra nació Qnarik Grigoryan, en 1993; y dos años después, en plena posguerra, su hermana Luiza. Emigraron a España en 2003: primero a Barcelona y después a Madrid. “En aquel momento la situación era mala y había mucha corrupción. Mi padre quería darnos una vida mejor y decidió que para ello había que salir de Armenia”, cuenta Luiza a Newtral.es.

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Tanto Qnariq como Luiza se sienten tan españolas como armenias, una doble identidad que a estas dos hermanas les costó forjar al principio: “Cuando emigras, llegas a un país en el que no hablas el idioma, no tienes amigos ni familia, no tienes a nadie. Te aferras mucho a tu cultura, a tu espacio propio. Por ejemplo, en Armenia, hablando en mi lengua materna, yo era una persona muy extrovertida, pero al llegar aquí me cerré muchísimo”, relata Luiza.

“Mi padre siempre nos decía: ‘De puertas para afuera, estáis en España. De puertas para adentro, esto es Armenia’. En casa solo podíamos hablar armenio”, recuerda Qnarik en conversación con Newtral.es.

Las hermanas Qnarik y Luiza Grigoryan recién llegadas a Barcelona | Foto: cedida por ellas

El genocidio armenio: aún sin reconocer por Turquía y otros países

Emma Hakobyan llegó a España en 1995, cuando tenía cinco años. La posguerra fue el motivo por el que su familia emigró. De aquellos días todavía en Armenia recuerda “salir a la calle y que hubiese gente con armas”. Recuerda que muy pequeña, con seis o siete años, sus padres la reunieron a ella y a su hermano y les dijeron: “Tenemos que hablar del tema”. “Nos contaron nuestra historia, que proveníamos de un pueblo que había sufrido un genocidio”, cuenta Emma a Newtral.es.

Este genocidio, como explica la investigadora Armine Ishkanian, se perpetró entre 1915 y 1918: “Fue una destrucción sistemática de los armenios que vivían en el Imperio otomano. Fue llevado a cabo por el Comité de Unión y Progreso (Ittihad ve Terakki Jemivet), popularmente conocido como los Jóvenes Turcos. Era un partido político nacionalista que quería ‘turquificar’ el imperio y que veía las minorías cristianas como una amenaza”. En aquella limpieza étnica fueron asesinados un millón y medio de armenios, sobreviviendo tan solo 400.000. 

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A día de hoy, el genocidio armenio solo ha sido reconocido por una treintena de países, tal y como indica el Instituto Nacional Armenio en su web, así como el Ministerio de Asuntos Exteriores del país. Entre ellos están, por ejemplo, Grecia, Italia, Francia, Alemania, Dinamarca, Argentina, Bélgica, Portugal, Suiza o Suecia. Pero no España: “Me duele mucho que el país del que también soy, España, no reconozca el daño hecho a mi otro país”, afirma el actor Hovik Keuchkerian. 

“En muchos de los países donde sí se ha reconocido la existencia del genocidio armenio son aquellos en los que hay una gran comunidad armenia a raíz de ello. Es decir: es como si tu propio país por fin hiciera algo por entender a los tuyos.”, explica a Newtral.es la periodista y excorresponsal en Armenia Virginia Mendoza, autora del libro Heridas del viento. Crónicas armenias. “El no reconocimiento supone seguir atrapados de alguna manera en un trauma que es transgeneracional. Porque hay dolores colectivos que se heredan generación tras generación”, añade Mendoza.

Turquía, precisamente, nación heredera del Imperio otomano y el mayor apoyo de Azerbaiyán en la guerra de Nagorno-Karabaj, niega sistemáticamente el genocidio armenio: “Turquía afirma que no hubo un intento sistemático de exterminar a los armenios”, apunta Armine Ishkinian. Sin embargo, la propia Unión Europea reconoce la existencia de este exterminio, que en el centenario (2015) publicó una resolución para rendir tributo a la memoria del millón y medio de víctimas armenias que perecieron.

