Britney Spears no va a ser la niña buena que el mundo quiere

Britney Spears
Portada del primer álbum de Britney Spears | Shutterstock
Tiempo de lectura: 7 min

Hay dos frases que las niñas escuchan a menudo desde bien pequeñas: “Lo hago por tu bien” y “compórtate”. El secuestro de la libertad femenina comienza mucho antes siquiera de que una tenga conciencia de su propio ser. Sabemos antes qué mujeres no debemos ser que qué mujeres queremos o podríamos ser. Las estrellas del pop suelen ser el espejito al que muchas crías se asoman para descifrar ese anhelo. Y ahí comienza la contradicción: las criaturas —muchas niñas, pero no solo— quieren parecerse a esas divinidades con melenas despampanantes, maquillajes imposibles, tacones de travesti poderosa y prendas diseñadas para mostrar en vez de tapar, mientras una vocecita les susurra que deben tomarlas como ejemplo de lo que la sociedad desprecia.

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Suelen ser mujeres a las que se les pide, en abstracto, que eduquen a las futuras generaciones, es decir, que sean ejemplares, a la vez que colectivamente se analiza su comportamiento al milímetro en busca del desatino que sirva para decirle a las niñas: “¿Ves? No querrás acabar así”. El último latigazo correctivo ha sido para la cantante Aitana, quien ha osado llevar a cabo una coreografía con connotaciones sexuales en el escenario. “¡Los niños! ¿Es que nadie piensa en los niños?”, dicen algunas voces críticas que parecen capitalizar la genuina preocupación por esas criaturas que forman parte del fandom de Aitana. Uno de los rostros que mejor encarna esta hipervigilancia es la cantante y bailarina Britney Spears, quien recientemente ha sido ridiculizada y cuestionada por subir un vídeo a su instagram bailando con unos cuchillos (falsos) con los que trataba de imitar una actuación de Shakira. 

Britney Spears representaba de forma simultánea la inocencia infantil y la picardía incipiente de la adolescencia. Como expone el autor de este paper sobre la construcción de la cantante en los años 90, la artista fue erigida como Miss American Dream —Miss Sueño Americano— para terminar siendo el prototipo de mujer enloquecida y fuera de sí misma, de mala madre, de muchacha errática. Y, por supuesto, de femme fatale: demasiado sexual, demasiado caprichosa, demasiado imperfecta. Por cada acusación de infidelidad por parte de su ex Justin Timberlake, por cada acoso de los paparazzi y por cada salida de tono de Britney Spears, había un juicio colectivo que sentenciaba: Oops…! She did it again.

De aquí se desliza una idea peligrosa: que asistir al derroche de sexualidad y sensualidad de una artista admirada, imitarla en la soledad de tu cuarto, pone a las niñas en la diana de depredadores sexuales. Como explicaba la socióloga e investigadora Rhea Ashley Hoskin, es una idea “que forma parte de la cultura de la violación, al considerar que las víctimas pueden evitar ser objetivos de una agresión”. “Como suele suceder, la feminidad se interpreta como una disposición sexual automática y como una estética de subordinación. Cuando niñas, niños o niñes se feminizan, el peso de todas estas creencias les cae encima. Desde esa mirada patriarcal, por tanto, para protegerles se entiende que no deben feminizarse [femmefobia]”, añade. Sin embargo, esto no ocurre con lo reproductivo. No solo preguntamos a las criaturas “¿qué quieres ser de mayor?”, permitiéndoles que jueguen e imaginen, sino que no se aplica esta mirada de problematización cuando niñas, niños y niñes juegan a “papás y mamás”.

