El Foro Económico Mundial (World Economic Forum, o WEF) acaba de presentar un informe sobre la percepción de riesgos globales a los que se enfrenta la humanidad en 2021. Esta es la edición número 16 del análisis anual que esta entidad publica en base a una encuesta a más de 650 líderes y expertos en todo el mundo.
Una «amenaza crítica» es, según el WEF, todo evento o condición incierta que, si ocurre, puede causar un impacto negativo significativo para varios países o industrias dentro de los próximos 10 años.
Entre los “nuevos» peligros aparece la desigualdad tecnológica, entendida como la falta de inclusión digital y acceso limitado o inexistente a herramientas y conocimientos tecnológicos. Casi el 40% de los líderes encuestados pone a la desigualdad digital como una de las cinco principales amenazas críticas mundiales en el corto plazo (de 0 a 2 años), lo que significa, según el informe, un peligro “claro y presente”. Entre estos riesgos también se encuentra otro relacionado con la tecnología: el de los fallos en ciberseguridad.
La desigualdad digital aparece como una realidad existente antes de la COVID-19, y también como una consecuencia del crecimiento de la brecha. Su ensanchamiento durante esta crisis sanitaria también puede influir en el desarrollo de la gestión de la pandemia, ensombreciendo las perspectivas de futuro.
Esto es así porque cómo salgamos de esta situación tiene mucho que ver con aspectos en los que la tecnología nos puede ayudar, pero siempre que sea igualitaria e inclusiva. Estamos viendo cómo la desinformación, la polarización, la discriminación algorítmica, o incluso el acceso a la conectividad y a recursos tecnológicos para ciertos grupos de personas pueden resultar nefastos en el desarrollo social postpandemia.
Una infodemia pronosticada desde 2007
Como es previsible tras un año trágico dominado por la pandemia de coronavirus, las enfermedades infecciosas, la crisis de medios de subsistencia y los fenómenos climáticos extremos (como incendios, olas de calor o inundaciones) son consideradas las principales amenazas a corto plazo.
El informe del WEF del año 2006 ya había hecho sonar la alarma sobre los peligros de una pandemia y otros riesgos relacionados con la salud. Se habló entonces de una “gripe letal” cuya dispersión podía estar facilitada por patrones de tráfico globales y desbordada por mecanismos insuficientes de alerta. Esa pandemia podría ocasionar “una disfunción severa” del sector de los viajes, el turismo y otras industrias basadas en servicios, además de daños a más largo plazo para el comercio global y la demanda de consumo.
Los riesgos de una infodemia y los efectos amplificadores de la desinformación en redes aparecieron mencionados por primera vez en el informe del año siguiente. Trece años después, en el informe de este año ya no podemos hablar sólo de amenazas.
Si algo nos recuerda una enfermedad contagiosa es que todos somos vulnerables y que un plan contra una pandemia tiene como primer requisito el que nadie quede expuesto.
La infodemia relacionada con el COVID-19 ha obstruido los esfuerzos para cortar de raíz el daño físico producido por la enfermedad. En Irán, el bulo de que decía que ingerir alcohol altamente concentrado mataba el SARS-CoV-2 provocó más de 700 muertes y casi 6000 hospitalizaciones.
Las olas de mentiras y desinformación se han sucedido sobre distintos temas relacionados con el virus, como hemos podido comprobar en Newtral.es y reflejamos en un especial recopilatorio: a los bulos sobre el origen le sucedieron teorías sobre posibles remedios y luego, desinformaciones sobre las vacunas. El informe cita las palabras de un diplomático europeo que coincide en que la desinformación continuará, y que “la vacunación parece ser el próximo campo de batalla”.
En un sentido más general, las campañas de desinformación pueden erosionar la confianza de la comunidad en la ciencia, amenazar la gobernabilidad y desgarrar el capital social. De acuerdo con la encuesta de percepción de riesgos globales presentada por el WEF, la “reacción contra la ciencia” elevará los riesgos de “fracaso de las medidas por el cambio climático” y “enfermedades infecciosas”.