“La sociedad turca en los últimos 15 años ha tomado conciencia e, incluso, ha pedido perdón a los armenios por lo que ellos llaman la Gran Catástrofe. En 2009, 200 intelectuales turcos escribieron el manifiesto ‘I apologise [‘Yo me disculpo’] que fue firmado por más de 26.000 personas y en el que decían: ‘Mi conciencia no acepta la insensibilidad mostrada y la negación de la Gran Catastrófe a la que fueron sometidos los armenios en 1915. Rechazo esta injusticia y empatizo con los sentimientos y el dolor de mis hermanos y hermanas armenias. Yo me disculpo con ellos’. Hasta ese momento, nadie en Turquía había hablado tan abiertamente del genocidio. Fue muy importante como movimiento social, pero también peligroso, ya que muchos de los que lideraron la acción fueron posteriormente arrestados o se tuvieron que exiliar debido a la persecución política”, añade la investigadora Armine Ishkinian.

Manifestantes armenio españoles en Madrid | Foto: David Hambardzumyan

Dice Virginia Mendoza, cuyo trabajo como periodista se ha centrado en investigar las consecuencias del genocidio armenio en su población, que “casi cada familia armenia tiene una historia del genocidio”: “O mataron al bisabuelo delante de la bisabuela embarazada, o tatuaron la cara a la abuela para que todos supieran que era una esclava sexual o tienen biblias escritas en turco o un dialecto inventado porque sus antepasados temían que les cortaran la lengua si hablaban armenio”, explica.

En el caso de las hermanas Qnariq y Luiza Grigoryan, ambas conservan, en segundo lugar, el apellido de su tatarabuela materna: Ghimoyan. “El apellido original que ella tenía era Mkrtchyan. Pero durante el genocidio, mi tatarabuela vio cómo asesinaban a siete de sus doce hijos: los turcos entraron y los mataron. Ella perdió la cabeza y con un hacha se quedó esperando tras la puerta. A los turcos que intentaron volver a entrar, los mató. Se ve que por eso le pusieron este sobrenombre, Ghimoyan, que viene del término ghima-ghima, que en armenio significa trocear o algo así como cachito a cachito”, cuenta Luiza.

Es lo que ella llama la genética del genocidio: “La mayoría estamos fuera porque somos descendientes de supervivientes del genocidio armenio. Y, precisamente, lo que nos une como diáspora es que estamos todos fuera y que nos hemos criado escuchando estas historias orales. Compartimos la experiencia de haber sobrevivido”, añade Luiza. Su hermana, Qnarik, apunta: “Nuestra existencia depende de lo que pasó hace 100 años: estás aquí por lo que pasó hace un siglo. Y crecemos siendo conscientes de eso. Desde que he nacido tengo la sensación de que somos un pueblo siempre en peligro, de que tenemos que luchar por permanecer y no desaparecer”.

Vivir la guerra en Nagorno-Karabaj desde otro país

El 26 de septiembre por la noche, Qnarik y otros familiares celebraban el cumpleaños de su cuñado, que era al día siguiente. Se fueron a dormir y por la mañana, el 27, se despertaron con la noticia: Azerbaiyán había lanzado un ataque militar a gran escala en Nagorno-Karabaj. 

“Todos los años, mi cuñado va a Armenia y allí participa en un grupo de formación militar voluntaria. Nada más enterarse, compró un billete y se fue allí, a luchar al frente”, cuenta Qnarik. El resto de los familiares asisten a la evolución de la guerra desde Madrid, tratando de contactar cuando pueden con él: “La pandemia lo ha complicado todo muchísimo. Nos hemos organizado para mandar ropa y materiales de primera necesidad a gente que tuvo que huir de sus casas con lo que llevaban puesto, pero tarda en llegar mucho más de lo habitual”. 

Manifestantes armenio españoles en Madrid el pasado martes | Foto: Luiza Grigoryan

“Estando aquí nos sentimos secuestrados emocionalmente por esta guerra, es una situación de impotencia absoluta. Han aprovechado un estado de caos absoluto provocado por el COVID-19 en el que la diáspora armenia no puede tener casi contacto con Nagorno-Karabaj”, apunta Emma Hakobyan.

Para Ararat Ghukasyan, historiador y presidente de la Asociación Armenia de València, “o que está ocurriendo en Nagorno-Karabaj es la continuación del genocidio”: “Quienes llegamos a España en los 90 [Ararat llegó en 1999] lo hicimos por la guerra que acabábamos de vivir. El genocidio nos expulsó, esa guerra también nos hizo tener que buscarnos una vida mejor fuera y esta guerra también acabará expulsándonos. Es algo sistemático”. Como dice Hovik Keuchkerian: “Han aprovechado el COVID-19 para arrasar con nosotros de nuevo, con una generación criada no para el odio o el miedo, sino para devolverle la dignidad a nuestro pueblo”.

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