Daniel Drucker, descubridor de efecto saciante del Ozempic: «Alguien con sobrepeso pero sin sedentarismo ni problemas en órganos es seguramente una persona sana»

Daniel Drucker, uno de los padres del Ozempic, en Bilbao | M. Toña
Daniel Drucker, uno de los padres del Ozempic, en Bilbao | M. Toña
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El doctor Daniel Drucker ha dedicado más de cuatro décadas a investigar una molécula escondida del intestino cuando nadie hacía demasiado caso a las tripas: GLP-1. Hoy, entre quienes quieren perder peso, esas siglas parecen revelarse como una solución mágica. “Nada más lejos de la realidad”, asevera uno de los padres científicos del Ozempic ®, el medicamento estrella basado en GLP-1 que permite controlar como ninguno la diabetes tipo 2 y abordar la obesidad grave.

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“Llevamos años trabajando para redefinir la obesidad como una enfermedad médica, no como una condición estética

Drucker acaba de visitar España para recibir un premio Fronteras del Conocimiento junto a Joel Habener, Jens Juul Holst y Svetlana Mojsov, considerados pioneros científicos de fármacos como la semaglutida (GLP-1). Medicamentos que también parecen tener un efecto en el control de adicciones y que han conseguido pérdidas de peso de hasta el 15%, en el caso de Ozempic.

Pero Drucker no quiere hablar de kilos. Quiere hablar de órganos. “La obesidad es una enfermedad que implica un daño progresivo y crónico en el hígado, los riñones, las articulaciones, los vasos sanguíneos…”.

En otras palabras, lo que vemos en el espejo apenas es la punta del iceberg. Es un “error abordarlo como una cuestión de peso o sólo estética”, tal y como refleja un reciente estudio, al calor del riesgo de un mal uso de Ozempic y sus sucesores.

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Según sus autores, centrarse exclusivamente en el peso o el índice de masa corporal (IMC) invisibiliza las múltiples dimensiones metabólicas, genéticas e inflamatorias de la obesidad.

La obesidad puede no ser visible

El estudio destaca que los cambios en el estilo de vida que recomiendan los equipos médicos basados sólo en la restricción calórica y el aumento de la actividad física, tienen escaso efecto en la pérdida de peso a largo plazo. Apenas consiguen reducir los riesgos cardiovasculares y, sin embargo, pueden provocar discriminación, estigmatización y trastornos de la conducta alimentaria, como señalaba en Tampoco es el fin del mundo la nutricionista Marián (Boticaria) García.

Drucker pone un ejemplo gráfico: “Si una persona con cierto sobrepeso corre 10 kilómetros al día, sin signos de daño renal, hepático,  coronario, articular… probablemente esté perfectamente sana, incluso aunque su peso corporal sea ligeramente alto”. Los pinchazos de Ozempic o sus sucesores sobran.

Este enfoque obliga a reformular no sólo el diagnóstico, sino también el tratamiento. Ya no se trata de “adelgazar”. Ni por estética ni por salud. Ha de estar justificado con un chequeo completo que se fije en esa afección metabólica o daño en órganos. 

Casi todo está en el cerebro

En su carrera investigadora, Drucker trató de comprender la función precisa del GLP-1, implicado en la producción de insulina que, a su vez, controla el nivel de azúcar en sangre. Vio que sólo las formas más cortas de este péptido funcionaban cuando había alta cantidad de glucosa. En 1996, el galardonado demostró que el GLP-1, además, moderaba el apetito y aumentaba la sensación de saciedad.

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Del mismo modo, puede ocurrir al contrario, indica el doctor. Personas con problemas metabólicos que aparentemente no tengan obesidad, pueden requerir tratamiento. Aunque Drucker recuerda que los GLP-1 como Ozempic no son una varita mágica y se deben prescribir junto a cambios sostenidos en el estilo de vida: desde el ejercicio bien diseñado a una dieta saludable –no necesariamente de restricción calórica–. Lo de “comer menos” es… ¿lo de menos?

