‘Chemtrails’: Cómo la radio nocturna pudo viralizar una falsa conspiración tras la Guerra Fría

Origen de la teoría de la conspiración de los chemtrails | M.V.
Origen de la teoría de la conspiración de los chemtrails | M.V.
Tiempo de lectura: 10 min

Empecemos esta historia dejando las cosas claras: nunca existió una conspiración militar o gubernamental para rociar a sabiendas a la población con sustancias dañinas, ni para la salud ni para la meteorología, fuera de un contexto de guerra. Y, sin embargo, existe un viejo ruido de fondo que resuena en el imaginario colectivo alrededor de las estelas blancas, que dejan a su paso los aviones al surcar los cielos en altura. Hoy, a estas trazas se las acusa de la sequía, pero el origen del bulo de los chemtrails (estelas químicas) data de los años noventa. Y la leyenda anida y crece en un programa de radio de la onda media norteamericana.

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Coast to Coast AM es un espacio radiofónico que gozó de enorme popularidad en los Estados Unidos y Canadá durante los ochenta y noventa, sobre todo. Trataban (y tratan), fundamentalmente, temas paranormales. Su estrella era el ya fallecido Art Bell, quien lo fundó en 1988 junto a Alan Corberth. Desde los estudios en su propia casa, en Pahrump, empezaba cada emisión con música electrónica new age de Giorgio Moroder. Un guiño científico al programa Cosmos, de Carl Sagan, que contaba con el compositor Vangelis.

A Coast to Coast se conectaban cientos de emisoras locales de Norteamérica, dado su enorme éxito. Antes del origen del bulo de los chemtrails, su cobertura fue casi total y era fácil encontrarse con la voz de Bell, barriendo el dial de la onda media (con mayor alcance que la FM). Tal fue su popularidad, que entre sus invitados habituales no sólo había una pléyade de profesores o militares con investigaciones en los márgenes de lo académico. Llegó a ser invitado el escritor Ray Bradbury.

Entre sus fuertes: líneas telefónicas abiertas y sin filtros. Cualquiera podía entrar en directo. Llamaron supuestos marcianos, ‘viajeros’ en el tiempo y, por supuesto, personas que veían chemtrails. Pero eso último no ocurrió antes de 1999.

Bell era un maestro del espectáculo radiofónico, del código, las pausas, el tono y los silencios. Como en muchos otros espacios de este tipo, se rodeaba de colaboradores que traían temas sobre los que habían investigado. Y aquí es donde entra en escena William Thomas, exmarine en la Guerra del Golfo y autodenominado periodista de la vieja escuela de fenómenos paranormales y conspiraciones militares.

El origen de la teoría de los ‘chemtrails’, en los primerísimos foros de internet

Nos adentramos en un viaje al pasado, por una arqueología internetera llena de versiones, a veces, contradictorias. El yacimiento fósil de las primeras páginas web y, sobre todo, de los foros y listas de distribución de los noventa. Así como de un puñado de cintas de casete digitalizadas y subidas a la red. Un relato fragmentado y narrado, en ocasiones, por conspiranoicos en primera persona.

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William Thomas se manejaba con cierta soltura por esos primitivos foros de la world wide web y las listas de correo electrónico, dos de los grandes usos del internet de los noventa, que antes de popularizarse a nivel doméstico, parecía cosa de militares, académicos y algunas empresas.

Un informe militar real y malinterpretado de 1996 empezó a circular por listas de correo. En 1999 se pronunció por primera vez el término ‘chemtrail’ en la radio.

En aquellos foros y listas circulaban ya algunos documentos atribuidos al ejército estadounidense. Lo que para algunos eran curiosidades o divertimentos informativos, para otros –como Thomas– se convertían en filtraciones para atar cabos. Según asegura él mismo en sus webs y vídeos, un colega de una revista meteorológica le pasó un vídeo sobre el origen de esas estelas (que aún no se llamaban chemtrails) y termina hilando una conspiración entre militar y gubernativa.

