Ansiedad climática: “Me aterra que mi hijo tenga que vivir en un mundo sin agua y me da miedo mi vejez”

Ansiedad climática ecoansiedad
Incendio en Grecia | Alexandros Vlachos (EFE)
Tiempo de lectura: 11 min

“Tengo la sensación de estar viviendo Years and Years”, dice Eva Muñoz, de 32 años, a Newtral.es tras regresar a Madrid en plena ola de calor. Mientras, el Mediterráneo, especialmente Turquía y Grecia, sigue ardiendo, así como Navalacruz (Ávila), donde un incendio ha calcinado al menos 12.000 hectáreas.

Publicidad

A esto se suma el reciente informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de la ONU, cuya conclusión podría resumirse en una frase del documento: “La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante con nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. La humanidad, no”. 

La serie referenciada por Eva, narrada como si se tratase de una distopía, trata, además de temas como el auge del fascismo, la crisis climática y sus consecuencias, entre ellas las migraciones. “Tengo la ansiedad climática por las nubes”, añade Eva. 

¿Qué es la ansiedad climática o ecoansiedad?

La ansiedad climática —también llamada ecoansiedad o, en ocasiones, duelo ecológico— es un concepto que comenzó a usarse hace más de una década, aunque se ha popularizado en los últimos años tras su incursión en el ámbito científico.

Publicidad

La evidencia hasta hace no mucho mostraba dos cosas, tal y como apunta este paper publicado en The Lancet (2020): por un lado, una de las consecuencias del cambio climático es el empeoramiento de la salud física (especialmente en cuanto a enfermedades cardiopulmonares e infecciosas); por otro, los desastres naturales derivados del cambio climático (huracanes, inundaciones, olas de calor, incendios…) también producen daños en la salud mental de los habitantes que lo padecen en primera persona, aumentando su riesgo de padecer ansiedad, depresión y estrés postraumático.

Así lo apuntaba también la Asociación Americana de Salud Pública al estimar en este documento que “hasta un 54% de adultos y un 45% de niños sufren depresión tras un desastre natural”.

Sin embargo, no había tanta investigación sobre el impacto negativo del cambio climático en la salud mental sin haber sufrido un evento climático adverso como tal. Susan Clayton, psicóloga y profesora en el centro universitario de Wooster (Ohio), se ha especializado en este aspecto y en declaraciones a Newtral.es la describe como “el conjunto de emociones de preocupación, ansiedad y angustia asociadas con la percepción de cambios ambientales”. 

The Lancet, en un paper publicado en abril de 2020, apunta que esta ecoansiedad se caracteriza por “una preocupación severa y debilitante por el clima y los riesgos ambientales” que puede provocar “reacciones dramáticas, como pérdida de apetito, insomnio y ataques de pánico”. 

El grado de angustia, apunta la publicación científica, “está relacionado con la forma en que el entorno se ve alterado o amenazado”. Así, en países afectados por desastres es más probable un aumento de la ecoansiedad, pero los investigadores señalan que “en países que aún no han sido afectados directamente por la devastación debida al cambio climático existen numerosos relatos personales y clínicos de emociones depresivas subclínicas, desesperación y culpa”. 

Publicidad

La Asociación Americana de Psicología (APA) también se ha pronunciado sobre esta cuestión y tiene numerosas publicaciones al respecto. Una de las más recientes señala que “los problemas del cambio climático tienen un impacto significativo en la salud mental”. 

Mencionan, además, una encuesta propia, de febrero de 2020, que arrojaba que “el 68% de los adultos encuestados dijeron que tenían ‘al menos un poco de ecoansiedad’ o ‘ansiedad y preocupación por el cambio climático y sus efectos’”, y “el 48% de los adultos jóvenes, de entre 18 y 34 años, reconocieron sentir estrés en su vida diaria por el cambio climático”.

