Rosalía Galache cocinaba y hacía ganchillo. El universo feminizado propio de una ama de casa que nunca ha trascendido a pesar de que su trabajo daba respuesta a dos necesidades fundamentales para la supervivencia: calor y comida. Decía el filósofo Paul B. Preciado, en una entrevista en la televisión barcelonesa Betevé, que se tiende a ilustrar la ignorancia con el ejemplo de una mujer mayor, considerándola un sujeto que no entiende nada y que carece de conocimiento.
Sin embargo, señalaba Preciado, “la mujer mayor es, por definición, el archivo de toda la cultura”. Fue Rosalía quien, en 1981, dio con la clave para que una de sus hijas, la médica ya fallecida María Jesús Cambronero, pudiese cruzar manualmente los datos de los niños intoxicados por el aceite de colza adulterado. “No había ordenadores y necesitaba ver qué datos de los pacientes coincidían en las fichas perforadas con las que trabajaban. Mi madre miró a su alrededor y dijo: ‘Con las agujas de hacer punto’”, cuenta a Newtral.es Rosalía Cambronero, hermana de María Jesús.
Aceite de colza: así se averiguó la causa de la enfermedad
En mayo de 1981, hace ahora 40 años, estalló la grave crisis sanitaria que dejó cerca de 5.000 fallecidos y 30.000 afectados por el síndrome tóxico por el consumo de aceite de colza adulterado que se vendía en garrafa como si fuese aceite de oliva. María Jesús Cambronero, a sus 28 años y terminando la residencia, fue una de las integrantes del equipo médico del Hospital Infantil Niño Jesús (Madrid) que se encargó de averiguar tanto la causa como las consecuencias del síndrome tóxico, así como de tratar a los pacientes afectados.
El pediatra ya jubilado Juan Casado, que fue quien lideró en el Niño Jesús el equipo médico, cuenta en conversación con Newtral.es que “al principio fue todo un caos”: “En la fase aguda tuvimos que suspender toda la cirugía programada en el hospital para atender a estos enfermos. Sufrimos miedo, estrés e impotencia, pensábamos que era una enfermedad infecciosa y temíamos contagiar a nuestras familias”.
En un principio, explica Casado, se pensó que era “una neumonía infecciosa tras encontrar una bacteria en el esputo de un paciente adulto”. “El Ministerio de Sanidad dijo que había que tratarla como tal y dio la orden de administrar antibióticos y aislar a los enfermos”, añade.
El grupo de Juan Casado dividió a los pacientes en dos grupos: un grupo donde los pacientes recibían tratamiento antibiótico y otro en el que recibían placebo. “Observamos que la evolución era la misma, lo que nos permitió descartar la enfermedad bacteriana. También vimos que la mayoría eran personas de clase muy humilde, que habitualmente eran los que estaban más hacinados, tanto en casas como en los colegios. Sin embargo, la transmisión no era la esperable en estos casos”.