Hay circulando un par de documentos llamativos, reales, elaborados por centros de investigación para la Defensa. En particular, uno de 1997, ligado a la Fuerza Aérea –aunque externo–, en que se habla con precisión de experimentos para la “modificación benigna del tiempo”. Se refiere, en origen, no a chemtrails, sino a técnicas experimentales iniciadas en los años cuarenta del siglo XX destinadas a hacer llover (no a provocar la sequía). Sustancias como el yoduro de plata u otras sales pueden favorecer la condensación del agua a cierta altura, sembrando el cielo de nubes cargadas, que precipitarán en forma de lluvia, y no de granizo.

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Explicación de las estelas de condensación ‘contrails’ por el Comité de Aeronáutica de EE.UU. en 2000

Esta técnica, conocida como ‘sembrado de nubes’, fue abandonándose por cara y relativamente poco efectiva. Décadas después se ha vuelto a usar, incluida la península ibérica, pero en lugares muy concretos, casi siempre para evitar granizadas previstas, como hemos explicado varias veces en Newtral.es.

A estos informes se agarra Thomas, pero en paralelo hay una red de personas con perfiles conspiranoicos, más o menos solitarios, más o menos ligados a grupos ultrarreligiosos o libertarios, muy activos en las listas de distribución, desde unos pocos años antes. Y ahí está la tormenta perfecta para ver una amenaza en los cielos.

De los supuestos ‘frikis’ con módem y onda corta, al público general

El ya fallecido Richard Finke es uno de aquellos y a él se le atribuye a veces el origen de la palabra chemtrails, más que el origen de la conspiración como tal. Finke, como muchos otros, tiene una pequeña emisora de onda corta. El correo electrónico era la semilla. La radio, su particular red social propagadora. Y su fuente documental, un grupo de distribución de correos llamado ‘[BIOWAR]’, tal y como documenta Jay Reynolds, otro outsider que empieza a desmontar a Thomas desde su web (fosilizada desde 2001) y que también tiene un espacio de radio en la onda corta. 

En realidad, el término chemtrails no se empieza a manejar en origen más que a partir de su irrupción en la onda media convencional. Es la primera vez que se distingue de otra palabra: contrail, estelas de condensación que dejan a su paso los aviones en forma de agua helada. Thomas escribe varios artículos sobre el origen de los chemtrails y sus efectos en la salud y el clima en la revista de nicho Environmental News Service, a la que habían llegado testimonios de supuestos fumigados.

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Tras ello, es invitado al programa Coast to Coast el 17 de marzo de 1999, según consta en viejas grabaciones que recientemente se han recuperado en línea, en un recopilatorio conocido como Art Bell’s Vault. En este pódcast de la radio pública estadounidense recuerdan su figura y rescatan este proyecto de documentación de Coast to Coast AM.

No se habla entonces de modificación del clima o del tiempo. En el programa original, Thomas cuenta a Bell que su vida cambió cuando tuvo acceso a un informe y un vídeo de un hombre que dijo que vio aviones volando de un lado a otro formando una cuadrícula con estelas en el cielo. El hombre le contó que enfermó él, su esposa y a algunos vecinos. Ellos mismos especulaban que las estelas podrían ser parte de un plan secreto para probar nuevos medicamentos en personas enfermas. ¿Por qué inventarse algo así?

Cuando lo que cae del cielo ya no pueden ser bombas soviéticas

Estamos a finales de los noventa. El bloque soviético ha caído hace casi una década. Internet empieza a formar parte del paisaje de los hogares, poco a poco. Pero todavía es la radio la que concita a millones de personas cada noche (todavía hoy, Coast to Coast es escuchado por 3 millones de personas), creando comunidades que abrazan nuevos relatos, huérfanas de los miedos propios de la Guerra Fría. Si la invasión extraterrestre era la metafórica catarsis del terror al ataque ruso, la disipación de la sombra soviética transforma las amenazas celestes. De los aviones ya no caen bombas, sino aerosoles tóxicos.