Manifestación de Fridays for Future contra el cambio climático | Shutterstock

Los síntomas de la ansiedad climática

Eva señala que, hasta hace no mucho, la emergencia climática le preocupaba “por una cuestión moral y ética”: “Pero hace uno o dos veranos, ante las olas de calor y la sensación de que era algo que solo iría a peor, empecé a pensar que vivía en una ciudad, Madrid, que durante varias semanas al año es un sitio en el que realizar una vida mínimamente normal es imposible, en el que nuestras viviendas no estaban pensadas para soportar estas temperaturas”, añade. 

La ecoansiedad, además, está muy relacionada con la solastalgia, término acuñado por el filósofo medioambiental Glenn Albrecht en una publicación científica (Australasian Psychiatry, 2007) y que definía así: “A diferencia de la nostalgia o de la melancolía que experimentan las personas cuando se separan de un hogar amado, la solastalgia es la angustia producida por el cambio ambiental que afecta a las personas mientras están directamente conectadas con el entorno de su hogar”. 

Publicidad

Es lo que experimenta Maite Urcelay, de 36 años, quien en conversación con Newtral.es explica que uno de sus mayores miedos sería la desaparición de los lugares en los que ha sido feliz: “Mi sierra, mi playa, mis espacios naturales donde camino con mi familia… Sería perder una suerte de raíz”. 

El ambientólogo Andreu Escrivà, investigador especializado en los efectos de la crisis climática y autor del ensayo Y ahora yo qué hago. Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción (Capitán Swing, 2020), explica a Newtral.es que la solastalgia “es un duelo anticipado por la pérdida de tu entorno”: “Aunque de momento sigas viéndolo del mismo modo, sabes que igual en unas décadas ya no será así, visualizas los efectos que tendrá la crisis climática”.

Escrivà apunta a dos efectos diferenciados en la ansiedad climática. Por un lado, el estrés o malestar que genera el sentimiento de culpa o impotencia, es decir, “la percepción de que esas pequeñas acciones que debemos hacer en el día a día tienen un impacto inapreciable o nulo en la gran crisis medioambiental mientras hay grandes empresas que siguen contaminando lo que quieren”. Por otro lado, “aquella ansiedad que viene derivada de los escenarios apocalípticos, cuando te imaginas un futuro como el de Mad Max, sin agua, en el que te preguntas en qué mundo van a crecer tus hijos”. 

Así es como se siente Blanca Cambronero, de 35 años, madre de un bebé de diez meses: “Me da miedo el futuro de Darío, claro, que parece que estará marcado por grandes escaseces. Me preocupa que pase hambre o que el sitio en el que viva sea tan árido, inhóspito y hostil que sea invivible y acabe muriendo joven. Me aterra que mi hijo tenga que vivir en un mundo sin agua y me da miedo mi vejez”, reconoce en conversación con Newtral.es.

Blanca teme que el futuro de quienes todavía tienen varias décadas de vida por delante “se pueda torcer”: “En la pandemia hemos visto que, cuando las cosas se complican, las personas más débiles son las primeras que caen, que sufren y que son dejadas de lado. Eso me ha hecho pensar en un futuro en el que se tenga que priorizar quién vive y quién muere en función de los recursos que tenemos”. 

“Apocalipsis constante” es como describe Maite su ansiedad climática: “Con las olas de calor, pero también con Filomena, siento pánico. Como la sensación de que la cosa se está poniendo muy fastidiada, por lo que estoy como muy alerta ante todo y nerviosa a la hora de salir a la calle en esas circunstancias”.

Ola de calor en Madrid | EFE

Ecoansiedad y desafección política

Irene Sierra, de 30 años, se ha replanteado, en los últimos meses más que nunca, si quiere ser o no madre: “No sé si quiero traer hijos a un mundo de inundaciones e incendios”. En su caso, el sentimiento de angustia también viene motivado por la inacción política: “Las estimaciones de los científicos son muy claras y no se hace nada, o no se hace lo suficiente, y eso me desata la ansiedad”, explica a Newtral.es.

“Que se mire para otro lado me hace tener una perspectiva negativa sobre el futuro. Pienso en que mis próximos 30 años no van a ser mejores que los 30 anteriores, y me parece tristísimo”, añade. 

