El 8 de septiembre de 1978 se desató el Viernes Negro en Teherán contra el Sha de Persia. Casi 40.000 trabajadores de refinerías de Irán se pusieron en huelga. Inmediatamente, reemergió el fantasma de una nueva crisis global del petróleo. Entonces, la ideología se teñía de (anti)belicismo y el cambio climático no estaba en la agenda política ni en la de casi nadie. Excepto en un reducido grupo de científicos que, curiosamente, trabajaban para una petrolera.
La industria fósil se puso entonces a hacer algo llamativo: investigar durante cuánto tiempo más podrían estar explotando yacimientos fósiles. El sector de los fósiles quería saber si tenía tiempo para adaptarse; si aún había margen para seguir lanzando toneladas de carbono que los árboles y el fitoplancton podían compensar todo el CO2 que su industria lanzaba al aire. Y por el camino, descubrió algo potente. Y el resultado quedó silenciado hasta tres décadas después, con claras connivencias políticas.
Por desgracia, el tiempo les ha dado la razón, de acuerdo con un estudio publicado este año en Science. Sí, hace 45 años, ya se sabía que la quema de petróleo, gas o carbón haría subir las temperaturas medias de planeta, acercándonos a un umbral peligroso. Pero han tenido que pasar 28 cumbres del clima (además), para que la clase política reconozca esta realidad. Es el hito histórico de esta COP28, la primera que parece haber superado la ‘ideología del cambio climático’, para sustituirla por la evidencia y la política real.
¿Por qué hacemos del cambio climático una cuestión de ideología? ¿Es sólo cosa de la extrema derecha?
La investigación que vino a sacar los colores a las petroleras estadounidenses fue liderada por Geoffrey Supran (Universidad de Miami, EE.UU.), quien en 2015 tuvo acceso a aquellos informes. En ellos, se constata que la estrategia de comunicación de la compañía puso el énfasis en las incertidumbres, las limitaciones de los modelos climáticos, y reducía, o incluso negaba el papel de los combustibles fósiles como causa fundamental del actual cambio climático. Aun sabiendo de buena tinta que eso no era así.
Cuatro décadas después, ese argumentario ha sido calcado por populismos ligados a la extrema derecha (aunque no sólo), en un fenómeno llamativo que conoce bien Cristina Monge (Universidad de Zaragoza y Fundación Más Democracia). Para la invitada esta semana al pódcast Tampoco es el fin del mundo, el cambio climático, si no el mayor, “sí es uno de los mayores fracasos de la política contemporánea”, sólo comparable “al de la desiguandad, y los dos van de la mano”.
Hay una extrema derecha que finge ponerse del lado de los vulnerables con el cambio climático, dándoles a entender que los engañan, ofreciendo seguridad.
Que hayan pasado 28 cumbres del clima para que se reconozca la necesidad de “transitar hacia combustibles alejados de los fósiles” demuestra las enormes resistencias de poderes económicos pero, también, de la trinchera de ideologías ligadas a populismos negacionistas del cambio climático. Para la politóloga y socióloga experta en cambio climático, estas posiciones ideológicas fingen ”ponerse de lado de los vulnerables, de forma manipuladora, dando a entender a esas personas que las están engañando. Es decir ‘yo te doy la seguridad de llevarte a un pasado idílico‘, pero que jamás existió; un pasado que niega la evidencia”.
El cóctel de nostalgia, rebeldía y complicidad con ‘las víctimas’ de la transición ecológica se adereza con petróleo, casi siempre. Como sostiene Supran, desde los años setenta, los discursos de las petroleras más poderosas se han alineado con los de políticos, en el caso de EE.UU., más frecuentemente republicanos. ¿El negacionismo del cambio climático ha sido ideología patrimonio de la derecha?
“El cambio climático no es ni de izquierdas ni de derechas. El cambio climático es”, sostiene Monge. ”Ahora bien, la forma en que la abordamos sí que tiene ideología. Y hay opciones políticas que dicen que opere el mercado, que desarrolle tecnología, que invierta, etcétera; hay otras que hablan de transición justa y dirigida, acompañando a las personas y territorios más perjudicados; también está quien sostiene el decrecimiento… Hay muchos debates. Eso sí es política e ideología”.
No todo el populismo de extrema derecha es negacionista
De Trump a Bolsonaro, pasando por Milei, los populismos de las últimas décadas parecen haber abrazado ideas negacionistas alrededor del cambio climático, que consideran una ideología o excusa para “restar libertad” o imponer una “agenda globalista”. Pero hay casos en que, justamente, para luchar contra el globalismo, se abraza la bandera ecologista o conservacionista. “Es el caso de Le Pen, en Francia, quien en el último debate defendió el consumo de productos kilómetro cetro para reducir las emisiones de CO2; mezcla esa variante ecologista con un proteccionismo nacionalista”, dice Monge.
Para la politóloga experta en clima, hay algo más peligroso que el negacionismo climático en sí “que ya es muy difícil de sostener por ninguna ideología”. El peligro mayor con el cambio climático es la “narrativa retardista que se empezó a imponer con la pandemia”. El retardismo no niega el calentamiento global, pero sí niega la urgencia a la hora de tomar medidas. Y fía las soluciones a la crisis climática a tecnologías futuras que nos sacarán de esta. Eso, contra la evidencia que el panel experto del clima de la ONU (IPCC) presentó a la clase política el pasado marzo.
En parte, es algo de lo que se desliza del resultado de la última cumbre del clima, COP28. No se ha sellado el fin de los combustibles fósiles, sino una transición carente de calendario. “¿Es la declaración que me hubiera gustado leer? No –dice Monge– ¿Era posible otra declaración? Resulta complicado, incluso me esperaba menos. Son muchos países, muchos intereses, muchas empresas que se ven obligadas ya a replantearse la base de su modelo de riqueza”.
Y, en este sentido, es moderadamente optimista: “Ya, cualquier fondo de inversión o empresa que tenga activos relacionados con los fósiles, a poco hábil que sea, tendrá que cambiar el modelo”. Así que… tampoco es el fin del mundo. El vaso no está “ni medio lleno, ni medio vacío; pero el vaso se está llenando”.
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