El desarrollo profesional de Anna Montañana (Valencia, 1980) va bordeando los límites de los esquemas mentales en un entorno que fricciona con sus inquietudes desde que se imaginó en la élite del baloncesto a los 18 años. Una década después, en el pico de su carrera como jugadora, ya estaba formándose para lo que nadie creía posible: ser entrenadora ACB. Verbalizar el deseo era la forma de llegar a cumplirlo. La respuesta siempre fue la misma: “Si algún día llega una mujer, puede que seas tú”.
La valenciana fue la primera profesional después de que Carme Lluveras lo hiciera como voluntaria. El Fuenlabrada, con Néstor García, buscó ampliar su mirada. “Una semana antes, había estado tomando algo con Amaya Valdemoro y Elisa Aguilar, dando la brasa con que lo que yo quería era hacer mi carrera en la ACB”, explica a Newtral.es, recordando los meses en los que su tarea en el departamento de marketing del Valencia Basket dejaba poco espacio a esta meta. “Además de trabajo y resultados, necesitas suerte”.
El técnico vio en Montañana una entrenadora que comulgaba con su exigencia. “Me dijo que quería otra visión del deporte, otra forma de lidiar con conflictos, de afrontar el trabajo y el esfuerzo”. La incorporó como asistente, con una apreciación: “Dijo que podía contratarme porque estaba muy bien en la clasificación y eso le daba poder”. Con ese comentario rondando la cabeza, se propuso otro reto. “Tenía que ganar tiempo y durar más de cuatro meses. He estado tres años y he peleado mi permanencia con cuatro técnicos diferentes”.
A veces, siente que debe tener éxito, que no puede fallar. “No sé si es ansiedad, pero sí que tengo que gestionar lo que significa hablar, qué van a pensar sobre lo que hago. Es una presión añadida ser foco por algo que no es puramente mi trabajo”, lamenta. “Desde el primer día intenté obviar los pocos comentarios negativos. He tenido que luchar mi continuidad, y la realidad es que tres años después ninguna mujer me ha seguido, así que el cambio no está ahí”.
Tres años rompiendo esquemas mentales, lidiando con un machismo “inconsciente”, como le gusta señalar. “Los jugadores fueron los que más naturalidad tuvieron. Pero fuera había otras cuestiones. Me preguntaban si entraría en el vestuario o cuál iba a ser mi cometido en el equipo. ¿Le preguntarías eso a Alfonso Reyes? Dos años después hubo alguien que me preguntó qué tal estaba siendo la experiencia en la ACB, como si fuera un viaje de fin de semana y no mi trabajo”.
Paralelismo con Becky Hammon
Becky Hammon, también exjugadora, se convertía en diciembre en la primera mujer en liderar un banquillo de la NBA tras la expulsión del técnico Gregg Popovich, en San Antonio Spurs. Precisamente Montañana coincidió con ella en el Ros Casares de Valencia campeón de Liga y Copa y subcampeón de la Euroliga en 2010. “Tenía ese tipo de liderazgo, conocimientos y exigencia para saber ganar y estar en la élite. Un aura especial que tienen ese nivel de jugadoras con carismas especiales y que llegan donde quieren”.
En ese Ros Casares que deslumbró a Europa también estaban la propia Amaya Valdemoro, ahora comentando partidos en Movistar+ y Elisa Aguilar, organizadora de competiciones de la Federación Española de Baloncesto (FEB). “Son pioneras, casos muy destacables profesionalmente”, recalca. “Necesitamos que más mujeres se queden en el baloncesto para percibir un verdadero cambio”.
Al igual que Hammon, Montañana ya era señalada entonces como futura entrenadora. “Mis compañeras decían que era una friki del baloncesto. Me hacía mucha gracia cuando los entrenadores nos dejaban la pizarra y nos poníamos creativas. Había muchas bromas porque yo no quería acabar de entrenar, me gustaba mucho estar en la pista”.
“Digo que sí a lo que me da miedo”
Cuando era jugadora, ya pensaba en la exigencia, la competición y el incentivo de aportar y enseñar a jugadores en la élite. Se sacó los tres cursos que entonces necesitaba, y comenzó a absorber e imaginar los caminos que le llevarían a su objetivo. “Lo que planteaba sonaba extraño, me miraban como si se me fuera la olla, pero seguía haciendo preguntas. Si quería ser una entrenadora ACB no me lo podía guardar para mí, tenía que manifestarlo”.
Una década después, reflexiona sobre cómo ha saltado todas las barreras. “Las mujeres muchas veces no nos lanzamos por los límites abstractos. Vas a cursos y ves que prácticamente ninguna se saca el profesional. Es normal que piensen que para qué se van a gastar 3.000 euros, porque son muchos años en esa realidad. Por eso es importante que nos vean. En mi caso, veo la barrera, digo ‘uf’… y la ataco. Siempre digo que sí a lo que da miedo, y cuando estoy dentro del fregao, no hay marcha atrás”.