También Eva siente desafección y desconfianza sobre el papel que juegan las administraciones públicas: “Mi sensación es que no tenemos mucho tiempo y aunque haya efectos irreversibles, el daño se puede parar. Sin embargo, no parece que haya un compromiso real con esto, y eso me genera desesperanza e impotencia”. 

Además de las acciones individuales, Eva considera que hay que lograr que “los gobiernos teman el enfado ciudadano por su poca ambición, que entiendan, por ejemplo, que ampliar aeropuertos [en referencia al Prat] como si no pasara nada ya no es una opción”. 

Esto es lo que el ambientólogo Andreu Escrivà llama elecoenfado o ecocabreo: “A veces estos términos pueden ser útiles porque si solo hablamos de ecoansiedad podemos entrar en una especie de colapso colectivo. Cuando uno está cabreado puede ser muy resolutivo”, afirma. 

Lo que la evidencia científica muestra es que la inacción de los representantes gubernamentales e institucionales sí es un factor relevante en el aumento de la ecoansiedad. Así lo apunta este reciente paper de The Lancet (febrero de 2021) al señalar “la frustración de que quienes están en posiciones de poder y autoridad no están tomando medidas efectivas para abordar” el problema.

La psicoterapeuta Caroline Hickman, profesora en la Universidad de Bath (Reino Unido) cuya línea de investigación versa sobre la ecoansiedad, explica a Newtral.es que “el sentido de urgencia se magnifica significativamente por la percepción de falta de urgencia y acción por parte de ‘otros’ (generalmente figuras de autoridad poderosas) que conducen a daño moral”.

La respuesta al cambio climático

La psicóloga y doctora Loreto Barrios, miembro de un grupo de investigación del Departamento de Medicina y Especialidades Médicas del Instituto Ramón y Cajal, explica a Newtral.es que “a veces el estrés es un buen detonante porque impulsa el cambio”. “De las experiencias negativas se pueden obtener aprendizajes. En este caso, con el cambio climático, a raíz del informe del IPCC y con lo que venimos observando, podemos tener más cuidado y exigir más políticas encaminadas a paliar el desastre”, añade. 

Apunta, también, que “uno de los grupos más vulnerables a la ansiedad climática es el de los niños y jóvenes”: “Son conscientes de que tienen todo un futuro por delante. Sin embargo, no tienen cierta autonomía y observan que los responsables políticos toman decisiones no pensadas sobre el mundo que les va a quedar”. 

En su ensayo Y ahora yo qué hago, Andreu Escrivà menciona que “nuestra piscina de preocupaciones tiene un límite, y cuando lo rebasamos, desborda”. “Ahora mismo está llena de imágenes angustiantes, de impotencia, de rabia y de culpabilidad”, añade.

Este ambientólogo considera que “con las pequeñas acciones individuales vamos ganando tiempo”, pero la clave para él es “dar herramientas para construir los andamios de un mundo diferente y nuevo, con otro sistema productivo”: “No podemos basar toda respuesta al cambio climático en la huida de escenarios apocalípticos. Se trata de imaginar futuros posibles, nadie nos tiene por qué robar esa capacidad de imaginar”.

Fuentes consultadas

  • Susan Clayton, psicóloga, profesora en el centro universitario de Wooster (Ohio) e investigadora especializada en ansiedad climática
  • Andreu Escrivà, ambientólogo y autor del ensayo Y ahora yo qué hago (Capitán Swing, 2020)
  • Loreto Barrios, psicóloga, doctora y miembro de un grupo de investigación del Departamento de Medicina y Especialidades Médicas del Instituto Ramón y Cajal
  • Caroline Hickman, profesora en la Universidad de Bath (Reino Unido) cuya línea de investigación versa sobre la ecoansiedad
  • Asociación Americana de Salud Pública
  • Asociación Americana de Psicología
  • The Lancet
  • Testimonios de Eva Muñoz, Maite Urcelay, Blanca Cambronero e Irene Sierra

0 Comentarios

Ya no se pueden publicar comentarios en este artículo.