“La Tierra ya no es un planeta terrestre. Es un planeta de agua”. Y debería llamarse así, Aqua. Empieza contundente Jeremy Rifkin, sociólogo, economista y asesor de gobiernos y empresas en materia climática y de recursos. El que fuera activista del ecologismo en los ochenta pasó a merecer el título de futorólogo tras clavar algunas de sus previsiones sobre el impacto del calentamiento global o la irrupción de internet en la sociedad. Ahora habla de “crisis existencial” para una especie entera que ha transformado, ella sola, un planeta Tierra que debería cambiar de nombre.
El modelo económico actual, basado en combustibles fósiles y en la expansión constante del consumo, ya no es viable. Reducir las emisiones de carbono rápidamente es la receta. Pero también repensar nuestra relación con el agua. Su mirada está puesta en Valencia.
Lo ocurrido muestra en tiempo real ”hasta qué punto vivimos en un planeta Aqua”. Una tragedia en que el agua se convierte en amenaza define los lazos, creando una comunidad de personas que se ayuda mutuamente. “Tenemos que ir avanzando del modelo de nación-estado al de biorregión”, es decir, territorios definidos por sus ecosistemas y amenazas climáticas concretas, que no tienen por qué coincidir con las fronteras políticas. “En España esas regiones están bien definidas por sus recursos hídricos”.
“Los vi, con palas, sacando lodo, caminando por el puente… Miles de personas ayudándose en un evento climático en una biorregión. Vamos a ver este tipo de cosas cada vez más. Se trata de una ampliación sobre la gobernanza regional”. ¿Sólo el pueblo salva al pueblo? No exactamente. Aunque ”si no pueden confiar en el gobierno… Los gobiernos nacionales seguirán existiendo, creando códigos, reglamentos y normas. Pero ahora la gente se está arremangando en sus regiones“.

El agua ya nos obliga a cambiar el nombre a la Tierra
Rifkin habla desde EE.UU. en un encuentro con un puñado de periodistas españoles, tras la publicación de Planeta Aqua (Paidós, 2024): “Lo que ustedes están viviendo ya lo acabamos de vivir nosotros”. Esto no se parece “a nada conocido”. Dos huracanes y “cientos de personas aún sin casas, sin seguros, sin vida”. Calles tomadas por el ejército.
“¿Sabes lo que está pasando con los militares? Los grandes think tanks mundiales creen que en los próximos tres años las grandes crisis van a ser climáticas. Y los ejércitos ya no van a estar tan metidos en guerras geopolíticas; van a estar (como ya vemos en Valencia) en misiones relacionadas con el clima”.
Las matemáticas, aquí, son tozudas: por cada grado de más que sube la temperatura terrestre media, aumenta un 7% la evaporación de agua, es decir, la cantidad de agua disponible en la atmósfera para poder precipitar torrencialmente, incluso en zonas o tras periodos de sequía. Está pasando y ”esto lo anticipamos hace 30 años”.
¿Quién debería pagar los platos rotos de los desastres climáticos? ¿Acaso no deberían ser quienes lo sabían en las empresas fósiles justo hace tres décadas? “Sí. Pero déjame decirte que eso no va a pasar. El mercado manda”.
La tercera revolución industrial es la del agua
Vivimos en un tiempo en que 4.000 millones de personas tienen en la palma de su mano más capacidad de computación que toda la usada en las misiones Apolo a la Luna. “Eso es computación distribuida”. La inteligencia artificial puede ser, ahí, aliada en la gestión del agua. Pero también devoradora de este recurso. “Cada 12 a 25 respuestas que da un chatbot (como el de GPT) consume una botella de agua”. Pero la computación, en general, es muy demandante de este recurso. “Todo el mundo cree que la IA va a estar por todos lados… La IA va a tener un papel limitado debido a la falta de agua para fabricar chips de computadora, que requieren unos 5 litros de agua pura por chip”.
“La IA va a tener un papel limitado debido a la falta de agua. Vamos hacia una computación distribuida. Meta, Google, Apple… seguramente no existan en 40 años”.
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El economista argumenta que esta “tercera revolución industrial” requerirá de empresas ajenas al modelo centralizado de Google, Meta o Apple, que “seguramente no existirán en 40 años“. Un coche autónomo o el internet de las cosas requiere centros de datos más pequeños y cercanos.
Esto permitirá, también, “descentralizar la producción de energía” con eficiencia. Un tejado, unas placas, por ejemplo. La economía fósil necesitaba infraestructuras centralizadas de producción que costaba mucho asegurar (una planta nuclear, una presa, etc.). Pero vamos a una generación de energía renovable distribuida y controlada por centros de datos.
“Con el agua puede ser lo mismo”. Redes de captación y almacenamiento distribuido. Adiós a la idea de los grandes embalses. “Perseguir el agua allá donde cae torrencialmente y guardarla de forma segura para los periodos de sequía”. Pero tenerla siempre cerca y gestionada con big data.
Rifkin ve un futuro en red. Primero lo fue con la información (internet). Ahora, con las personas y las infraestructuras. “Los más jóvenes ya lo hacen”, y recuerda las movilizaciones climáticas. “Millones de jóvenes salieron a la calle. Pero cuando van a su alcalde o gobernador y les dicen ‘tenemos una emergencia climática’, les responden ‘ok, estamos de acuerdo, pero es una de las muchas crisis que tenemos que abordar’. Los jóvenes, entonces, dicen: ‘¡Esto es un evento de extensión!’”.
Rifkin, autor de Biosphere Politics (1991), El fin del trabajo (1995) o La Tercera Revolución Industrial (2011), cree que esta no es una crisis más en la historia. “Esta es la primera vez que toda una generación, Gen Z, se ve a sí misma como una especie en peligro de extinción”.
Pero tira del viejo axioma: la crisis crea oportunidades. “Sé que muchos jóvenes dicen: ‘No creo que lo consigamos’. Que incluso no quieren enfrentarse a ello. Que preguntan si tener hijos. Pero también está la tecnología y hay un cambio en la forma en que nos gobernamos, está empezando a suceder […] Pero hay esperanza”. Aunque quizás no baste con cambiar el nombre a la Tierra.
Escucha la entrevista completa con Jeremy Rifkin en el capítulo 48 del pódcast Tampoco es el fin del mundo, con el guión y diseño de sonido de Mario Viciosa. Agradecimientos: Editorial Paidós.
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