A un millón de millas cuenta la historia real de superación de un joven migrante que pasó de la precariedad del trabajo agrícola a alcanzar, de manera literal, las cotas más altas de éxito científico y humano.
Estrenada en Amazon Prime el pasado 15 de septiembre, la película cuenta la historia de José Hernández Moreno, un astronauta descendiente de trabajadores agrícolas de Michoacán, que en 2009 pasó 13 días en el espacio como parte de la misión de la NASA STS-128.
La película, dirigida por Alejandra Márquez Abella, se basa en la autobiografía de Hernández, recogida en el libro Reaching for the stars (Alcanzar las estrellas). Antes de graduarse como ingeniero eléctrico, Hernández pasó su infancia viajando con su familia por los campos de California, en los que trabajaban como temporeros recogiendo fruta. Posteriormente, fue rechazado por la NASA en 11 ocasiones, hasta que en 2001, al duodécimo intento, la agencia espacial le seleccionó para formar parte de la plantilla del Centro Espacial Johnson.
En este Fact-Fiction repasamos la historia real detrás de A un millón de millas.
Una infancia itinerante cambiada por la confianza de una profesora
El trabajo en el campo de Hernández y su familia creó unas condiciones complicadas para la educación del joven aspirante a astronauta. Como él mismo ha relatado en alguna ocasión, no aprendió inglés hasta los 12 años, y buscó un refugio en las matemáticas.
Las cambiantes temporadas de recolección obligaban a la familia Hernández a desplazarse continuamente de un condado a otro en busca de trabajo, como refleja la cinta A un millón de millas. Pero la facilidad de José para la ciencia y el cálculo llamó la atención de una de sus profesoras, que le sugirió a su familia que buscara un lugar de residencia permanente para facilitar la educación de su hijo.
Décadas después, cuando Hernández despegó de la Tierra a bordo del transbordador espacial Discovery, su profesora estaba sentada junto a la familia de durante lanzamiento en el Cabo Cañaveral. “Fue la señora Young la que cambió la trayectoria de toda una familia al pasar 30 minutos con mis padres y preguntarles si se habían planteado quedarse en un sitio”, declaró Hernández a USA Today.
La carrera espacial contra el desaliento y los prejuicios raciales que narra A un millón de millas
Como se muestra en A un millón de millas y relata el propio Hernández, este descubrió su vocación de astronauta a los 10 años de edad, cuando vio por televisión la misión Apolo 17, la última vez que el ser humano pisó la luna. A pesar de su origen humilde y sus dificultades económicas, su familia le animó a perseguir su sueño, y Hernández decidió encaminar sus decisiones académicas, laborales y personales a materializar su objetivo de viajar al espacio.
Tras graduarse en la Universidad del Pacífico, el joven entró a trabajar en el Laboratorio Nacional Livermore, una instalación de investigación nuclear, entre otros ámbitos, financiada por el gobierno estadounidense. Allí desarrolló junto a su equipo el primer sistema de imágenes de mamografía digital de campo completo, un logro del que Hernández declara sentirse más orgulloso que de su viaje al espacio. “La gente espera que diga que ir al espacio fue mi momento de mayor orgullo profesional. No lo fue. Fue inventar ese mamógrafo, porque ha salvado miles de vidas”, dijo en una entrevista con la Universidad de Carolina.
Sin embargo, sus comienzos en el laboratorio no fueron sencillos. A un millón de millas muestra cómo en su primer día de trabajo, la recepcionista del edificio entregó a Hernández las llaves de las instalaciones y le indicó dónde estaba el cuarto con la fregona y los repuestos, convencida de que se trata del nuevo conserje. Este episodio, que forma parte de su autobiografía, fue confirmado por Hernández en declaraciones a USA Today.
Seleccionado por la NASA tras 11 intentos fallidos
En su quinto año como técnico de laboratorio en Livermore, Hernández envió a la NASA una solicitud de empleo. Fue la primera de 11, una por cada uno de los años siguientes, de las cuales fueron todas rechazadas por la agencia.
Como se puede ver en A un millón de millas, recibir una carta de rechazo todos los años no solo no desanimó a Hernández, sino que le impulsó a trabajar para mejorar sus posibilidades, investigando los currículums de los candidatos elegidos para adecuar el suyo.
Así, compaginó su trabajo como ingeniero con el estudio y la especialización y logró una licencia de piloto y una certificación de buceo, ambos valorados por la NASA a la hora de seleccionar su plantilla. Además, como relató en la Universidad de California y aparece en la película, Hernández aceptó un trabajo en Rusia con el objetivo de aprender ruso, ya que Estados Unidos colaboraba con dicho país en la construcción de la Estación Espacial Internacional (EEI).
El esfuerzo tuvo sus frutos en 2001, cuando tras su duodécima solicitud, la NASA le contrató como ingeniero investigador de materiales. Tres años después, en 2004, fue seleccionado para el programa de entrenamiento de astronautas, que completó en 2006, para finalmente participar en la misión espacial STS-128 en 2009.
Junto a otros cinco hombres y una mujer, Hernández completó un viaje de 9,17 millones de kilómetros a lo largo de 13 días y 20 horas, en los que realizaron tres “paseos espaciales” y abastecieron a la EEI de material de mantenimiento e investigación.
A su vuelta, Hernández fue homenajeado por el entonces presidente de México Felipe Calderón, natural del estado de Michoacán, igual que la familia de Hernández. “La brillante vida de José Hernández debe ser un ejemplo no solo para los mexicanos, sino para cualquiera que tenga aprecio por la vida y la realización personal”, declaró Calderón.
Hernández creó en 2005 la fundación Alcanzando las estrellas, que proporciona becas a estudiantes en situación de vulnerabilidad.
- NASA
- USA Today
- University of California
- CBS