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Pero ¿qué herramientas efectivas hay para convertir a las divas del pop en oscuras fábulas? La salud mental. Como exponen numerosos análisis en revistas de divulgación científica, como este en The Conversation o este otro en Scientific American, el caso de Britney Spears es el paradigma de cómo los episodios de malestar pueden usarse no solo como armas arrojadizas para desacreditarnos puntualmente, sino para crear un estigma eterno que nos recuerde que ni siquiera estamos a salvo de nosotras mismas. Britney Spears fue convertida en un meme cuando en 2007 se rapó la cabeza después de graves episodios de acoso por parte de la prensa, de la retirada de la custodia de sus hijos o de la exhibición ajena de su sexualidad porque, total, qué derecho tiene a decidir qué permanece en la intimidad cuando se pasa el día enseñando cacho en los videoclips y en los escenarios. Socialmente se anuló su capacidad para consentir, algo que su padre, Jamie Spears, aprovechó para conseguir una tutela judicial que se prolongó de 2008 a 2021. Como recoge aquí la cadena NCB News, que se hizo eco del testimonio de Britney Spears durante el juicio para revertir la tutela y recuperar su autonomía, la obligaron a trabajar, le impidieron tener otro hijo más y la medicaron contra su voluntad.

Britney Spears #FreeBritney

Esta espectacularización de la conducta de artistas famosas responde al arquetipo de la mujer descarrilada —trainwreck woman, concepto acuñado por Jude Ellison S. Doyle, quien en su libro Mujeres que nos gusta odiar, burlarnos de ellas, temerlas… y por qué expone que mujeres como Britney Spears, pero también Lindsay Lohan o Amy Winehouse, “son atadas a las vías y atropelladas alegremente”, principalmente “por la amenaza que suponen para la idea de que la sexualidad femenina encaja dentro de un patrón familiar y seguro”. “La vergüenza y el miedo se utilizan para vigilar prácticamente todos los aspectos de ser mujer. Después de decirle a alguien lo que tiene que hacer con su cuerpo, hay que decirle lo que tiene que hacer con su mente”, añade Doyle. 

Paradójicamente, su sufrimiento les devuelve cierta humanidad mientras se las deshumaniza de nuevo al elevarlas: ese puntito de quiebre, de desquiciada, “las hace especiales, diferentes, unas genias”, viene a decir la escritora Jude Ellison S. Doyle. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con los hombres, en quienes recae de forma habitualmente positiva la conexión locura-genialidad, a las estrellas como Britney Spears si bien este diagnóstico no las destruye, sí las define de por vida. 

Es perfecto: te adularán para que te confíes, pero en el fondo no importa lo que hagas porque siempre habrá un descuido con el que el mundo entero arqueará la ceja y torcerá el gesto en señal de desaprobación. Siempre preparados para recordarte que una vez loca y rota, una no puede ser otra cosa. A partir de ahí, toda conducta será siempre explicada a través de la patología. 

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La familia de Britney Spears le arrebató su propia soberanía bajo el pretexto de que estaba fuera de sus cabales y necesitaba ayuda, pero no es menos cierto que la sociedad en su conjunto ha sido partícipe de eso mismo. Siempre hay una mirada pretendidamente benévola pero condescendiente que cree estar asistiendo a un nuevo breakdown. Son las personas que dicen “¿Estás bien? No te veo nada bien” en lugar de preguntar “¿Cómo estás?”. Son las personas que están esperando su dosis de distracción desde 2007. Britney Spears debiendo justificarse públicamente por bailar con unos cuchillos falsos porque le encantó la actuación de Shakira pone de manifiesto que no tenemos derecho a ser excéntricas sin que haya alguien pidiendo nuestra evaluación psicológica o una explicación convincente, invocando una vez más los mantras que nos han grabado a fuego: “Lo hago por tu bien”, “compórtate”.

Britney Spears puede tener una crisis de sufrimiento psíquico y luego subir un vídeo bailando como la diosa que es sin que una y otra cosa estén relacionadas entre sí. Podemos aprender de esto que la preocupación genuina es el acompañamiento y la ternura, y no el cuestionamiento constante de quienes tienen complejo de salvadores. Britney, tía, dump them.

1 Comentarios

  • Muy buen análisis, felicidades por el artículo