Pandemia y digitalización
Con la crisis del COVID-19 como una lamentable realidad global, el análisis se centra en los riesgos y consecuencias de seguir ampliando la brecha de las desigualdades y la fragmentación social. Y la tecnología juega un papel clave en ello.
La COVID-19 ha acelerado la llamada Cuarta Revolución Industrial, al expandir la digitalización la interacción entre personas, el comercio electrónico, la educación online y el teletrabajo.
El problema de la brecha digital puede empeorar las fracturas sociales y malograr las prospecciones para una recuperación inclusiva, que tenga en cuenta a toda la población mundial. Si hay algo que nos recuerda una enfermedad contagiosa es que todos somos vulnerables y que un plan contra una pandemia tiene como primer requisito el que nadie quede expuesto.
La evolución hacia la inclusión digital está amenazada por una dependencia digital creciente, procesos de automatización que aceleran con rapidez, la falta de información, la manipulación, brechas que afectan las leyes que regulan la tecnología y las habilidades y capacitación de las personas.
El informe explica diferentes aspectos de la división digital.
Sesgos automatizados y manipulación
Las decisiones que históricamente han sido tomadas por seres humanos, como el diagnóstico de la salud, las inversiones financieras, la valoración de los logros educativos y la resolución de disputas legales, cada vez más están a cargo de algoritmos que aplican técnicas de machine learning a grandes bases de datos. En Newtral.es hemos hablado del problema de los sesgos en los algoritmos, sobre todo cuando son utilizados por gobiernos o empresas y tienen un impacto directo en la vida de los ciudadanos.
El informe de WEF indica que automatizar este tipo de decisiones aumenta los sesgos cuando dependen de algoritmos de caja negra que han sido desarrollados utilizando conjuntos de datos sesgados.
Accesibilidad y brechas regulatorias
La habilidad diferencial de acceder a datos y tecnologías digitales se amplía en dos dimensiones, entre países y dentro de los mismos. El uso de internet varía entre más del 87% de la población en países de ingresos altos y menos del 17% en los que menos ingresos por habitante tienen.
A este tipo de fisuras en la igualdad de acceso se suman otras acciones geopolíticas. Algunos gobiernos cancelan el acceso a internet para controlar el flujo de información y el discurso público dentro y fuera de sus fronteras. Aunque Naciones Unidas ha pedido a todos los gobiernos que no lo hagan, aún un 23% de los países aplican prohibiciones o censuran noticias, lo que limita el acceso de sus ciudadanos a recursos digitales críticos.
En otros países donde no hay intervenciones duras de este tipo, el problema detectado es la inacción de los gobiernos, que no regulan apropiadamente sobre temas como protección de datos o comercio electrónico, y se ven sobrepasados por la velocidad de la digitalización.
Capacidades por detrás de la digitalización
La automatización ya estaba cambiando el mercado laboral, pero la pandemia ha espoleado la crisis económica y ha impulsado un salto digital. Los presupuestos y plazos necesarios para recapacitar a los trabajadores se han visto reducidos. La automatización puede afectar a 85 millones de puestos de trabajo solo en los próximos 5 años, según el informe Future of Jobs del WEF.
Sociedades desconectadas y monopolios
Otro problema que se relaciona con el de la desigualdad digital y que recoge el análisis es el de las sociedades desconectadas. Las poblaciones se encuentran cada vez más polarizadas y bombardeadas con desinformación, y la brecha entre quienes tienen habilidades digitales y quienes no provoca la aparición de una “clase baja digital”.
En estas sociedades desconectadas hay pérdida de derechos junto a nuevos desafíos de gobernanza digital. En momentos con gran cantidad de actividad que pasa a desarrollarse en entornos online, los individuos y las instituciones enfrentan un riesgo elevado de perder su autonomía digital.
El poder se concentra en mercados como los de las ventas online, los pagos online y servicios de comunicaciones. La “concentración de poder digital” -el sexto riesgo más probable a largo plazo de acuerdo con la encuesta- puede confinar el discurso social y político a un número limitado de plataformas que tengan la capacidad de filtrar la información y reducir aún más la capacidad de agencia de los ciudadanos y organizaciones sobre cómo son utilizados sus datos.
Foto: Prateek Katyal | Unsplash