El Gobierno de Vladimir Putin acusó a Washington de tener en Ucrania un arsenal de armas químicas o biológicas, un extremo que la Casa Blanca calificó como información falsa y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, también rechazó. No obstante, Moscú aseguró que había encontrado pruebas en laboratorios ucranianos y solicitó una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU para tratar lo que calificó como “las actividades militares biológicas de EEUU en el territorio de Ucrania”. Por su parte, Naciones Unidas defendió no tener constancia de ningún programa de armas biológicas en Ucrania.
[Los laboratorios biológicos en Ucrania, una obsesión rusa]
EEUU, por su parte, advirtió que Rusia podría estar planteando utilizar un arsenal biológico-militar en Ucrania, con el pretexto de responder a la presunta amenaza del Ejecutivo de Joe Biden en territorio ucraniano.
Este cruce de acusaciones -que probablemente continuará durante lo que dure la guerra de Putin- entre los gobiernos de Rusia y EEUU sobre la tenencia de armas químicas y biológicas en las que también han intervenido países de la UE, ha puesto sobre la palestra el posible uso de este tipo de munición de guerra.
¿Qué son las armas químicas?
Las armas químicas son armas que utilizan las propiedades tóxicas de sustancias químicas para matar, herir o incapacitar al enemigo. El armamento químico se diferencia de las armas convencionales o a las nucleares porque sus efectos destructivos no se deben principalmente a una fuerza explosiva, según la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ).
El agente nervioso más potente inventado por el hombre para ser utilizado como arma química es el gas VX, (el líquido que se utilizó para asesinar a Kim Jong-nam, el hermano mayor del líder norcoreano, Kim Jong-un), pero otras sustancias pueden provocar efectos letales similares como el gas mostaza o el cianuro de hidrógeno.
La primera vez que se utilizaron los agentes químicos a gran escala fue durante la I Guerra Mundial, cuando ambos bandos del conflicto usaron gas venenoso para infligir sufrimiento y un considerable número de bajas en el campo de batalla. Según recuerda la ONU, dichas armas consistían esencialmente en introducir sustancias químicas comerciales en las municiones habituales como granadas y proyectiles de artillería. Entre las sustancias químicas empleadas se encontraban el cloro, el fosgeno (un agente sofocante) y el gas mostaza (que provoca quemaduras en la piel). Los resultados fueron indiscriminados y a menudo devastadores. Se produjeron casi 100.000 muertes. Desde la I Guerra Mundial, las armas químicas han causado más de un millón de fallecidos en todo el mundo.
Este tipo de armamento se ha utilizado también en conflictos posteriores. En la guerra entre Irán e Irak en los años 80 (donde se utilizó el potente gas VX) y en ataques terroristas. Uno de los capítulos más recordados es el ataque en el metro de Tokio, cuando en 1995, en cinco ataques coordinados, los autores liberaron gas sarín en varias líneas del Metro de Tokio.
¿Qué son las armas biológicas?
Las armas biológicas son microorganismos como virus, bacterias, hongos u otras toxinas que se producen y liberan deliberadamente para causar enfermedades y muertes en humanos, animales o plantas, según la ONU.
Los agentes biológicos, como el ántrax, la toxina botulínica y la peste, pueden suponer un difícil reto para la salud pública, causando un gran número de muertes en poco tiempo y siendo difíciles de contener. Los ataques de bioterrorismo también podrían dar lugar a una epidemia, por ejemplo si se utilizaran los virus Ébola o Lassa como agentes biológicos.
¿Está prohibido este tipo de armamento?
La prohibición del uso militar de armas químicas y biológicas quedó reflejado por primera vez en el Protocolo de Ginebra firmado en 1925, tras la I Guerra Mundial. El acuerdo supuso un avance pero su eficacia era limitada ya que la mayoría de Estados se reservaron el derecho a contraatacar con armas químicas en el caso de ser atacados con estas y de usarlas contra Estados que no formaran parte del protocolo.
Tras años de negociaciones e intentos, las armas químicas y biológicas fueron clasificadas como armas de destrucción masiva por la ONU en 1948, el año del inicio de la Guerra Fría. El concepto también incluye las armas explosivas atómicas, las de material radioactivo y cualquier otra arma futura comparable en su efecto destructivo a las anteriores. A partir de entonces la mayoría de países han considerado a las armas nucleares, biológicas y químicas (NBQ) como sinónimo de armas de destrucción masiva.
La primera convención entró en vigor en 1975
A partir de 1969, la Conferencia del Comité de Desarme de la ONU (un foro establecido por la comunidad internacional para la negociación de acuerdos multilaterales de control de armas y desarme) comenzó a debatir la prohibición de armas químicas y biológicas, y en 1972 se acordó empezar por estas últimas. La Convención sobre las Armas Biológicas (CAB) se aprobó entonces y entró en vigor en 1975.
La CAB fue el primer tratado de desarme multilateral que prohibía toda una categoría de armas de destrucción masiva; desde su desarrollo, producción, adquisición, transferencia, almacenamiento, hasta el uso de agentes biológicos. Sin embargo, el tratado tiene limitaciones importantes que suponen un reto para la convención.
El tratado no establece medidas concretas para verificar su cumplimiento ni tampoco tiene poder para sancionar a los países que la infrinjan, como denuncia la Cruz Roja Internacional, lo que ha permitido que varios países violen el acuerdo. “Esta falta de un mecanismo de control ha socavado la eficacia de la CAB, ya que es incapaz de impedir las violaciones sistemáticas por parte de la Unión Soviética/Rusia y otros países”, según la Iniciativa de Amenaza Nuclear, una organización no gubernamental que supervisa el sector nuclear.
A esta dificultad para controlar el cumplimiento del tratado se le une el dilema ético del doble uso de las armas biológicas como consecuencia del hecho de que una misma investigación científica puede tener el potencial de ser utilizada tanto para fines malos como buenos.
Actualmente, 183 países se han comprometido con la CAB y diez Estados no lo han firmado ni ratificado: Chad, Comoras, Yibuti, Eritrea, Israel, Kiribati, Micronesia, Namibia, Sudán del Sur y Tuvalu.
Convención sobre armas químicas
La CAB abrió el camino para desarrollar un tratado para controlar las armas químicas, aunque no fue hasta 1992 tras 12 años de negociaciones cuando se acordó la Convención sobre las Armas Químicas (CAQ), aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1993 y en vigor desde 1997.
Para preparar la entrada en vigor de la CAQ, se creó una Comisión Preparatoria de la OPAQ con la responsabilidad de poner en marcha la infraestructura necesaria para el organismo de ejecución permanente previsto en la Convención. La sede de esta organización se estableció en La Haya (Países Bajos).
La CAQ prohíbe todas las armas que utilicen como base compuestos químicos, aunque su mayor logro es el robusto sistema de verificación del tratado, su proceso de “inspecciones por denuncia” y las investigaciones sobre el empleo de armas químicas. Actualmente, 193 naciones, que representan alrededor del 98% de la población mundial, se han adherido a la CAQ, incluidos EEUU y Rusia. De los cuatro Estados que no son parte, Israel ha firmado pero todavía no ha ratificado el tratado, mientras que Corea del Norte, Egipto y Sudán del Sur no lo han hecho.
Junto con el Tratado de No Proliferación Nuclear y la Convención de Armas Biológicas, la CAQ es el tercer pilar del sistema internacional de control de armas de destrucción masiva. Sin embargo, ha tenido que hacer frente al uso de armas químicas en la guerra de Siria o lidiar con el programa armamentístico de Corea del Norte.
Fuentes: