Deforestación y cultivos de palma fomentan saltos de enfermedades animales a humanos

Plantación de palma en Indonesia | Rich Carey, Shutterstock
Plantación de palma en Indonesia | Rich Carey, Shutterstock
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El SARS-CoV-2 debió de ser un día un virus animal. En realidad, una versión ligeramente anterior que se perfeccionó para infectar células humanas, quizás en el otoño de 2019. Como tantos otros, los virus humanos tienen un origen animal que empieza a habitarnos cuando desplazamos a sus huéspedes naturales.

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Ciertos tipos de reforestación y, concretamente, las plantaciones comerciales de palma para aceite se correlacionan con el aumento de brotes de enfermedades infecciosas.

Asó lo muestra un nuevo estudio en Frontiers in Veterinary Science. Este estudio ofrece una primera mirada global a cómo los cambios en la cubierta forestal contribuyen potencialmente a enfermedades víricas o transmitidas por vectores, como mosquitos.

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La expansión de las plantaciones de aceite de palma en particular se correspondió con un aumento significativo de las infecciones por enfermedades transmitidas por insectos, aparte de los ‘saltos’ de virus animales a humanos.

El aceite de palma se usa ampliamente en la industria alimentaria por su estabilidad, entre otras cualidades, y porque ha sustituido a las perjudiciales grasas trans. Sin embargo, Europa trabaja con la industria en reducir su presencia en los productos de consumo habitual.

Cuando la palma se come el bosque autóctono

“Aún no conocemos los mecanismos ecológicos precisos en juego, pero planteamos la hipótesis de que las plantaciones, como la palma aceitera, se desarrollan a expensas de las áreas boscosas naturales”, explica Serge Morand, del Centro Francés de Investigación Agrícola para el Desarrollo Internacional (CIRAD), y la Universidad Kasetsart en Tailandia.

Los cambios de uso de la tierra se caracterizan por pérdidas de la biodiversidad y estos hábitats simplificados “favorecen los reservorios animales y los vectores de enfermedades”, añade.

Mapas recogidos en el estudio de brotes zoonóticos (izquierda) y brotes ligados a vectores como mosquitos (dereha). En marrón, arriba, donde creció la deforestación; abajo, en ese color, zonas donde aumentó el cultivo de palma.
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Se sabe que la deforestación tiene un impacto negativo en la biodiversidad, el clima y la salud humana en general. Un ejemplo es Brasil, donde se ha relacionado con las epidemias de malaria.

Para comprender mejor estos efectos, Morand y sus colegas observaron los cambios en la cobertura forestal en todo el mundo entre 1990 y 2016. Luego compararon estos resultados con las densidades de población local y los brotes de enfermedades zoonóticas y transmitidas por insectos.

Encontraron una fuerte asociación entre la deforestación y las epidemias (como la malaria y el ébola) en los países tropicales de Brasil, Perú, Bolivia, la República Democrática del Congo, Camerún, Indonesia, Myanmar y Malasia.

Por el contrario, las regiones templadas como EE.UU., China y países de Europa mostraron vínculos claros entre las actividades de plantación y las enfermedades transmitidas por vectores como la enfermedad de Lyme.

Su enfoque no distinguió entre diferentes tipos de actividades de reforestación, pero sí encontraron un aumento significativo en los brotes de enfermedades en países con plantaciones de palma de aceite en expansión.

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Esto fue especialmente sorprendente en las regiones de China y Tailandia, donde hubo relativamente poca deforestación. Estas áreas parecían particularmente susceptibles a enfermedades transmitidas por mosquitos como el dengue, el zika y la fiebre amarilla.

Bosques saludables para un planeta saludable

Estos resultados sugieren que el manejo forestal responsable es un componente crítico para prevenir futuras epidemias. Las plantaciones comerciales, el abandono de tierras y la conversión de pastizales en bosques son potencialmente perjudiciales.

“Esperamos que estos resultados ayuden a los legisladores a reconocer que los bosques contribuyen a la salud del planeta y de las personas, y que los órganos rectores deben evitar la forestación y la conversión agrícola de los pastizales”, dice Morand. 

“También nos gustaría fomentar la investigación sobre cómo los bosques sanos regulan las enfermedades, lo que puede ayudar a gestionar mejor las áreas boscosas y plantadas al considerar sus valores para las comunidades locales, la conservación y mitigación del cambio climático”, concluye.

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  • El hombre se extinguira solo porque es terco y no dudará en destruir el habitat para sus propósitos. La visión antropocentrista es autodestructiva no le permite actuar con altura de miras.