Una vez dentro del camino, el primer paso fue pedir escuchar, ser ayudante sin cobrar. “Se sorprendían”, recuerda. “Creía que cuanto más movilizara, cuantas más personas fueran conscientes, más cerca estaría de que pasara”. Trabajando en el Valencia Basket, no perdía ojo a su meta. “Estaba Pedro Martínez de entrenador y me acercaba todo lo que podía para ver cómo entrenaba. Después he tenido la suerte de nutrirme de muchos técnicos y eso es un bagaje incalculable, no lo puedes ni pagar”.
La curiosidad por el método siempre fue una de sus grandes aliadas, también como jugadora. Cuando ganó la Euroliga, salió de su zona de confort y viajó por Europa. Jugó en República Checa, Turquía y Francia, solo porque quería ampliar su mirada. “Necesitaba conocer otros modos de entrenar, salir del eje en el que había vivido siempre, entre España y Estados Unidos, y aprender sobre todo de lo que nunca haría”.
Estudiante de Comercio Internacional y Marketing, vivió cuatro años en Washington D.C., conociendo de primera mano el sistema universitario y profesional que tanto anhela. “En Estados Unidos valoran al deportista antes y después, las empresas y la sociedad buscan ese conocimiento. Además el equipo femenino y el masculino reciben un trato similar, y los entrenadores son respetados. En España, cualquiera con un poco de dinero puede montar un club, entrenar, y juzgar a quienes llevan formándose durante décadas”.
La presión de ser pionera
La ilusión por ser líder de un cambio puede más que la presión del mismo. “Me gustaría ser solo entrenadora y ya está, pero me ha tocado ser impulsora o líder. Por eso doy muchos pasos”, explica. “Hay un lado malo de ser visible, que es exponerte, estar en el foco, ser juzgada, pero me quedo con el camino que estoy abriendo, con cómo hago reflexionar a mis compañeros para que perciban el talento de niñas y jugadoras para enseñarles y ver su potencial. Esto no es una guerra sino una forma de enriquecer el deporte”.
“Esperemos”, responde cuando se le pregunta si la siguiente generación del baloncesto está más cerca de abrazar la igualdad. “Tenemos que combatir lo que conocemos llegando y teniendo éxito, aunque sea algo que ellos no necesitan. No me gustan los cupos porque soy una romántica y me gustaría que nos vieran por nuestras capacidades, pero si estamos en 2021 y seguimos hablando de esto, es que hay mucho trabajo que hacer”.
Montañana teme que liderar suponga fricción y la fricción implique un perjuicio, pero entiende que sin lucha por los pequeños detalles, no habrá un cambio cultural para reconstruir lo que conocemos. “Estoy cansada de escuchar frases como “dile a la niña que tal”. Soy entrenadora, o en todo caso Anna. ¿Por qué me vas a bajar de entrenadora a chica? Creo que nos queda mucho tiempo. Sin duda hay más conciencia pero el cambio no se ha producido, y por eso pido a mis compañeras que se queden”.
El sueño de la NBA
Montañana estudió en la Universidad de Washington, la mejor experiencia de su vida, comenta. “Como persona te nutre mucho vivir en Estados Unidos y como deportista lo ves como el paraíso. Cuando volví a la WNBA vivía levitando. Y así hacen tratar al deportista, la sociedad valora lo que hacen. En España, cuando te retiras te enfrentas a un ‘sálvese quien pueda’.
Si con 18 años, Montañana ya se veía en un banquillo de la ACB, ahora hace lo propio con la liga norteamericana. “Sí que me lo he imaginado”, sonríe. “Y he pensado en cuáles podrían ser los caminos, como hice para llegar a donde estoy. Me gusta hablar así y que luego el tiempo, los resultados y la suerte decidan si puedo llegar. Me siento preparada para estar en todos los sitios que quiero. No es un cuento de hadas, el resultado solo dependerá de si soy buena”.
Anna Montañana jugó en Valencia, Halcón Viajes Salamanca, Universidad de George Washington, Ros Casares Valencia, Perfumerías Avenida, Minnesota Lynx, USK Praga, Istanbul Universitesi y Cavigal Nice Basket 06.
Con la Selección Española ha ganado el Bronce en el Mundial 2010 y en los Europeos de 2005 y 2009, la Plata en el Europeo 2007 y el diploma olímpico (5ª) en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008.
En sus clubes, ha logrado una Euroliga (2010/2011), Supercopa de Europa (2011), tres ligas (2008/2009, 2010/2011, 2012/2013), tres copas (2008/2009, 2011/2012, 2014/2015) y cinco supercopas (2008, 2010, 2011, 2012, 2014) en España. Y liga y copa en la República Checa (2011/2012).