La pandemia ha supuesto un golpe para los menores y ha provocado un incremento sin precedentes de los problemas graves en niños, niñas y adolescentes. “Al principio de la pandemia alertamos de que todo esto estaba ocurriendo pero es ahora cuando vemos las consecuencias”, recuerda Benjamín Ballesteros, director de programas de la Fundación ANAR. Los datos los recoge la entidad en su informe anual relativo a 2020: durante el confinamiento se disparó la ideación suicida (+244,1%), la ansiedad (+280,6%) y la depresión o tristeza (+87,7%), entre otros, en comparación con 2019.
La entidad tiene un teléfono de ayuda gratuito los 365 días del año (900 20 20 10 / 116 / 111) que fue declarado servicio esencial durante los momentos más duros de la pandemia mediante el Real Decreto 463/2020 de 14 de marzo. Desde entonces, y durante el confinamiento y la posterior desescalada, han atendido más de 166.433 peticiones de ayuda.
De ellas, casi la mitad, el 43,8%, fueron llamadas realizadas por los propios menores (el resto por adultos) y respondieron a casos de violencia contra ellos: maltrato físico, psicológico, acoso escolar… Y el 27,9%, relativos a problemas psicológicos: intentos de suicidio, autolesiones, problemas de conducta…
Además, durante las primeras salidas tras el periodo de confinamiento despuntaron las dificultades relativas a ayudas sociales y pobreza infantil, con un aumento del 307,2% respecto a 2019.
“Las consecuencias del COVID-19 han generado en niños, niñas y adolescentes una gran frustración fruto de la indefensión y desesperación”, asegura Diana Díaz, directora del Teléfono de Ayuda de ANAR.
“Eso explica por qué han aumentado sus ideaciones y tentativas de suicidio durante el confinamiento y por qué han utilizado mecanismos de autorregulación emocional dañinos con el fin de lograr la reducción de su ansiedad, como las autolesiones con la vuelta al cole o los trastornos de alimentación”, insiste.
Estos últimos, los trastornos de alimentación, aumentaron un 826,3% durante las primeras salidas tras el confinamiento, según recoge el informe. Y, además, con la vuelta al cole aumentaron las autolesiones (246,2%), la agresividad (124,5%) y el duelo (24,5%).
Ideación suicida: Las casas dejaron de ser “entorno protegido”
El año 2020 fue un año con altibajos emocionales para toda la población, y sobre todo para los niños. Por eso, dependiendo también del momento, los problemas han sido unos u otros.
Según especifica la fundación, la primera etapa del confinamiento estuvo marcada “por la desaparición de determinados problemas que suceden fuera del hogar”. Por ejemplo, “el acoso escolar presencial desaparece y crecen los casos de ciberacoso”, al trasladarse toda la relación social a la tecnología.
Además, durante ese mismo momento del año, el hogar dejó de ser para muchos menores “un entorno protegido”, como especifica el informe, y se observó con preocupación unl aumento de casos de violencia dentro del hogar, pasando de un 36,1% el 23 de marzo a un 47,7% el 27 de abril. Sobre todo experimentaron un crecimiento preocupante los casos de maltrato físico y psicológico a los menores de edad.
Tras dicho confinamiento, llegaron las primeras salidas, la llamada desescalada, y después la nueva normalidad. Nuevamente, los problemas asociados a cada episodio cambiaron.
Durante la desescalada, se permitieron los paseos de los niños y niñas de 3 a 14 años de 12h a 19h, pero no a más de un kilómetro del domicilio y durante una hora al día. En esta etapa, los problemas de conducta volvieron “a sus valores habituales”, convirtiéndose en el principal motivo de consulta de los problemas psicológicos. Sin embargo, se mantuvo la tendencia al alza de ideación o intento suicida y las autolesiones (129,6%).
“Le pillé metiéndose los dedos para vomitar”
Durante la desescalada se registró el mayor crecimiento de todas las etapas de los trastornos de la alimentación, un 826,3%.
“Le pillé metiéndose los dedos para vomitar en el baño y le pregunté… ¿Qué haces? Y me dijo que le decían en el cole que iba a tener un bebé con esa tripa tan gorda”, narra esta madre de un niño de 13 años.
En esta etapa también se observa un aumento de la agresividad y la ira (105,8%) que se ha ido acumulando durante los meses de encierro y se mantienen los niveles de ansiedad.
Después de la desescalada llegó la nueva normalidad, pero con la sucesivas olas de contagios hasta ya empezado el proceso de vacunación. Se abrieron los espacios de ocio con restricciones y una parte importante de los adultos volvieron a la presencialidad laboral.
Precisamente, es la aparición de la segunda ola de COVID-19 la que rompe las expectativas de salida del problema de los adolescentes, “provocando mayor indefensión aprendida y frustración”, explica la fundación, que unido a un mayor tiempo dedicado a la tecnología, “provoca que estas patologías como las autolesiones continúen creciendo como vía de escape”.
Mayor implicación de la Administración Pública
La Fundación ANAR pone de manifiesto que las Administraciones Públicas deben implicarse más en los problemas de la infancia, concretando esa preocupación en la elaboración de una estrategia para la erradicación de la violencia sobre la Infancia y Adolescencia.
Esto permitiría más fácilmente “el desarrollo de acciones de prevención de la violencia en el ámbito familiar”, explica el informe. Pero, para ello, también es fundamental “la formación de los profesionales educativos y sanitarios en materia de riesgo y desprotección infantil”.
Además, y sumado a todo lo anterior, piden una “mayor coordinación de los Centros de Servicios Sociales y los Servicios de Inspección Educativa para la gestión de situaciones de desprotección”. En ese sentido, se debe “crear un espacio cálido” para que los niños, niñas y adolescentes puedan hablar cuando necesiten.
Esas son las recomendaciones que, junto con el informe, ha realizado la Fundación ANAR para actuar por la gravedad de las tendencias que reflejan los datos.