Si pensamos en las actividades que hacemos durante el día, nos podemos dar cuenta de que hay una clara ausencia en la inmensa mayoría de ellas: el silencio. Es un producto de lujo en la sociedad de hoy en día y tiene multitud de beneficios.
Por ejemplo, ir a cenar a un restaurante, salir a correr con música en los cascos o hacer un maratón de series o películas.
El silencio cada vez está más lejos de nuestras vidas y es un producto de lujo que, en cambio, nos hace mucha falta.
La Agencia Europea de Medio Ambiente calcula que la exposición a largo plazo al ruido ambiental provoca que unas 20 millones de personas sufran grandes molestias crónicas y 6,5 millones, alteraciones del sueño graves y crónicas.
El ruido afecta de esta manera porque el oído no deja nunca de estar en alerta. Así como podemos cerrar los ojos para descansar mientras dormimos, los oídos no se cierran nunca. Por eso te puedes despertar de golpe por un fuerte ruido.
La importancia del silencio se explica con ciencia. Michel Le Van Quyen es un investigador neurocientífico francés del Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia.
Los beneficios del silencio
En septiembre de 2017, como él mismo explica en su libro ‘Cerebro y silencio’, se despertó con una parálisis facial fruto del agotamiento que arrastraba en su vida. Y le prescribieron reposo absoluto. En un principio le agobia estar completamente inactivo pero luego… se llevó una sorpresa: el silencio en el que se sumió le sentó tan bien que le ayudó a superar la enfermedad.
Desde entonces, decidió orientar sus investigaciones a sustentar el valor del silencio en nuestra salud cerebral y en un estudio publicado en 2013, como él mismo cuenta en una entrevista, descubrió que “bastan dos minutos de silencio para disminuir la presión arterial y el ritmo cardiaco”.
Según explica el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, hay, al menos, 3 niveles en el que el silencio puede afectar positivamente a nuestra vida: a nivel emocional, cognitivo y social.
“A nivel emocional, nos aporta paz, tranquilidad y calma. A nivel cognitivo, además, facilita y estimula nuestra atención y nuestra concentración”, explica Lecina Fernández, psicóloga clínica. Y a nivel social, ayuda a bajar el ritmo cotidiano de la vida y a desconectar del ruido que nos rodea diariamente.
Sin embargo, no es fácil conseguir silencio debido a la sociedad en la que vivimos. El filósofo y escritor español Ramón Panikkar lo definió como “sigefobia”. El miedo al silencio como una de las enfermedades de este siglo.
Pero, aun así, hay personas que llevan al extremo la búsqueda del silencio. El abogado noruego Erling Kagge pasó 50 días caminando solo por la Antártida para alejarse del ruido ambiental y adentrarse en el silencio.
“No había ninguna clase ruido, aparte del que yo mismo hacía. Esa experiencia, sin duda, me hizo aprender mucho sobre el silencio”, explicó él mismo en un foro celebrado en Burgos.
Aprender del silencio
Una forma de introducir el silencio en la vida cotidiana es aprender a valorarlo. Eso es lo que intentó que hicieras John Cage, un compositor americano del S.XX, al componer su obra llamada 4’33’’.
Se trata de una pieza musical compuesta por tres movimientos compuesta en 1952. Puede ser interpretada por cualquier instrumento o incluso orquesta. Su peculiaridad es que solo hay silencios. En la partitura aparece una única palabra “Tacet”, que le indica al intérprete que debe guardar silencio y no tocar.
Cage quiere que la audiencia escuche los sonidos ambientales que se producen durante la interpretación de la obra y además aprender a valorar el silencio, que también es una parte importante de la música.
En definitiva, no es fácil adentrarse en el silencio. Primero, a nivel individual. El silencio requiere esfuerzo y voluntad. Es decir, hay que perseguirlo. Provoca, además, que nos acabemos poniendo cara a cara con nosotros mismos. Y eso puede llegar a asustar.
No es fácil tampoco a nivel social porque vivimos, como hemos visto antes, en un mundo lleno de ruidos que terminan por absorbernos.