El equipo comenzó a pensar que podía tratarse de una intoxicación: “No podía ser por el aire ni vehiculizada por el agua porque los menores de seis meses no enfermaban. Sospechamos que tenía que ser un alimento de uso común que no tomasen los lactantes muy pequeños”, recuerda Juan Casado.
La metodología del análisis epidemiológico que empezó descartando causas continuó con una encuesta: “Preguntábamos a las familias de los niños enfermos qué comían, alimento por alimento, pero también a las familias de otros niños sin este síndrome que venían a las consultas externas del hospital. Ahí vimos que la mayor diferencia era que en el grupo de los enfermos tomaban un tipo de aceite que se vendía en garrafa”, explica el pediatra.
“Mi hermana, que venía muchas veces a comer porque nuestra casa estaba pegadita al Niño jesús, nos contaba que una de las pistas que les ayudó a tirar por esta vía fue preguntar a las abuelas, que eran las que muchas veces alimentaban a los niños o hacían la comida para toda la familia”, recuerda Rosalía. Les despistaba que enfermasen bebés, ya que su dieta era diferente a la de niños algo más mayores y adultos. “‘Pero qué le echa usted al puré’, les preguntaban. Y decían: ‘Pues verdura, y esto y lo otro’. Y muchas añadían: ‘Y una cucharadita de aceite para que no esté estreñido’. Ahí se dieron cuenta”, añade la hermana de María Jesús.
La estadística manual con fichas y agujas de ganchillo
Cuando ya habían dado con la causa, el siguiente paso fue investigar por qué había menores a los que afectaba de forma grave y cómo cursaba la enfermedad. Necesitaban hacer una estadística de cero: el síndrome tóxico era una enfermedad que no había sido previamente descrita por la ciencia médica; además, no correspondía a una especialidad concreta porque la sintomatología afectaba a diferentes órganos.
El equipo liderado por Casado diseñó entonces una metodología científica basada en el sistema de tarjetas o fichas perforadas, una forma de llevar a cabo análisis e investigaciones salubristas defendida por la médica y bioestadística estadounidense Ruth R. Puffer en los años 50.
Como señalaba Puffer en este artículo publicado en 1951 en el Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana: “Para los hospitales grandes, especialmente aquellos en los que los datos estadísticos se utilizan para la administración y la investigación, resultaría valioso el sistema de tarjetas perforadas”. “Por ejemplo, en nuestros hospitales para tuberculosos se preparan tarjetas perforadas para los pacientes dados de alta: el diagnóstico en el momento de la admisión, los servicios rendidos, el estado en el momento del alta…”, añadía.
Para llevarlo a cabo, el equipo médico adquirió unas plantillas que ya venían numeradas y perforadas en los bordes. “Ni siquiera recuerdo dónde ni quién las compró”, reconoce el pediatra Juan casado. “Lo que hicimos fue asignar una variable a cada número, y a cada número le correspondía una perforación. Por ejemplo, el número 1 era sexo masculino, el número 2 era sexo femenino, el 3 correspondía a menores de tres años, el 4 a menores de entre tres y seis años, el 5 a un número determinado de leucocitos… Y así con muchas variables: alergias, patologías previas, valores analíticos… Cada niño tenía su ficha propia y lo que había que hacer era ver qué números cumplía”, explica Casado.

“Recuerdo que mi hermana me llamó y me dijo: ‘¿Me podrías echar una mano con esto?’. Le dije que sí y vino a casa con 200 fichas”, cuenta Rosalía. María Jesús le explicó la metodología: cada vez que un niño cumpliese con una variable concreta, había que hacer una nueva perforación en el número ya de por sí perforado. ¿Niño o niña? Niño. Nueva perforación en el número 1. ¿Edad? Cuatro años. Perforación en el número 4, correspondiente a menores de entre tres y seis años. ¿Leucocitos bajos? Sí. Perforación en el número 5.
“No te imaginas lo tedioso que era. Rudimentario a más no poder. Yo no sé cuántas horas estuvimos con eso”, apunta Rosalía. Una vez tenían todas las fichas con sus variables perforadas, las juntaban y alineaban. “Claro, luego había que cruzar los datos. Por ejemplo, queríamos saber el porcentaje total de niños con leucocitos bajos para saber si eso podía ser relevante para el síndrome tóxico”, explica Juan Casado.

Fue entonces cuando Rosalía Galache, la madre de María Jesús y su hermana, tuvo la idea. “Las agujas de ganchillo eran largas y aguantaban el peso de las fichas. Lo que hacíamos era pasar las agujas por las variables que queríamos cruzar. Las fichas que caían eran las que tenían todas esas características en común”, explica Rosalía.
“Esto fue muy importante porque pudimos ir averiguando cuántos niños cumplían con ciertos requisitos. Gracias a este trabajo, si la enfermedad volviera a aparecer, podríamos saber el pronóstico, es decir, qué niños evolucionarían mejor y qué niños peor, algo muy importante de cara a la prevención. También pudimos averiguar quiénes necesitaban mejor nutrición o rehabilitación”, apunta Juan Casado, quien reconoce que ahora sería tan sencillo como “usar Excel”.
Casado recuerda que María Jesús Cambronero, que falleció de cáncer tan solo seis años después de finalizar la investigación, fue “una excelente médica”, algo que también reivindica su hermana Rosalía: “Llegó a pedir permiso al hospital para llevarse a los que pasaron más tiempo ingresados a su casa a merendar y a dar un paseo al Retiro para que pudiesen vivir un poquito mejor el tiempo que estaban en el hospital. Lo dio todo por esos niños”.
 
                                     
                                         
                                         
                                        