No es casual que aquel hombre pensara que enfermó después de haber sido supuestamente fumigado. Los ecos de la Guerra Fría estaban ahí. Durante las décadas de 1950 y 1960, la Universidad de Stanford y la Ralph Parsons Company (ambos, contratistas del Ejército de EE.UU.) llevaron a cabo pruebas de dispersión atmosférica con partículas de zinc-cadmio-azufre. ¿Eran armas químicas? No. Eran moléculas teóricamente inocuas para hacer investigaciones meteorológicas.

¿Por qué el Ejército? Porque querían saber cómo se dispersan en el aire distintos compuestos y evaluar que impacto tendrían armas reales. Posiblemente, soviéticas, en caso de lanzarse bombas o fumigaciones. La documentación se desclasificó en 1997, no mucho antes del supuesto chivatazo conspirativo a Thomas y que llegó a la radio en 1999.

En 1997 se desclasificaron los experimentos de rociamiento que hizo el ejército en los 50 y 60, no para provocar enfermedades, sino para investigaciones atmosféricas en caso de ataque soviético.

Tras aquel programa, la conspiración, airadas cartas acusatorias comenzaron a inundar las sedes de las agencias gubernamentales. La Agencia de Protección Ambiental (EPA), la Administración Federal de Aviación (FAA), la NASA y la agencia meteorológica NOAA coordinaron una respuesta inmediata para intentar desmontar la conspiración. Pero el asunto iba a llegar al Congreso, cuando se presentó la Ley de Preservación del Espacio de 2001, con la idea de prohibir cualquier arma en el espacio.

En el texto se hablaba de esas estelas. Y los creyentes de la conspiración interpretaron un reconocimiento implícito de su uso y peligrosidad. Se mezcló, entonces, con los informes desclasificados sobre experimentos militares contra ataques químicos (aún se sostienen en blogs y webs conspiracionistas, a la hora de relatar lo ocurrido en 2001).

Tres años después ya estaba en las librerías el primer gran libro sobre los ‘chemtrails’. Su autor, William Thomas. Nueva biblia para los conspiracionistas, que iban a encontrar, tan solo unos meses más tarde, una plataforma ideal para compartir sus vídeos de estelas: YouTube. El bulo ya iba a ser imparable.

Para entonces, Art Bell ya había dejado Coast to Coast. El escritor Andrew Paul (que ha investigado el proyecto Art Bell’s Vault) cree que, si bien no fue inocuo, el locutor se diferenciaba de los videobloggers conspiranoicos actuales en que “le deba un toque periodístico más clásico”. A su modo de ver, hoy, en redes, pódcasts y videopódcasts conspiranoicos “no sólo están promoviendo activamente cosas peligrosas, difundidas a escalas mucho mayores, también existe ese sentido de especulación y lucro que no creo que Art Bell necesariamente tuviera”.

El programa sigue en antena, de la mano de George Noory, un histórico de este espacio, quien hace una versión televisiva por internet. El nombre de William Thomas sigue ligado a dos canales bastante raquíticos de YouTube, donde se recogen teorías conspirativas y bulos donde no faltan las alusiones a la pandemia.

En todo el mundo se ha replicado el modelo de show nocturno paranormal y conspiranoico. Coast to Coast recorre todavía hoy la AM y la FM, con un potencial de 245 millones de oyentes, según la cadena que lo acoge. Pero internet es un universo de 5.000 millones de usuarios. Y su poder de propagación y mímesis supera al de cualquier estela dispersada por el cielo.

Fuentes

1 Comentarios

  • Vaya manera de desinformar a vuestros lectores.Yo veo nuestros vuelos llenos de estelas blancas y grises de los aviones de la OTAN que cruzan y vuelven a cruzar por la misma zona hasta tapar el sol. Eso no so condensaciones de agua y vosotros lo sabéis.Lo bueno de esto es que vosotros y vuestros hijos también sufrireis la consecuencias de respirar está mierda asi como del cambio climático que nos queréis vender.! Vaya periodistas!