Los GLP-1 parecen ser eficaces mandando una señal al cerebro para que deje de tener hambre. Pero hay más. “El 90% del beneficio en pérdida de peso se produce en el cerebro, no en el intestino. Es el cerebro quien dice: ‘No tengo hambre’. También es probable que sea el responsable de reducir la inflamación sistémica”.

Sin embargo, ocurre algo que no se termina de comprender: “En muchos de esos órganos [que mejoran su estado] hay muy pocos receptores directos de GLP-1 (es decir, el medicamento no entra en ellos). Esto sugiere que el efecto podría deberse a señales secundarias, quizás iniciadas en el cerebro”. ¿Es el cerebro quien manda sanar? Según Drucker, esta familia de medicamentos tipo Ozempic parece estar “actuando en una red sistémica aún no del todo entendida”.

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¿No le da cierto miedo que algo importante se nos esté escapando? Drucker recuerda que el primer medicamento de esta familia fue aprobado en 2005, y que decenas de millones de personas ya los han usado. “No estamos improvisando. Pero, como con cualquier nueva tecnología, hay que seguir evaluando riesgos y beneficios con rigor y transparencia”. 

Recientemente, Reino Unido ha incorporado a la ficha de Ozempic una advertencia sobre la reducción de eficacia de los anticonceptivos orales en mujeres que se inyectan este producto. También se ha publicado un estudio que revela casos de ceguera entre algunos usuarios, en une efecto adverso muy poco habitual. 

¿Inyectar Ozempic en el cebrero… para tratar adicciones o párkinson?

A pesar del entusiasmo generalizado, Drucker se muestra cauto ante los usos aún especulativos de estos medicamentos. “Estamos investigando su posible utilidad en adicciones como el alcoholismo o el tabaquismo. Hay estudios en marcha en Europa, Canadá y Estados Unidos, pero no tenemos datos de fase III (grandes ensayos en pacientes) aún”.

Esa acción neurológica plantea preguntas que todavía suenan a ciencia ficción ¿Podrían inyectarse en el cerebro estos compuestos para tratar demencias o párkinson? “Es cierto que podrían ser interesantes si los pudiéramos administrar directamente en regiones vulnerables relacionadas con alzhéimer o párkinson” Pero, cuidado “El cerebro también contiene regiones que responden al GLP-1 haciendo que uno se sienta mal. Así que quizás no sería tan beneficioso”.

Con todo, aun sin ser medicamentos inyectables en el cerebro, Drucker destaca su capacidad ya demostrada para actuar en él, empezando por el abordaje de la obesidad grave. Una vez se controla esta, baja el riesgo de otras tantas enfermedades, también neurológicas.

Drucker, contra el uso estético del Ozempic

El reto, que no se conviertan en un arma de doble filo que arrastren a la salud mental de millones de personas. La semaglutida o la tirzepatida (Mounjaro ®), los primeros medicamentos de la era influencer, también se han presentado de la mano de discursos frívolos y usos totalmente fuera de prescripción, ligados a pérdidas de peso tan puramente estéticas como cargadas de riesgo.

Drucker apunta que “vivimos una época particularmente complicada”. Y mira a su vecino del sur, Estados Unidos. Epicentro de un mercado irregular de Ozempic en redes sociales y, a la vez, país que amenazó con prohibirlo incluso para personas con diabetes que podrían necesitarlo, por parte de un secretario de estado antivacunas.

Drucker cree que “los científicos no podemos dar por sentado que la gente entiende cómo funcionan los grandes avances o descubrimientos. Sean estos la IA, el cambio climático o nuevas medicinas… vacunas, GLP-1, etc. Todo viene de ciencia básica, tenemos que salir y explicarla”, cree. “Necesitamos científicos en las escuelas, en las comunidades, en los medios. De lo contrario, retrocederemos”.

Así funcionan Ozempic y sus sucesores